Los procesos socioculturales que se desencadenan en diferentes ámbitos requieren la conformación de un perfil adecuado de la figura del promotor cultural, que esté en consonancia con la noción de cultura — en su sentido antropológico —, el modelo de desarrollo social y los presupuestos de la política cultural, que se derivan precisamente de este modelo.
En el caso cubano, se pueden hacer aproximaciones a la figura del promotor cultural con relativa facilidad, gracias a que el modelo de desarrollo social está suficientemente fundamentado en los documentos rectores del país y el trazado de los principales lineamientos de la política cultural fue establecido en la reunión conocida como "Palabras a los Intelectuales"[1], en los inicios de la Revolución.
A partir de ese momento, la política cultural cubana se ha ido adecuando y reactualizando dialécticamente, en consonancia con los diferentes procesos políticos, económicos y sociales que se han producido en el contexto nacional e internacional.
La promoción cultural, en tanto sistema de acciones que facilita una relación activa entre la población y la cultura, y cuya esencia responde a la política cultural cubana, resulta un instrumento eficaz que, conjuntamente con otras metodologías de intervención sociocultural, contribuye a la solución de necesidades y demandas de la población en un territorio dado.
Para el alcance de lo anterior resulta necesaria la construcción y aplicación paulatina de un modelo de desarrollo cultural que privilegie el papel de la autogestión, la participación ciudadana y el sistema de instituciones del territorio.
Sobre esa base, se hacen aproximaciones al perfil de la figura del promotor cultural, para el cual se proponen a continuación las siguientes características, funciones y deberes:
Lo primero que se debe destacar en ese perfil es la capacidad del promotor cultural para relacionarse y establecer un sistema de redes con todos los factores del territorio, evitando actuar de forma aislada y más bien propiciando la interacción con el resto de los agentes sociales que, de una forma u otra, inciden en la comunidad: instructores de arte, gestores culturales, instancias del gobierno, instituciones culturales, educacionales y otras organizaciones sociales, políticas y de masas, así como el potencial cultural del territorio, con especial énfasis en el movimiento de artistas aficionados y el sector profesional. Esto le facilitará organizar y desplegar la participación de la población en su propio desarrollo cultural.
La promoción cultural deviene expresión práctica de los aspectos de la política cultural cubana que le competen, en los diferentes contextos en que se desarrolla, tal como se expresa en párrafos anteriores. En tal sentido, el promotor cultural, como conocedor de los aspectos esenciales de esta política, vela por su cumplimiento y participa en su aplicación adecuada.
La labor del promotor cultural se desarrolla en diferentes ámbitos. En primer lugar, la escuela constituye un espacio muy rico para suscitar determinadas inquietudes culturales, las cuales se irán adecuando y complejizando en dependencia de los niveles de escolaridad y los diferentes grupos etáreos. Sin embargo, la labor del promotor no se limita solamente a las instituciones educacionales; los distintos espacios y segmentos comunitarios — cuadra, barrios, zonas, pequeñas comunidades, etc. — se convierten de hecho en un excelente escenario para que el promotor cultural despliegue su labor, incluso de extensión cultural.
La promoción de la apreciación artística que el promotor realiza conjuntamente con el instructor de arte u otros creadores del territorio, constituye una hermosa labor educativa que tiene como fin contribuir a la formación estética de niños y jóvenes, fundamentalmente.
No obstante, el cumplimiento de sus funciones y deberes sería imposible sin el conocimiento, cada vez más profundo, de la metodología de investigación cultural y su aplicación como herramienta indispensable para la elaboración, propuesta y ejecución de proyectos, que respondan de manera total o parcial a las tradiciones y necesidades de la comunidad.
El promotor cultural se caracteriza, no sólo por ser un facilitador de la vida cultural de los territorios, sino por ser un agente de cambio, que propicia y dinamiza las potencialidades de los centros escolares y comunidades, fortaleciendo de este modo el sentido de pertenencia, la identidad local y nacional.
La asunción plena de que la cultura no se impone constituye una divisa inexcusable para todos los que de alguna manera participan en los procesos de intervención comunitaria. Por tal razón, el promotor debe ser respetuoso y democrático con los demás, tratando de proponer y sugerir, más que imponer; de modo que los procesos culturales se vayan gestando desde el convencimiento, necesidad, participación y sentido de pertenencia de las personas, propiciando que estos cumplan — en mayor o menor medida — el conocido requisito de excelencia que reza: la cultura se gestiona y promueve desde la comunidad, con la comunidad y para la comunidad.
