Cuba

Una identità in movimento


Urbanismo, arquitectura y sociedad principeña del siglo XIX en tres novelas camagüeyanas

Eliécer Fernández Diéguez


Si Cecilia Valdés ha servido de fuente para elaborar un amplio catálogo sobre las construcciones, habitantes y cultura y con ellos reconstruir la vida habanera del Siglo XIX,[1] ¿por qué no hacer lo mismo para Camagüey?, aunque en esta ocasión no con una novela, sino con tres,[2] no de la misma calidad y dimensión que la de Villaverde: Una feria de la Caridad en 183...,[3] donde se recoge en su esencia una de las costumbres tradicionales,[4] la Feria del 8 de septiembre en honor a la Virgen de la Caridad, en lugares de mucha importancia para este ensayo como es la plaza donde está la iglesia de la Caridad, la calle o avenida del mismo nombre, o las amplias casas con sus salones para bailes populares, los quioscos típicos para la venta de baratijas; los clásicos paseos de familias pudientes en quitrines, calesas o hermosos carruajes o volantas adornadas acorde a la belleza de las camagüeyanas que se transportaban por aquellos espacios urbanos, y los juegos públicos de tiro al blanco o argollas o juegos mecánicos que se instalaban desde aquella época en los garitos oficiales donde la juventud bailaba y se divertía o en los garitos escondidos como muy bien se muestra en la novela.

Y es que con esta novela como bien dijera el autor:

    "Mi objetivo fue recordar una época verdaderamente crítica para el Camagüey, época en que llegó hasta el seno de la sociedad estacionaria el espíritu de progreso que animaba al mundo".[5]

O como cuando le aclara al crítico Manuel Arteaga que:

    "Yo me propuse pintar la sociedad camagüeyana en un periodo de la década corrida desde 1835 hasta 1845, que es acaso la más floreciente de nuestro país... "[6]

Y agrega en la carta a Peyrellade algo que a nuestra manera de captar el fenómeno, la novela ayuda enormemente a iniciar lo que será el gran catálogo de construcciones, habitantes y cultura principeña de aquel siglo, porque él solo quiso:

    "Describir esa época, pintar ese elemento bueno y civilizador, abriéndose paso entre la sencillez de nuestras costumbres... "[7]

Por último, queremos señalar de esta obra, que es una verdadera trama novelesca, donde la realidad y la ficción andan de la mano por el urbanismo, la arquitectura y la sociedad principeña de la década escogida por el autor y, mucho más allá de esa época, dentro del siglo; Frasquito,[8]donde también se recoge, en esencia, las costumbres tradicionales del Camagüey y de Cuba, replantea en su esqueleto argumental la liberación de las colonias españolas continentales y su influencia en Cuba donde todavía estaba enraizada y potente la presencia de la metrópoli; el posible papel de Colombia y México en relación con la Conspiración "Rayos y Soles de Bolívar", el proyecto bolivariano de expansión que llevaría adelante el general Páez, — muy bien detallado en la novela —, con incidencia muy importante en El Camagüey,[9] "uno de los principales focos de resistencia a España",[9] y, aunque se basa en la realidad de dos personajes principales — fundamentalmente el de Frasquito —, que se habían conocido en Filadelfia en la residencia de Andrés Sánchez, los que viajan a Colombia y hacen contactos con jefes militares de esa nación, son los mismos que en 1825 se mueven de Cartagena a Kinstong, después, a Sabanalamar cerca de Santa Cruz del Sur; a los que delatan primero, capturados luego, y ejecutados el 16 de Mayo de 1826, repito, se basa en toda esa realidad, es una "realidad otra", la creada por la literatura, por la ficción y el ingenio del autor, aunque nos diga en su "Advertencia":

    Desde hace más de treinta años tengo sin imprimir la siguiente Relación,[11] según la oí en su esencia de labios de mi madre, contemporánea de los hechos a que se refiere y de algunos presencia testigo.

    He variado por discreción el nombre de ciertos personajes, reservando el de protagonista y el indispensable general Vives...[12]

Y pensamos, entonces, que están las costumbres tradicionales recogidas con esmero y presentadas, solo un tercio de la novela se desarrolla en estas tierras, entre el capítulo XXXVIII y el L, desde la "Llegada a Puerto Príncipe" y hasta "El grito"; poniéndose de manifiesto:

    Con gran lujo de detalles la fastuosidad en que vivían las familias principales: atribuyendo esta condición a la Familia de Frasquito Agüero, hace mención a una cena que festejaba la llegada del extranjero del dueño de la casa, en la cual se sirven tres mesas de cincuenta cubiertos cada una y para cuyo servicio no se consideraban suficientes los veintisiete esclavos de la residencia, por lo que estimó oportuno reforzar la servidumbre con otros esclavos traídos de cafetales e ingenios cercanos, propiedad de la familia; describe la salida de cinco quitrines de la propia casa para concurrir a los muelles de caballería a recibir al cabeza de familia, con sus vistosas parejas de caballo y los no menos vistosos caleseros tocados de jipis y con adornos de plata.[13]

Una costumbre tradicional no recogida en otros textos es la de "Venta a la portada" por medio del cual las familias ricas de Puerto Príncipe ponían a venta al menudeo en las propias puertas de sus casas los productos alimenticios que procedentes de las fincas de labor de sus propiedades excedían el consumo doméstico, venta que se realizaba no tanto con propósito de ganancia sino como ostentación de que los productos de las fincas sobraban para las necesidades que se destinaban.[14]

Y la novela Sab,[15] donde cerramos nuestro análisis, como en un triángulo con las otras dos novelas, también recoge las costumbres tradicionales del Camagüey, esta vez con muchos elementos autobiográficos, — rasero con el que se pueden medir las otras novelas analizadas en este trabajo, pero que en este caso excede como plantean algunos estudiosos y críticos de su vida y obra, digamos por caso Mary Cruz —;[16] la costumbre de la abolición de la esclavitud, presente en todas, aquí asume el carácter de novela antiesclavista, presentada en lo dramatizado, en la forma novelada; y, Sab que es un esclavo instruido, con virtudes que no lo dejan calificar como objeto o cosa se relaciona fuertemente con sus amos, goza de su confianza, utiliza los medios de ellos, — costumbre muy tradicional del Camagüey al que se refirió con muchos ejemplos, anécdotas y fundamento teórico el Dr. Luis Álvarez Álvarez en su conferencia sobre ensayistas Latinoamericanos del día 18 de Febrero del 2005 —,[17] medios como caballos, quitrines, habitaciones dentro de las casas de los amos, o como una generalidad muy propia de esta región[18] de Cuba en cuanto a las prendas de las señoras, entre otras cosas; y es por todo esto que afirmamos en este trabajo que seleccionamos estas tres novelas para iniciar el futuro catálogo principeño que representará una visión totalizadora del momento histórico desde una interpretación hermenéutica de estas tres obras — documentos, porque, a nuestra manera de enfocar el problema, ellas son representativas de la narrativa camagüeyana de la época estudiada y contienen en sí el conjunto de señales y signos, y se manifiestan en el proceso de semiosis claramente observables en producción, organización e interpretación de los mismos.

Aunque no podemos hacer un recuento total como el que se planteó Yolanda Wood[19] por la dimensión de la obra a analizar, el tiempo para investigar, el número de los investigadores disponibles e interesados en el tema etc., sí pensamos que sea útil y a la vez necesario comenzar con nuestra propuesta, y de esa manera invitar a otros investigadores y estudiosos de la literatura en Camagüey, o quizá en Cuba, a colaborar en la conformación del amplio catálogo principeño sobre sus habitantes — tan característicos, individualizados y reconocidos en esa individualidad a lo largo de la historia por más de un político, artista, viajero o estudioso —,[20] sobre sus construcciones — donde se ha iniciado y desarrollan trabajos científicos, publicaciones periódicas y ensayos sobre el tema de urbanismo, arquitectura y sociedad principeña de la época ensayada —, y en su cultura específica se puede incluir con más detenimiento obras arquitectónicas, urbanísticas, pictóricas, idiomática-lingüísticas, culturológicas etc., que podrán enriquecer otros estudios y generar una gama más rica de la vida principeña del siglo XIX.

Reconocemos que lo iniciado hoy, con estas tres novelas evaluadas desde la óptica del urbanismo, la arquitectura y la sociedad principeña del siglo XIX, lo convierte, a nuestra manera de apreciar el fenómeno, en recuento que distingue, sobre todo, por los valores documentales que posee cada una de las novelas estudiadas por nosotros para realizar este ensayo — documentos con valores textuales desde el punto de vista semiótico para investigar y para crear en el terreno de la ensayística obras magníficas, más que documentos de valor literario de alto vuelo estético como novelas —, donde sí encontramos un Puerto Príncipe decimonónico con todas las características, contrastables en dichas obras, de ser lugar para la novela, lugar excelente y espacio apetecible para actuar tanto: Una feria de la Caridad en 183..., Frasquito o Sab como en obras donde cada una por separado se vincula estrechamente al núcleo de acción, aunque se parta de dos puentes que enmarcaban el barrio de la Caridad,[21] del Caserón del Marqués de A... Plaza de San Francisco de La Habana,[22] o sencillamente aquel joven de hermosa presencia que atraviesa los campos pintorescos que riega el Tínima y en la senda que se conoce como camino de Cubitas,[23] y que también permiten de una manera distinta, pero, a la vez, próxima por ser cada uno de ellos principeños, la caracterización de sus personajes, y que cada autor desarrolla el pensamiento dominante,[24] de manera bien concebida y oportunamente presentada, donde cada cual corresponde desde la obra a la época en que las acciones se suponen.

Es por esa razón tan aparentemente sencilla, que Puerto Príncipe como ciudad — y quizá más que como ciudad[25] como El Camagüey —, se va más allá de lo que aparece en cada una de las historias, la ciudad es superior por su existencia viva y real, por su existencia simbólica que cada uno recrea y enriquece desde su visión, su calidad artística y su cultura o, simplemente, desde su estilo literario o el dominio de lo formal donde no faltan los dramas sociales reales,[26] que le aportan a cada una de las novelas las cosas que pueden hacerla trascender a diferentes niveles — niveles que vemos y definimos como la patria chica de los barrios y comarcas, lo principeño, la nación o lo universal —; porque según hemos observado cada una de las novelas aporta, en esencia, valores propios que trascienden en ese orden que señalábamos anteriormente y que no queremos detallar en este ensayo para que cada uno de los lectores disfrute de la libertad de buscar, identificar o definir a su antojo, sin dejar, por supuesto, de delimitar las definiciones ideológicas de los autores.[27]

Hemos descubierto que al mismo nivel se comportan José Ramón Betancourt, José de Armas y Céspedes y, Gertrudis Gómez de Avellaneda, en cuanto al ojo clínico para ver las cosas, para fotografiar desde cada observación individual el paisaje urbano o rural que muestran en sus novelas, como si pintaran con sus plumas más que si escribieran.

Cada uno se revela como si fuera un artista plástico creando, que mira y enriquece lo observado como verdadero artista que es.

Unimos entonces en nuestra apreciación de las tres novelas un calificativo común, aunque diferente, de multiplicidad y riquezas en las maneras de traernos a la vista el urbanismo de La Habana o el de Puerto Príncipe, la arquitectura y la sociedad cubana en formación y desarrollo de cada uno de esos lugares.

Así la ciudad, como centro urbano, arquitectónico o ente social; se nos presenta y crece con todas sus variantes como si fuera recogida en imágenes de pintores, litógrafos o grabadores de época, sobre temas principeños.

Aunque para algunos de ellos el urbanismo o la arquitectura está reflejada en sus líneas, puntos o leyes del equilibrio y la estética eran lugar de partida para proponer una lectura de escenas sociales, que, por cierto no se deben separar de la otra parte, porque si no el urbanismo y la arquitectura serían letra muerta.

Cada uno de nuestros novelistas estudiados los presenta de esa misma manera que el símbolo pictórico, pero se detienen con más profundidad, eficacia y hasta exquisitez, pudiéramos decir, las escenas humanas, porque claro está, este arte es de desarrollar fábulas, tramas, argumentos o modelos actanciales muy bien concebidos y recreados desde sus isotopías y sus paralelismos.

Hecho que le permite a José Ramón, a De Armas y a La Avellaneda detenerse, con puntos de vistas diferentes, en los gigantescos planos panorámicos que atrapan en su visión creativa, ya sea de la gran ciudad de La Habana predominante en Frasquito, o Puerto Príncipe, presente en las tres, y, a la vez, como buenos artistas, unir a la panorámica las pequeñas escenas encuadradas en ese espacio.

Espacio que, por demás, es cibernético y cinético a la vez, por la presencia de la organización precisa de los espacios y el movimiento de las personas y de la luz.

Los tres autores aventajan a los pintores, a los grabadores de aquel tiempo, porque no solo parten del entorno de este urbanismo, esta arquitectura y esta ciudad principeña, del modelo que ofrece la realidad, los sitios o los lugares retratados por sus palabras, que estoy, por nuestra condición de principeño, seguro que hemos tenido la oportunidad de haber recorrido una gran parte de los espacios a los que se refieren los novelistas, que sabían de memoria cada rincón novelado, cada parque, calle, mansión, casa humilde, quinta, finca o los tipos sociales de que hablan, describen o caracterizan.

Vivieron en esos lugares, los dominaron por el hábito y la costumbre en detalles, sus experiencias aparecen en cada paso de los personajes por los capítulos y escenas de las novelas.

Dominan las viviendas, las calles, las plazas, las iglesias, los caminos vecinales y las características de las personas que por allí se mueven, les permite a cada uno ser más eficientes en las soluciones que se propuestas para cada momento y cada espacio.

La Habana, Puerto Príncipe, La Caridad (Barrio), La Caridad (Ingenio), La Guanaja, Cubitas, Najasa, etc., se nos presentan por los autores, tratados en forma de visión totalizadora del espacio.

En primer lugar, la urbanística y arquitectónica, que se mezclan poco a poco, más allá de lo cuantitativo, de lo enumerativo del repertorio referido, y se mezcla, repito, a la cualidad social del momento con los antagonismos sociales, los polos político — ideológicos de toda Cuba en el siglo XIX, y, específicamente, del contexto dramático de cada obra[28] — o, sencillamente, lo que se pone sobre el tapete como rasgos de la sociedad principeña del momento de cada una de las novelas.

El espacio que nos trasmite cada autor sugiere valores materiales o espirituales de la sociedad principeña, y podemos por ello interpretar contradicciones, no solo en lo textual sino en el subtexto, y aunque cada obra se mueve por una cuerda temporal distinta, caracterizada en detalles por los autores, se ven preocupados por ese tiempo y sus hechos, pero sin dejar de tocar las ideas del espacio.

Dicho espacio, por ser estático no deja de ser tenido en cuenta por los tres novelistas. Y por ello cada espacio presentado va más allá de lo estático y se enlaza sin miramientos con el sentido dinámico de la sucesión temporal.

Cada obra se desarrolla en un tiempo y trae, entonces, la realidad de la época, de los hombres en sus status y, por ello, recogen sin titubeos las construcciones de los barrios nuevos, las calles, las casas, y que se ven de manera manifiesta en otras cosas que, a lo mejor, no eran intención directa y racional de los autores, o no eran sus propósitos preestablecidos, pero sí, símbolos de un fenómeno, o mejor dicho, permiten aplicarles un código y descifrar, entonces, a la ciudad, al urbanismo expuesto en las letras y a la arquitectura, ampliamente explicada a veces o sugerida en otras, como un ente vivo que traslada enfrentamientos, ambiciones personales, actos sublimes o ridículos, y no son otra cosa, a nuestra manera de apreciar el fenómeno, en la particularidad de cada novela, que una demostración del carácter fotográfico característico de cada autor, como hemos señalado anteriormente.

Otro momento clave en nuestra reflexión está relacionado con la manera cómo tratan el tema de la estructura urbanística de Puerto Príncipe, el trazado, espacio y símbolos urbanos, semi-urbanos y rurales de las obras analizadas.

Elemento este, que nos permite decir, esta ciudad tiene su centro vital, no como la ciudad de La Habana en intramuros y su proyección hacia extramuros y, sobre todo hacia el oeste de la muralla; aquí el centro vital está entre ríos, entre el Tínima y el Hatibonico.

Aquí no hay murallas delimitando perímetros, ni mostrando con claridad donde se desenvuelven las actividades económicas, políticas, judiciales, financieras, educacionales etc.; aquí se da un fenómeno que hemos definido al calor de este ensayo como "Extra-ríos",[29] parecido al extramuros de La Habana y, también, indica crecimiento, pero que no se muestra en La Feria de La Caridad con tanta seguridad como hace Yolanda Wood para el caso de La Habana en la obra de Cirilo Villaverde.[30] Aquí José Ramón Betancourt no nos da la seguridad, no nos dice fue a finales del siglo XVIII, o fue a principios del siglo XIX que se desarrolló el barrio de La Caridad, aunque nos sugiere que ocurrió tres generaciones anteriores al tiempo en que está desarrollándose la trama de la novela como cuando se dice

    "... mis padres fueron de los primeros habitantes de este barrio y en realidad encontraron las malezas, la ermita y un mal puente de madera sobre este río... "[31]

Donde la construcción de de ese nuevo barrio de La Caridad, según se muestra en la novela de J.R. Betancourt trae consigo la aplicación de nuevos materiales y técnicas, se refleja, fundamentalmente en el uso del hierro, no solo en rejas y balcones sino como material fundamental, se amplían allí grandemente los espacios y le dan a nuestra vista, como lectores de esa novela, la presencia del símbolo de la clase burguesa criolla, o más bien de una jerarquización de símbolos[32] de monumentalidad majestuosa; siendo cada una de esas casas presentadas en la novela una demostración evidente de cómo la riqueza de los hombres de esa nueva burguesía criolla desarrolla su arquitectura, como presenta nuevas tipologías habitacionales respaldados por el poder económico, poder que es leído fácilmente al pararse ante cada casa presentada en la novela; y si ocurre aquí, en esta novela, además, algo muy parecido a la valoración hecha del extramuros de La Habana y es que el nuevo barrio es también centro de esparcimiento y de amplio espacios urbanos para el disfrute de los sectores adinerados.

Y en el caso concreto de Una feria de la Caridad es el lugar donde aparecen los locaciones para el ocio perverso, para el juego, es el lugar para los "garitos", que nos describe de manera brillante Betancourt en su novela; y por estas razones a diferencia de la acción de intramuros del caso de Villaverde aquí es lo contrario, La feria está en los alrededores del centro de Puerto Príncipe y los hechos delictivos de César Morgan se van a la periferia lejana de Najasa donde el autor nos trae a Joaquín de Agüero y sus construcciones de casas parecidas a la de Puerto Príncipe o bohíos y glorietas y todo el conjunto de acciones o ideas que lo circundan; en Frasquito las cosas se acercan a lo dicho, todo es muy parecido: La Vigía, La Guanaja, Santa Cruz, Najasa, etc., excepto el ahorcamiento en la Plaza Mayor o Plaza de Armas; y Sab, transcurre en la periferia de Puerto príncipe con los lugares específicos de La Finca de los B..., el camino de Cubitas a la ciudad,[33] o la casa principeña de los Otway, y no solo se destacan los aspectos singulares de las urbanísticas principeñas sino la arquitectura propia de determinados lugares dentro de la ciudad y fuera de la Ciudad.

Cada novelista nos indica, además, variantes que nos hacen imaginar trazados de las calles principeñas de la época y nos demuestran, como en el caso de Puerto Principe, se rompe con las estructuras en cuadrículas establecidas para las ciudades de este nuevo mundo en sus llamadas "Leyes de Indias":

    Entre los referente culturales traídos por los pobladores y la realidad, se dibujaron las primeras pinceladas de las identidades locales, al tiempo que se afianzaba el sentido de pertenencia que trastoca el concepto de transitoriedad por el de permanencia.

    Los vecinos de la villas debía cumplir con la cláusula, dictada desde el exterior, de tener familia y radicar en la villa; pero la identidad no obedeció del todo las leyes de allende los mares, y los vecinos se sintieron ser tales mucho antes de que alguien definieran que lo eran, por la sencilla razón de que eran partícipes de una creación y no observadores de ella.

    Pese a esta singularidad, las historias urbanas continúan siendo un apéndice de leyes, ordenanzas, bandos, cédulas y órdenes reales, ajenas a las consecuencias de la vinculación entre lo ordenado, lo acatado, lo acatado y no cumplido, lo informado, lo informado pero no realizado, y por ende, queda distante de las relaciones que la práctica presupuso en la realidad de un determinado contexto.

    Camaguey, enclavada en la zona periférica, no quedaba al margen de ello, y su núcleo urbano menos aún.[34]

Esos grandes portales producto de la exteriorización de las casas pone a la vista nuestra, como lectores, algunos elementos formales neoclásicos que se usan como parte de una reacción principeña antibarroca, demostrándose así que se asimilaban en las obras arquitectónicas de aquella época nueva, las codificaciones formales nuevas.

El barrio de La Caridad, demuestra que se rompe, mientras se prolonga, con el orden planimétrico "intrarríos" (Tínima-Hatibonico) y se construye otra delimitación funcional y ambiental diferente porque se aleja de la vieja Plaza de Armas y se aglutina a la nueva Plaza de La Caridad; por tanto, ese rompimiento con lo viejo provoca se construyan otros ejes directrices de la ciudad que dan alternancia obligada del carácter policéntrico de la Plaza de Armas; el nuevo policentro confirma en sí misma, según se ubica en la novela, la construcción de otros símbolos de representatividad barrial, iguales y diferentes al anterior y, con cierto nivel de dependencia e inferioridad jerárquica, definidores y redefinidores según se sugiere en las novelas los espacios sociales de Puerto Príncipe resultado de los proyectos urbanos aplicados, poco a poco, como el de transformar la Plaza de Armas en Plaza de Recreo y la Plaza de La Caridad en Plaza de Ferias que proyectan de esa manera a la ciudad que se extiende territorialmente por un lado o se moderniza por otro; donde la calidad es punto de partida y fin, es jerarquización diferenciadora y delimitación de funciones; mostrándose así las características de los espacios urbanos y de los nuevos tipos arquitectónicos.

Y, en mucho de los casos, según se demuestra en las novelas estudiadas, también permite encontrar en las casa de campo de cada una de las novelas elementos muy parecidos desde el punto de vista arquitectónico, porque según sabemos eran los mismos hombres, que por su posición social tenían propiedades en el campo y casas en las ciudades del país.

Las novelas siguen reflejando urbanismo, arquitectura y sociedad principeña del siglo XIX a partir de la ubicación de espacios arquitectónicos diversos; cuarteles, unidades del ejército o la policía, barrios, centros de poder económico, político, social o religioso coloca a los personajes en conflictos.

