Por circunstancias que tienen su causa el los ajustes de los valores presentes y en constante evolución en el mosaico cultural cubano, la formación religiosa del isleño, no hay haciendo hincapié en el examen de los rasgos culturales de un grupo determinado en este caso los afrocubanos —, sino en el cubano como grupo étnico en pleno, nos brinda un estrecho margen para la aceptación, o más bien la asimilación, de una concepción dogmática elevada, el fortalecimiento de la moral religiosa en el individuo, el manejo de su ética hacia fines espirituales superiores. La misma Iglesia católica, predominante en Cuba, se ha quejado repetidas veces de la falta de apego religioso del cubano; por otro lado, los viajeros en la Isla durante la época colonial y aun la republicana, se han admirado unos, y criticado otros, las anchas avenidas que el ángulo propagandístico de las religiones abre a las prácticas paganas; estimándose como paganismo, en este caso, todo aquello que no se ajuste a la moral religiosa occidental.
Que el cubano sea o no religioso, que la iglesia católica alimente e no el "paganismo", son materias de mucha especulación que nos pierden en largas discusiones, lejanas siempre a una finalidad de donde podamos sacar fructíferas experiencias. En nada se diferencia el cubano en su enfrentamiento religioso de otros grupos sociales. Existen entre ellos tipos religiosos de diversas categorías: unos son fervientes religiosos, otros intermitentes, otros escepticos y los últimos netamente sin Dios. Atendiendo a esto, cada religión tiende a agrupar sus adeptos y tratar de crear una unidad mental en los creyentes que responda a tal o cual dogma; pero es el caso que aun nutriéndose en la Iglesia católica, el individuo mantiene a flor de piel todo lo dogmático y se escapa hacia ámbitos donde ha de manifestar a sus anchas su propia concepción religiosa, anárquica y mal conformada, según diría un propagandista católico u otro. Sin embrago, para nosotros, sistematizada en una serie de secuencias que reflejan eminentemente el chocar, el entrelazarse, y yuxtaponerse, de distintos elementos culturales puestos en juego en la formación cultural de Cuba, proceso que parece estar a medias.
Así, el cubano nos da la sensación de ser católico a medias; a medias en todo lo que omplique para él disciplina hacia patrones occidentales que en el actual momento confunden su mente en eso de aceptar patrones religiosos cerrados, y ausentes de una comprensión científica de la formación mental del grupo a que nos referimos.
¿Cómo es entonces que el cubano, sin adopatr una actitud decididamente adversa a una u otra iglesia, sino aceptándola — en muchos casos con el beneplácito de los propagandistas —, conviviendo en su seno, a espalda de ésta, desarrolla una formidable actividad religiosa refractaria a las normas encajadas en el cristianismo oficial? Porque la religión en Cuba ha de depender del engarge de los valores culturales, repetimos, y de la actitud del individuo frente a la produción de este fenómeno, y no de la obstinada aplicación de patrones culturales que se quedan muy por encima de la realidad patente que enfrenta el isleño en cada paso hacia un mejoramiento espiritual, en antagonismo con las dificultades materiales que encuentra al tratar de solventar emprescindibles problemas económicos.
De aquí que la actitud religiosa del cubano sea realista, y que manifieste esta actitud al tratar de forzar lo sobrenatural hacia su proprio patrón y hacer trabajar estas fuerzas en busca de un fin positivo.
De esta suerte, el cubano, frente a la religión ya mencionada, se esfuerza no en desfigurarla ni en evadirla, pero sí en crear de ella agencias que le posibiliten acercamientos directos con lo sobrenatural; sucursales en donde se da entrada a todos los rasgos culturales — formaciones religiosas — que entran en juego en el mosaico de Cuba. De ahí nacen rituales, ceremonias, técnicas mágicas "detrás de la iglesia", donde el individuo se adiestra en manejar lo sobrenatural y subsanar desajustes económicos y sociales.
Aunque no se ha alcanzado solución final en el estudio de la religión en Cuba, y la presente nota es sólo un esbozo del problema, existe la aparencia de que una de las fuerzas que más alimentan esta actitud del cubano es la presencia de elementos culturales africanos, no ya enquistados sino en continua evolución en el proceso que guía el desenvolvimiento de Cuba, cuyo carácter, forma de expresión y amplitud, dan ancho margen para la utilización de lo sobrenatural como un elemento positivo en la lucha contra el medio, y de ahí se desprende un sentido positivista del comportamiento religioso que arrastra en gran margen la herencia, no ya de las religiones africanas, pero que sí expresan transformaciones por contacto de unas y otras culturas, de los diversos rasgos culturales en general, que guían el sentido positivista del religioso cubano.
Así, aunque muchas de las características que se nos presentan al examinar, aunque sea escuetamente, al cubano religioso, están presentes en qualquier grupo social del Nuevo Mundo, donde este fenómeno de contacto y aculturación se presenta, no estaríamos muy lejanos del rumbo si precisaramos un estudio detallado, más inquisitivo, del enfrentamiento religioso del cubano, estimado como un tipo religioso positivista.
Tomado de: RÓMULO LACHATAÑERÉ, El sistema religioso de los afrocubanos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, pp. 390-392 (or: en "La Nueva Democracia", Nueva York, febrero de 1942, año XXIII, no. 2, p. 26)