Sería absurdo plantear que los promotores culturales asuman formas homogéneas en el desempeño de su quehacer cultural. Las diversas maneras de acometer el trabajo están indisolublemente ligadas a los también diferentes escenarios en que desarrolla su labor. Por ejemplo, habría que distinguir entre promotores culturales de zonas urbanas, rurales y de difícil acceso. En las rurales y de difícil acceso la incidencia de las instituciones culturales se dificulta y las proyecciones de trabajo deben ajustarse a las características particulares del entorno. Justamente en estos contextos el promotor cultural puede también desdoblarse, potenciar el sistema de relaciones y redes, y optimizar los recursos técnicos que disponga, con el propósito de alcanzar altos niveles de participación y autogestión cultural. Indudablemente, en las zonas intrincadas y de difícil acceso, en las que apenas existen instituciones y la tarea de extensión cultural se hace muy difícil, el papel del promotor cultural, junto a otros agentes sociales, como el maestro y el médico de la familia, adquiere una importancia superior desde el punto de vista cualitativo y su influencia puede repercutir notablemente en el desarrollo de la vida cultural y educativa.
Una de las principales responsabilidades del promotor cultural es la atención a la cultura popular tradicional y al patrimonio material e inmaterial, aunque haciendo énfasis en éste último; velando con particular interés por la conservación y desarrollo de los grupos portadores de esta importante expresión cultural.
Lograr que la población participe en los proyectos y programas culturales del territorio, asumiendo la participación, el protagonismo y la creatividad como algo propio constituye la regla de oro del promotor cultural. Para el cumplimiento de este objetivo se hace preciso perfeccionar la integración del trabajo entre especialistas e instituciones de diverso perfil, utilizando proyecciones transdisciplinarias que permitan asumir la labor cultural de forma holística, más que disciplinar.
Se dice comúnmente que la programación de actividades culturales es el rostro de la institución, grupo o proyecto cultural. En la medida en que la programación satisfaga con la calidad requerida los gustos y necesidades de la comunidad se contribuirá a los procesos de cambios cualitativos que los proyectos culturales se plantean. La labor del promotor puede ser de gran utilidad en el campo de la programación cultural. En primer lugar por el conocimiento que tiene de las particularidades del territorio; y en segundo lugar, por el sistema de relaciones que establece con el potencial cultural del área, incluyendo instituciones, personalidades y creadores, lo cual puede facilitar la calidad, balance y sistematicidad de la programación cultural.
Los rasgos de liderazgo y de buen comunicador, así como una actitud ejemplar ante las tareas y la solución de problemas son constantes en el perfil del promotor cultural; lo que le permitirá reconocimiento social y poder de convocatoria.
Aunque sean declarados en la parte final de este artículo, conviene señalar dos aspectos de suma importancia en la vida activa del promotor: la superación y las técnicas de evaluación. Ambas constituyen ejes transversales que surcan el perfil del promotor cultural.
La adquisición de conocimientos y el aprendizaje deben ser una actitud ante la vida. Un promotor cultural que asuma su encargo social con seriedad no podría acometer su trabajo con la calidad mínima que requieren estos tiempos si no actualiza constantemente sus saberes generales y en particular profesionales. Las ciencias han avanzado notablemente en los últimos cincuenta años, a partir de la informática y la computación, por señalar solo dos ejemplos, y los modelos de "ensayo–error", en el terreno sociocultural, van cediendo paulatinamente ante el impresionante impulso de las ciencias sociales. Además, no sería ocioso recordar que los errores en cultura, educación u otras esferas del campo social, aunque sean erradicados en determinado momento, mantienen su repercusión negativa en sucesivas generaciones.
De igual modo, los conocimientos sobre diferentes técnicas de evaluación sociocultural le permitirán evaluar periódicamente los resultados alcanzados, así como sistematizar y reorientar los proyectos hacia nuevos objetivos.
A manera de resumen
La aproximación al perfil del promotor cultural se puede resumir en los siguientes criterios: