Cuba

Una identità in movimento


Eleguá: El dueño de los caminos

Rómulo Lachateñeré


Eleguá es el dueño de los "caminos". Para el afrocubano, cosmológicamente los caminos expresan las cuatro esquinas del universo; y, desde el punto de vista de sus especulaciones filosóficas, representan el Destino, el azar del individuo, su inseguridad en la lucha contra el medio.

De este modo, en el oráculo del ekuelé, consistente en un tablero redondo donde se hacen los augurios, cubriendo dicho tablero de madera con una fina capa de harina de trigo, luego se divide la superficie en cuatro partes cruzando una línea vertical y otra horizontal. Esta división, que ha de tener un papel fundamental en la aparición de las deidades que descifran el destino de la persona, constituyen los caminos o entradas de las deidades en el oráculo. De modo que si Eleguá cierra los caminos, impedirá que las deidades se manifiesten en el instrumento adivinatorio, lo que puede ser interpretado como el cierre de todas las posibilidades del individuo para debatirse en el azar de la vida, la muerte de sus esperanzas.

Por otro lado, Eleguá puede dar preferencia a deidades encolerizadas o de natural malo, y en ese caso los oráculos serán fatales, y aun puede dar paso a la Ikú o la Muerte, lo que obligará al adivino a augurar la exterminación por enfermedad, o por derramamiento de sangre, de su cliente. Además, Eleguá, nunca por impulsos generosos o por magnanimidad, sino mediante el pago de sacrificios, podrá mantener los caminos abiertos, es decir, brindar toda posibilidad al individuo para que balancee su vida con el azar, para que se haga de su destino, en tanto que este término abstracto implica la incertidumbre de la vida del afrocubano.

Aplicado el concepto de los caminos a las deidades, éstos significan las distintas situaciones de las deidades en su paso por la tierra, lo que puede estimarse como distintos estadios de sus vidas.

Yemáyá, cuando recibió en su saya a Changó que descendía del cielo en la forma de una bola de candela, estaba en su camino de lavandera. Ochún, cuando vivía legítimamente con Orúmbila, estaba en su camino de prostituta y se vendía a Ogún de Arere. La misma Yemayá, cuando aparece cojeando en los festivales, viene por el camino de Zacuta; y así, según la opinión de nuestra amiga Dulce María, los santos tienen infinidad de caminos, y es muy difícil que ningún santero los conserve en su memoria.

Esta nueva concepción de los caminos del afrocubano, a nuestro entender, señala la falla de los lucumí para explicarse el carácter localista de las creencias religiosas en las culturas yoruba.

Si se recuerda que el auge numérico de los lucumí en Cuba coincide con el desmembramiento de los yoruba, y que procedentes de todo sitio en el territorio yoruba fueron empaquetados en los barcos negreros, se supone que estos esclavos llegaron al suelo cubano procedentes de distintas culturas, donde, en unas, las deidades gozaban del prívilegio de ser patrones locales, y en otras, las mismas deidades gozaban de una importancia secundaria.

Se puede arriesgar el criterio que los lucumí procedentes de culturas, en el propio territorio Yoruba, muy distantes las unas de las otras, pero que en lo religioso presentaban cierto carácter en común, interpretaron estas diferencias en las expresiones religiosas como caminos. Aparte de toda especulación, esta concepción de los caminos tiene su aplicación práctica en los festivales, cuando ha de pagársela sacrificios a Eleguá y dedicarle los himnos de apertura y clausura para que cierre y abra los caminos, respectivamente.

Eleguá, llamado también Echo o Echú, de acuerdo con diferencias de carácter local, ha sido identificado unas veces como San Antonio, posiblemente por su frigidez sexual, ya que su característica es la de un personaje indiferente a la pasión sexual, convertido en interruptor de las relaciones entre los amantes, y así el oráculo advierte y recomienda:

"Su marido está enamorado de usted, pero no se lo comuniqué a nadie, cosa de que Eleguá no lo haga cambiar".

Y téngase en cuenta que San Antonio, el católico, abogado de los enamorados, no desempeña ningún papel en esta identidad.

La otra amalgama corresponde al Ánima Sola del Purgatorio. La única relación posible entre Eleguá y las Ánimas es que estas últimas son las almas de pecadores sufriendo en el Infierno, y cuya redención se espera de los sacrificios y prayers que más bien suenan como spells, de los fieles, lo cual es interpretado por el afrocubano evadiendo el concepto de la redención del pecado, y dándole un carácter realista a los sacrificios; aun el "católico" cubano cuando enciende un cirio a las Ánimas del Purgatorio, ha de esperar una retribución inmediata.

El concepto del pecado aún podía ponerse en correlación estimando a las Ánimas como tricksters, es decir, pecadoras que hay que mantener contentas para evitar que con sus trampas perjudiquen al individuo. De esta forma, Eleguá en la religión afrocubana es el trickster. No obstante, si se pregunta a un santero a qué deidad de su panteón corresponde el Diablo, éste dirá que a Eleguá en su camino de Echu. Pero si se insiste en la pregunta y se trata de indagar qué significa el Diablo para él, responderá que éste ni más ni menos es un humorista, un personaje inofensivo sin ninguna importancia para él, pero que se dice es un agente del mal.

Así, la identidad de Eleguá, en este caso, parte del hecho que esta deidad, a veces, se comporta como el mismo Diablo, lo que equivale a la expresión popular "Fulano es más malo que el Diablo", cuando a Fulano le gusta la mujer ajena, o bien tiene suficiente frialdad para "botarle los intestinos afuera" a un enemigo.

En los mitos de Eleguá es donde se observa este concepto del trickster en su mayor claridad. De acuerdo con versiones mitológicas colectadas por el autor, Eleguá se complace en interrumpir las relaciones amorosas entre Changó y Ochún. Como los festivales tienen cierta clandestinidad en virtud de las persecuciones policíacas de que muchas veces son objeto, Eleguá lleva la achelú (la policía) por pura complacencia.

Changó, una deidad jactancioso y amiga de deslumbrar, cuando organiza sus esplendorosos festines ha de tener cuidado de que Eleguá no "le estropee la fiesta", y así en otros casos. Ahora bien, la fórmula para evitar estas actitudes de Eleguá es haciéndole constantes sacrificios y aun aplicándole castigos, porque siendo su característica excelsa la de abrir los caminos, cuando Eleguá se refugia en su actitud de trampista o trickster, es necesario castigarlo para que vuelva a su complaciente actitud.

Dulce María me decía que

"... cuando Eleguá se ponía majadero lo mejor era encerrarlo por tres días privado de sus comidas".

Eleguá, salido del encierro,

"... es capaz de volver el mundo al revés".

Es curioso notar que Eleguá adquirió los caminos luchando contra los poderes maléficos de Agayú. De suerte que en un mito, Agayú aparece enfrentado en una tremenda lucha con Obatalá, que aparenta no tener ningún poder; y, luchando por ir adelante, se ve obstaculizada por este enemigo.

Obatalá es hacendosa en hacer "trabajos" para crecer en mérito ante Olofín. Una vez sabe de unas palomas que están en una casa y va por ellas para "trabajarlas". Agayú se opone y aquí comienza el disturbio. Agayú, encaramado en un árbol cercano a la casa, custodia las palomas y hace más. Obatalá, llana y sufrida, va por las palomas, pero desanda. El camino estaba lleno de culebras. Por tesonera Obatalá no se desanima y va donde Ochún, por ayuda. "Ve donde Changó", dice Ochún. Changó emprende la jornada y desanda como Obatalá. Se amedrenta con las culebras. "Entrevístate con Orúmbila", dice a Obatalá. Obatalá va. "Entrevístate con Eleguá", dice Orúmbila. Eleguá toma sus precauciones. Por el camino va depositando tres ingredientes: pescado ahumado, jutía y maíz. Y llega donde Agayú. Envuelve a Agayú en una trampa y da paso a Changó, que encuentra todos los caminos abiertos. Obatalá toma las palomas de la mano de Changó, las "trabaja" y Olofín le entrega las cabezas. A Eleguá regaló los caminos.

Los sacrificios a Eleguá se depositan en el cruce de dos caminos o "las cuatro esquinas", en la sabana (lugares despoblados de La Habana) y detrás de la puerta.


Tomado de: RÓMULO LACHATAÑERÉ, El sistema religioso de los afrocubanos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, pp. 103-106


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