El siglo XX llegó a Curazao con cierto retrazo, no comenzó en 1900 como lo indica el almanaque. En 1863 el gobierno colonial holandés decretó el fin de la esclavitud en sus dominios del mar Caribe, dando lugar al traspaso de una sociedad esclavista a otra donde predominaba una economía de tipo feudal. Un gran número de ex-esclavos y sus descendientes continuaban atados a sus antiguos amos, principalmente a través del contrato "paga terra" — pagar la tierra en papiamento — que permitía al otrora esclavo vivir en terrenos de la plantación a cambio de entregarle al dueño una gran parte de la cosecha.
Las condiciones climáticas de largos períodos de sequía, altas temperaturas que aceleran la evaporación y el suelo poroso que absorbe la lluvia rápidamente no permiten abundancia de agua en la isla, esto hizo que la agricultura nunca fuera muy próspera. A inicios del siglo XIX el sistema de plantaciones para autoabastecimiento de la isla había entrado en franca decadencia, este proceso se acelera antes de la liberación de a los esclavos porque muchos propietarios de haciendas se vieron tan abrumados con deudas que vendieron las haciendas a comerciantes que sólo les interesaba recibir beneficios de la indemnización que el gobierno holandés pagaría por cada esclavo liberado. Los nuevos dueños no conocían la agricultura ni les interesaba desarrollarla.
La carencia de materias primas en la isla no ayudaba al desarrollo industrial, a parte de las haciendas existía muy poca infraestructura. Se habían desarrollado algunos oficios como carpinteros, pescadores y particularmente artesanos entre los que sobresalieron aquellos que elaboraban los sombreros conocidos como de Panamá y que constituyó prácticamente la única exportación de la isla en aquella época. Se puede afirmar que en la segunda década del siglo XX en Curazao existían pocas fuentes de trabajo en comparación con la cantidad de pobladores. Por ello, muchos de sus habitantes se fueron a otras tierras en busca de mejoría. Muchos curazoleños, y también habitantes de otras islas de las Antillas Holandesas como Aruba y Bonaire, emigraron para la Guayana Holandesa — actual Surinam —, Venezuela, Colombia y Cuba. Fue Cuba el país que recibió a la mayoría de los que emigraron.
En Cuba al cesar la dominación española en 1898 se comenzaron a crear condiciones muy favorables para el desarrollo de la industria azucarera. La República nace en 1902 con una constitución que traía la tan vituperada Enmienda Platt. En virtud de esta enmienda se hace un tratado de relaciones permanentes entre Cuba y los EE.UU. Desde suelo norteamericano esto se vio como una garantía a la paz interna de la isla. Así el temor a los daños de las revoluciones desapareció, eliminándose uno de los obstáculos que desde mediados del siglo XIX habían retenido la inversión del capital extranjero en Cuba.
Todas las barreras que España había elaborado para evitar el tráfico con el exterior, principalmente las arancelarias, fueron suprimidas. En su lugar surgieron nuevas leyes que brindaban facilidades extraordinarias a la entrada del capital extranjero. Los bancos extranjeros establecidos en la isla no estaban sujetos a casi ninguna fiscalización. Los impuestos a las empresas extranjeras eran insignificantes. De está manera las compañías norteamericanas se vieron sin trabas para invertir en Cuba, incluso gozaban de más libertad que en su propio país donde tenían el freno de la Ley Sherman contra los trusts, y todo un conjunto de disposiciones encaminadas a mantener un prudente equilibrio entre las diversas fuerzas propulsoras del desarrollo industrial, financiero y mercantil. Además el gobierno cubano prestó gran atención al incremento de las vías férreas, subvencionando generosamente a las compañías que las construyeran, esto hizo accesible nuevas y extensas regiones.
Otro factor importante fue la extraordinaria mejora de las condiciones sanitarias de Cuba. El gobierno de ocupación norteamericano que estuvo desde 1898 hasta 1902 se preocupó por librar a la isla de las epidemias que la azotaban, principalmente la fiebre amarilla. Facilitaron las investigaciones del médico cubano Carlos J. Finlay quien descubrió al agente transmisor de esta enfermedad. Según palabras del historiador Ramiro Guerra de un país apestado, que imponía una elevada contribución de vidas a los extranjeros, Cuba pasó a ser una de las tierras más sanas y de más bajo coeficiente de mortalidad, donde se ejercía una cuidadosa vigilancia sobre la evolución de las epidemias, con abundancia de recursos para combatirlas. También impulsó el desarrollo de la industria azucarera cubana el trato privilegiado que recibió el azúcar cubano en las aduanas de los EE.UU. por la reducción a un 20% de los derechos arancelarios, según cláusula del Tratado de Reciprocidad. Todos estos factores atrajeron al capital extranjero hacia Cuba, principalmente norteamericano e hicieron posible el surgimiento de grandes compañías azucareras como: La Cuba America Sugar Company, La United Fruit Company, La Cuba Cane Sugar Corporation, etc.
Estas compañías se encontraban con grandes cantidades de tierras por cultivar y poca mano de obra. A inicios del siglo XX todavía se sentía en Cuba los efectos de treinta años de guerra contra España por la independencia de la isla. A causa de la guerra y las epidemias, la población había descendido en un 3.6%. Particular estrago hizo en las zonas rurales la política de reconcentración del general español Valeriano Weyler, verdadero antecedente de los campos de concentración nazi, por la cual miles de campesinos cubanos murieron por hambre y/o enfermedades. La carencia de la mano de obra necesaria para trabajar en las labores agrícolas hizo pensar a los hacendados en traer personal del extranjero. Pero la orden militar 155 de 1902 que declaraba ilegal la promoción de la inmigración de forasteros a Cuba, frenó estos propósitos hasta 1906 que se aprueba una ley de inmigración que autoriza al gobierno a disponer del sobrante del tesoro público, hasta de un millón de pesos, para el fomento de la inmigración y la colonización. Se propició la entrada de españoles, principalmente de Islas Canarias.
En 1914 Europa se encuentra envuelta en la Primera Guerra Mundial, la producción de su industria azucarera de remolacha era prácticamente nula. Esto provoca una gran demanda del azúcar cubano y el alza de sus precios. Se entraba en la "danza de los millones", en el período de las "vacas gordas". Los ingenios aumentaban la producción y necesitaban más hombres aún. Los hacendados fomentan entonces la entrada de personas de Haití, Jamaica y en menor cuantía de otras islas del Caribe, entre ellas las Antillas Holandesas.
Durante los primeros años del siglo XX muchos españoles radicados en Cuba vendieron sus propiedades; entre los compradores estaban curazoleños adinerados que llevaron consigo compatriotas de clase más humilde para que trabajaran como sirvientes, nanas, obreros, etc.
G.A. Winkel, curazoleño que tenía una hacienda en las cercanías de Las Tunas llevó un grupo de coterráneos para realizar labores agrícolas. Luego La Cuba America Sugar Company, dueña de los centrales Delicias y Chaparras y La Manatí Sugar Company, dueña del central Manatí, ambas establecidas en la región oriental cubana, envían a Curazao a sus contratistas con el objetivo de buscar a los braceros necesarios para las labores de las zafras.
El primer embarco sale en 1917 con 144 personas de Curazao y 70 de Aruba. Así sucesivamente fueron saliendo diferentes grupos hasta 1920 que se detiene esta emigración. Desde 1917 hasta 1920 salieron un total de 2422 personas de Curazao y 2833 desde Aruba.
Según datos del historiador e investigador cubano Baéz se utilizó en la transportación un vapor de La Manatí Sugar Company llamado Manatí y varias goletas de curazoleños.
La ruta se orientaba rumbo norte, navegaban entre Jamaica y Haití, cruzaban el Paso de los Vientos y posteriormente bordeaban las costas cubanas hasta llegar al puerto del Cayo Juan Claro, hoy Puerto Carúpano, perteneciente al municipio Puerto Padre y a Puerto Manatí, ambos en la actual provincia de Las Tunas.
De manera general los antillanos holandeses tuvieron tiempos difíciles en Cuba. La mayoría de las veces quienes hacían el contrato con ellos no eran directamente los contratistas, sino intermediarios y dueños de goletas, a quienes sólo les interesaba obtener ganancias con el traslado y para convencerlos les prometían salarios y condiciones de vida que nada tenía que ver con la realidad.
Al llegar a Cuba eran puestos a vivir en comunidad, dentro de barracones en condiciones infrahumanas; en algunos casos con trabajadores de otras nacionalidades como jamaiquinos y haitianos.
Realizaban labores duras como el corte de caña, abrir zanjas de desagüe, cortar y chapear monte, construcción de ferrocarriles, entre otros. Algunas mujeres consiguieron empleo como domésticas, otras trabajaban la artesanía.
Como fueron reclutados sin ninguna selección muchos no estaban adaptados a esos trabajos, el director del Chaparra Sugar Company le escribió una carta al Gobernador de Curazao donde le decía:
"Han venido unas cuarenta personas que son sastres, músicos y de otros oficios que no son necesarios para el trabajo en el campo y no fueron reembarcadas porque nos rogaron con lágrimas en los ojos que las dejáramos aquí bajo la promesa de hacer todo lo que esté en sus posibilidades para satisfacernos".
Esto nos da una idea de como sería la situación en las Antillas Holandesas en aquella época, cuando estas personas preferían quedarse en Cuba a pesar de las condiciones a las que estaban sometidas.
Las "vacas gordas" de la economía cubana comenzaron a bajar de peso ante la crisis que comenzó en 1920, hasta convertirse en "vacas flacas" en la década del 30 cuando la crisis económica mundial bajó drásticamente los precios del azúcar y envolvió a la isla de Cuba en la misma miseria que azotaba todo el planeta.
Como consecuencia ya no hacia falta tanta mano de obra en Cuba, por eso las últimas olas de antillanos holandeses llegaron en 1920. En las décadas del 20 y del 30, miles de trabajadores, cubanos y extranjeros deambulaban por los campos en busca de trabajo. En 1933 el gobierno cubano dictó el decreto 2232, que establecía las condiciones para la repatriación de extranjeros sin trabajo, y el decreto 3289 donde se concedía un crédito de veinte mil pesos para cubrir los gastos de la repatriación.
En 1934 se utilizó el puerto de Manzanillo para el reembarque de inmigrantes; entre los cuales regresaron a su lugar de origen unos 1000 antillanos holandeses. Con anterioridad a esa fecha muchos habían regresado por sus propios medios. La Reina de Holanda preocupada por la situación de sus ciudadanos en Cuba envió desde 1934 hasta 1937 varias embarcaciones en las que regresaron a su patria unos cuantos antillanos holandeses, pero no todas estas embarcaciones recogieron tantas personas como se hubiera querido ya que por desconocimiento algunas fueron situadas en puertos alejados de la zona donde estaban los antillanos. Entre los años 40 y 60 del pasado siglo salieron de territorio cubano unos 300, de forma aislada en barcos y por vía aérea. En los 80 y 90, unos pocos, ya muy ancianos regresaron a su tierra a morir.
Pero no todos los antillanos holandeses volvieron a sus islas. Algunos no tenían medios para costearse el viaje de regreso y no se enteraron que existían las embarcaciones dispuestas a llevárselos sin costo para ellos; a otros no les interesó porque habían formado familias en Cuba.
Los asentamientos de estos hermanos caribeños fueron las cercanías de los centrales que los contrataron para trabajar: Delicia, Chaparra y Manatí. También muchos de ellos se establecieron en el puerto del Cayo Juan Claro, la ciudad de Puerto Padre y el poblado de Vázquez. Estos sitios se encuentran todos en la actual provincia de Las Tunas. Muchos se quedaron trabajando en actividades que se relacionaban con la zafra, otros lograron tener sus propias tierras y se dedicaron a la agricultura y cría. Los que sabían algún oficio llegaron a obtener empleos mejor pagados que el corte de caña como: carpinteros, constructores de botes, artesanos, etc.
Los antillanos holandeses que se quedaron en Cuba crearon grandes familias, y también dieron su aporte al enriquecimiento del mosaico cultural del pueblo cubano al que pasaron a formar parte.
La artesanía de la región se vio incentivada por los trabajos con yarey que hacían los curazoleños, principalmente la elaboración de sombreros, en la cual ellos tenían una muy bien ganada reputación.
Los carpinteros crearon objetos de madera con rasgos distintivos, no vistos en esos lugares hasta después de su llegada.
José Báez destaca a Agustín Palma, curazoleño creador de la primera embarcación conocida en la localidad de Vázquez, un bote de 20 pies de largo, utilizado para la pesca en el mar. Este sirvió de modelo para los que se crearon posteriormente en la zona. Notable ha sido la influencia de los antillanos holandeses en la cocina cubana; por ejemplo la manera como se hace la harina de maíz en el oriente del país es exactamente igual a la elaboración de un plato muy popular en Curazao, el funche. El hecho que se endulcen los frijoles en algunas regiones de Cuba podría estar influido por la forma que lo hacen los curazoleños, así como la elaboración de recetas con quimbombó. El domplín, una masa de harina de trigo endulzada con azúcar y cocinada con los frijoles, pudiera ser otro legado de los antillanos a la cocina cubana, aunque también pudo haber llegado por otra vía.
Además hubo un intercambio de información sobre las plantas utilizadas en la medicina verde, ya que los antillanos holandeses aprendieron el uso de algunas con los cubanos y a la vez transmitieron el uso de otras que ya ellos conocían.
Quien escribe este artículo es oriunda de la región oriental de Cuba y al llegar a Curazao se percató que en la isla se utiliza una exclamación para indicar asombro exactamente igual a una que en Cuba es típica sólo de los orientales.
Es difícil saber si ese "eh, eh, eh" exista en ambos lugares por influencia de uno sobre otro, pero no deja de ser curioso que se utilice en las mismas circunstancias y con igual entonación.
Como la mayoría de los antillanos holandeses tuvo un gran número de descendientes sus apellidos se han diseminado en la población cubana. Algunos tal y como eran en su forma original, pero la mayoría fueron transformados, con el objetivo principal de hacerlos más cercanos a la fonética y escritura del español.
Así tenemos que el apellido Grotestam se transformó en Grotestán, Pieters se cambió por Piter, Plaatte por Plat, Walter se hizo Valter, Winklaar en Cuba lo escriben Winklar, etc. por sólo citar unos ejemplos. Otros se transformaron por la diferencia de idiosincrasia de ambas islas, ya que en las Antillas Holandesas es normal encontrar apellidos que son nombres de mujer.
Esto está dado porque cuando llega el fin de la esclavitud no sucedió como en Cuba, donde los propietarios de esclavos no tuvieron ningún reparo en pasar sus apellidos a sus ex-esclavos, por lo contrario los holandeses no tuvieron la misma actitud.
Algunos aceptaron que sus apellidos fueran utilizados pero al revés; sin embargo la mayoría no toleró ni eso. La solución fue dar como apellido el nombre de la madre, esto hace muy común y normal en las Antillas Holandesas apellidos como Margarita, Martina, Bonifacia, etc. En Cuba no suena igual que un hombre se apellide Rosalina, por eso se convirtió en Rosalín.
Curaçao también obtuvo sus cambios a consecuencia de esta emigración. Según explica Rose Mary Allen, investigadora curazoleña que ha hecho una extensa e importante investigación sobre el tema, en los finales de los años 10 y los comienzos de los 20 había emigrado el 10% de la población curazoleña para Cuba, sin embargo esta cifra representaba prácticamente el 50% de las personas laboralmente activa. Aunque algunas mujeres fueron, la casi totalidad de los emigrantes eran hombres. Los relatos de como era la isla en esa época recuerdan las descripciones de un pueblo de un país en guerra donde no hay muchos hombres porque están en el frente. En esos años la natalidad bajó sensiblemente. La mayoría de los que se fueron eran padres de familia y al irse lo hicieron buscando un medio para ayudar a su familia, pero no en todos los casos fue posible. Los salarios no eran tan altos como les habían prometido al partir y el envío de dinero se les hizo difícil. Como consecuencia las familias se encontraban más desprotegidas que antes. Quienes sufrieron más fueron las mujeres que se vieron en la necesidad de hacer trabajos que anteriormente eran exclusivos de hombres, como cargar piedras para la construcción de caminos, llevar grandes canastas de carbón para los barcos.
En 1916 la empresa holandesa Shell comenzó a construir una refinería en Curazao y otra en Aruba. Esta refinería trajo el siglo XX a Curazao y la industrialización; aún hoy es una de las principales fuentes de trabajo de la isla.
Al regresar, muchos curazoleños encontraron trabajo en ella. Pero la mayoría de estos "cubanos" — o sea los que habían estado en Cuba, quienes algunas veces se hacían llamar cubanos — se ganaron pronto fama de ser problemáticos y rebeldes, eran llamados "atrevidos". La estancia fuera de su tierra los había cambiado, sus actitudes y comportamientos ya no eran los mismos que tenían antes de salir.
Los curazoleños han sido siempre considerados personas pacíficas, pero los que habían estado en Cuba estuvieron por primera vez afiliados a sindicatos, participaron allí en luchas por las reivindicaciones laborales y al llegar a su tierra comenzaron a reclamar mejoras en las condiciones de trabajo y en los salarios. Otra esfera que recibe un gran impacto causado por esta emigración fue la cultural, principalmente la música.
El musicólogo curazoleño Yapi Martijn relata que el primer septeto surge en la isla en 1933, después del regreso de algunos emigrantes de Cuba, e interpretaba música cubana.
La influencia del son y otros ritmos cubanos en la música de Curazao es considerable. También la vida mágico-religiosa se vio afectada.
En la parte oriental de Cuba predomina el espiritismo y al regresar, algunos antillanos holandeses llevaban consigo parte de esta creencia.
Por ejemplo, el investigador curazoleño Richenel Ansano afirma que el culto del Almasola en Curazao recibe una gran influencia del culto al Anima Sola que existe en Cuba; con la gran diferencia que en Cuba el Anima Sola es invocada para resolver problemas amorosos, mientras que al Almasola curazoleña la llaman para la obtención de riquezas.
En la década del 60 del pasado siglo los contactos entre los antillanos holandeses y sus familiares de Cuba se interrumpieron.
En los años 80, gracias al interés de algunos curazoleños que viajaron a Cuba, se reanudaron.
Actualmente existen asociaciones en ambas islas que promueven los contactos entre los familiares.
Por la parte cubana existe la Asociación Holandesa de Cuba que agrupa a unos 6000 descendientes de antillanos holandeses que están por toda la isla. Algunos de ellos han intentado reclamar la ciudadanía holandesa, pero hasta el momento ninguno lo ha logrado.
Ahora que tanta gente está buscando la manera de emigrar de Cuba y que las buenas condiciones económicas — en comparación con Latinoamérica — de las Antillas Holandesas atraen a muchos inmigrantes, entre ellos cubanos, este capítulo de la historia demuestra lo irónica que puede ser la vida.
Curazao, 8 de mayo del 2000.
Se agradece la colaboración
de Rose Mary Allen, Richenel Ansano,
Erwin Grotestam y Cheraldine Doest-Osepa.
Bibliografía
Allen, Rose Mary, "Curaçaoan women's role in the migration to Cuba", en Mundu Sinta Mira, Fundashon
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Báez Pérez, José, La inmigración de Antillanos Holandeses en Cuba, Universidad de las Antillas Holandesas, 1994.
Gibbes, F., Romer-Kenepa, N., Scriwanek, Habitantenan di Korsou di sinku siglo di pena i gloria, Fundashon Korsou, 1999.
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Romer, René, Curaçao, Association of Caribbean Universities and Research, 1981.
Publicado en el Boletín de la Asociación del Centenario de la República de Cuba. Nº 4-5, 2000. Paris, Francia.
Fuente: http://www.caribenet.info/oltre_migraciones_curacao_cuba_ocampo.as