Cuba

Una identità in movimento


Cuba en Efraín Huerta

Adys M. Cupull ReyesFroilán González


El poeta mexicano Efraín HuertaConocimos al destacado poeta mexicano Efraín Huerta en la década de 1970. Le debemos, parte del amor que sentimos por su pueblo, a través de su propia obra poética que como él mismo refiere, son cronologías de varias décadas, notas rememorativas que semejan fotografías de archivo. De semejante forma lo explica en su libro Poemas prohibidos y de amor que nos obsequió, en el año 1976, reafirmando en la dedicatoria el amor y amistad por Cuba: "con la mexicanota amistad de Efraín" la que enfatiza en su poema titulado: Farsa trágica del presidente que quería una isla, el que hemos escogido para este 50 Aniversario del Granma que une a Cuba y a México.

En la nota introductoria Efraín explicó:

    "... ni me arrepiento ni me avergüenzo. He vuelto a leer este complejo poemario y ratificado mi decisión de que se publique porque lo considero un testimonio sentimental y político que en cierta forma me retrotrae a mejores años líricos".[1]

El poema que escogimos en esta ocasión, es expresión de denuncia que escrito en el año 1961, adquiere una vigencia tal, que resulta ser la fiel narración de los hechos que persisten actualmente, en circunstancias aún peores para la humanidad. Efraín Huerta afirmó en la explicación que mucho tiempo ha corrido desde el 20 de noviembre de 1935,

    "... cuando los fascistas camisas doradas nos apalearon — ellos también se llevaron lo suyo —, hasta el Octubre de 1968 y el ya citado Diez de Junio. Ahora no quiero pensar en lo que puede venir".[2]


FARSA TRÁGICA DEL PRESIDENTE QUE QUERÍA UNA ISLA

Autor: EFRAÍN HUERTA

Silao, estado de Guanajuato, México, en el año 1914

    George Washington no dijo nunca una
    mentira.
    Thomas Jefferson fue un alto y claro río de
    pueblos.
    Abraham Lincoln bebió el vino del Hombre, el pan del Hombre
    y el martirio del
    Hombre.
    Franklin Delano Roosvelt sonreía por la paz
    — y las rosas de su muerte y las rosas de
    su nombre fueron la paz.
    Entonces los hombres tenían luz en la voz
    y se sacrificaban en el hielo del Potomac y del
    Hudson.
    Decían oraciones por los muertos
    y hacían de la Biblia el libro de sus sueños.
    Eran hombres.

    A ninguno de ellos su padre le compró un
    imperio.
    Ninguno de ellos dijo jamás una mentira
    Eran hombres y bronce.
    Fueron hombres de verdadera hombría.
    No mentirosos, no asesinos, no hipócritas,
    no hacedores de infamias,
    no criminales de espaldas al mundo;
    ni jugadores de golf ni rezanderos.
    ¡Hombres de bronce y rosas,
    de amor y de piedad!
    Ni tenderos arrojadores de bombas atómicas
    ni piratas, ni cínicos, ni salteadores.
    Abraham Lincoln jineteaba el Mississippi
    con la suave arrogancia del bebedor de whisky
    — pero hombre.
    Murió como un árbol crecido al amparo
    de la bondad y de la dulzura,
    y Walt Whitman
    se arrodilló y sus rodillas germinaron
    y dieron más árboles y más capitanes
    y más fuego y más belleza
    y más libertad.
    Lincoln fue el adorable apóstol de madera
    y de llanto.
    Roosvelt tenía la rosa en la sonrisa
    y hablaba las palabras que salían de los siglos,
    de lo profundo y duro de los siglos.
    ¡Rocas de fría y cálida belleza,
    cabezas tiernas de belleza son ahora
    en el atormentado paisaje de su patria!
    Eternos y macizos como la voz República
    y el mármol estatuario de la palabra
    Democracia.

    A ninguno de ellos su padre les regaló un
    imperio.
    Les bastaba el imperio de la salud
    y la república de la bondad.
    Hoy no le basta al presidente su capilla
    — su Casa Blanca ennegrecida —
    ni la bendita oración ni todos los sacramentos
    ni la limosna ni el perdón
    ni el amor al semejante.
    El presidente quiere una isla.
    Quiere la isla
    donde el pueblo es una lámpara de alegría.
    El presidente quiere,
    el presidente quiere una isla,
    ¡una isla, por Dios!
    Y entonces, el presidente y el ex presidente
    y el ex vicepresidente
    y toda la horda de magnates y toda
    la jauría de jugadores de golf y de bolsa
    y todos los renegados y mercenarios
    y todos los militares
    y prostitutas
    y capellanes
    se alistaron
    para tomar la isla
    y regalarla al presidente...
    Pero la isla, que se nombra Cuba
    y es una isla larga como una verde danza
    tendida hacia el amor de México,
    ¡la isla de esmeralda dijo NO!
    y NO, dijeron en las playas y en las bahías
    y las penínsulas alargaron su penetrante NO
    y los milicianos y los guajiros
    y el estudiante y la maestra
    y el poeta y el obrero
    y el soldado
    y cuanto había de humano y de vegetal
    y de tierra y de mar
    y de cielo en la encantada isla
    dijo NO.
    NO con el arma y la sangre.
    Un NO con toda el alma.
    Un NO que aturdió y enloqueció al muy
    cristiano presidente
    de la muy aturdida y enloquecida pero no
    muy cristiana
    Unión de Sodomas y Gomorras del Norte.

    El Robot-presidente no entró en órbita.
    El cimarrón y rebelde presidente sin causa
    se quedó sin la isla de su católico capricho...
    (Pero en tanto, en el Zócalo de la ciudad de
    México
    un general — ocioso el Diez de Mayo —
    azuza a sus bomberos, sus heroicos bomberos,
    sus despiadados y dulces granaderos,
    sus celestiales y beatíficos mariguanos de la
    policía montada
    y a todos sus cherifes de huarache
    contra el pueblo de México)
    Porque el presidente de allá ha sido lastimado.
    Porque el presidente se persigna.
    Porque el presidente lo ha perdido todo.
    Al señor presidente le han quitado un juguete.
    El papá y el hermano y la esposa del presidente
    lo sienten mucho.
    El presidente se da golpes de pecho...
    Al señor presidente le han hundido los ojos.
    Le han hundido los ojos al señor presidente.
    Para siempre,
    los ojos le han hundido
    al señor presidente,
    al ilustre y embustero señor presidente.

    Verde aire del Caribe, huracán del estrecho,
    puñal de la península,
    brisa de las bahías,
    azúcar y palmera,
    Cuba hermana.
    Voz del pueblo de América,
    suprema voz del mundo.
    Gritos, barras y estrellas destrozados
    frente a las embajadas del imperio.

    Todos los rumbos, todos
    los vientos y todos
    los sollozos
    de todas las raíces de la tierra.
    Todos los rostros
    miran hacia los ojos desolados
    y hundidos
    del señor presidente.
    El presidente está ya muerto de cansancio
    y de vergüenza y de mentira.
    (¡Yo no fui!, ha dicho el presidente.)
    Pero ya el presidente
    es sólo polvo,
    rabia y seca espuma,
    espuma y seca rabia,
    farsa y ceniza...
    El presidente arde
    en su pequeño y mustio infierno
    ¡Que arda y sufra por siempre
    el señor presidente![3]

      26 de abril de 1961



    Notas de referencias

    1. Efraín Huerta, Poemas Prohibidos y de amor, Siglo XXI, México, 1976 P. 7.

    2. Ob. Cit. P. 14.

    3. Ob. Cit. P. 136 a 141.





Página enviada por Froilán González y Adys M. Cupull Reyes
(26 de noviembre de 2006)


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