Los conflictos presentados entre personajes de las novelas se pueden ver como disputas por el lugar donde vive o el lugar donde trabaja, las colisiones se ven, — a nuestra manera de apreciar el fenómeno en las novelas —, entre un palacio y una casa, entre dos palacios, entre un cuartel y una casa, o lo que es lo mismo — aplicando la semiótica pictórica y, a la vez, espacial y cinética de la arquitectura — entre un nivel de representatividad sígnico y otro nivel de representatividad en sentido sígnico.

Por ejemplo, todas las fincas de Frasquito, los B... de Sab o, Carlos Alvear y sus familias, en la Habana o Puerto Príncipe y, frente a ellas, los barracones de los esclavos, las chozas de los indios, las casas de los monteros o cultivadores de tierra que se muestran en cada una de la novelas.

¿Quiénes viven en casas de una sola planta o con techo de guano? ¿Quiénes viven en casas de dos plantas, con entre suelos y locales para esclavos, visitantes, caballos, quitrines etc.?

También la balaustrada de madera presente en las novelas, los espacios pequeños para todas las funciones posibles, pequeño el patio etc., nos comunican un mensaje distinto al de las rejas de hierro, con lugares para actividades comerciales, almacén, patio al centro.

¿Cuál será el carácter y la funcionalidad presentado en las casas de estas novelas? Muebles, ambiente, figuras para venerar.[35]

¿Qué son, en resumen, estas novelas analizadas en este ensayo? Documentos de valor histórico imprescindible para la elaboración del catálogo camagüeyano que nos permita estudiar, entre muchas cosas el urbanismo, la arquitectura y la sociedad principeña de esa época; tres documentos que ponen ante nosotros a tres autores de esta demarcación territorial que conocían la sociedad que les tocó vivir, que conocían los espacios urbanísticos y arquitectónicos donde se movía la sociedad principeña de entonces, y que, por esa razón, nos permite a nosotros, bien como simples lectores de estos tiempos distantes de aquel siglo XIX, o bien como estudiosos; poder conocer, saludar como nuestras o evocar como símbolos a esas fuentes valiosísimas ubicadas ante nosotros y que es necesaria proteger por ser en sí obra patrimonial novelesca y, que estar presentadas de manera sencilla pero con intenciones artísticas en: Una feria de la Caridad en 183..., Frasquito y Sab.


* Este ensayo es parte de una investigación más amplia realizada por el autor.


      Eliécer Fernández Diéguez. Foto: Lázaro David Najarro PujolELIÉCER FERNÁNDEZ DIÉGUEZ (Camagüey, 1961)
      Poeta, narrador, investigador, ensayista y profesor universitario. Licenciado en Ciencias Políticas.
      Miembro de la UNHIC, La Sociedad Cultural José Martí, La Fundación Nicolás Guillén, Los Talleres Literarios Zuly Jaspe Fondín, Nicolás Guillén.
      Preside el Elisa Belén Boza Batista y el de Crítica y Ensayo "Alejo Carpentier" y el Proyecto Sociocultural "Hombres de Azúcar y Pólvora" con trabajo comunitario, docencia, investigaciones y revistas literarias como "Taller Segunda Época", "Letras dulces" y "Tinajón Virtual" para miembros de Talleres Literarios de Universalización y comunitarios
      Se desempeña como Subdirector de la SUM Camagüey para Extensión Universitaria y Sedes en Prisiones.
      Ha impartido Cursos, cursos de postgrados y Talleres de Literatura, posee más de 100 premios y menciones en concursos literarios y eventos científicos, ha publicado más de 50.
      Está concluyendo la "Maestría en Cultura" y tiene aprobado el tema de Doctorado "Diccionario de la Literatura Camagüeyana".





Eliécer Fernández Diéguez
(8 de enero de 2007)


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas