Con una especie de dádiva divina para hacerle girar la cabeza a casi todo hombre que nos pasa por al lado, las cubanas reinamos en esta tierra de machistas derrotados por la fuerza telúrica de nuestra feminidad desbocada. Ni lo ignoramos, ni lo tomamos a la tremenda, sólo con la naturalidad que nos otorgó la naturaleza misma.
En algo más de 40 años hicimos rodar por tierra sin traumas ni cataclismos emocionales conceptos enraizados por siglos sobre nuestro vilipendiado sexo, y a pesar de que el filósofo Platón considerara a las mujeres una especie de despreciable condición con la cual serían castigados los hombres en sucesivas reencarnaciones si su comportamiento era inadecuado, demostramos estar por encima de filosofías erradas (si lo desea puede escribirlo con h) y rayanas en la comicidad. También lo estamos de otras creencias que sostenían furibundamente, que la mujer carecía de alma.
Depende del concepto de alma, claro.
El alma de las cubanas ha sido esculpida en el bregar de todos los amores. Solo por amor hemos puesto toda el alma en ser y hacer mejores a otros. Podría parecer habitual, pero solo nosotras somos capaces de valorar cuánta alma le ponemos a la crianza de los hijos, al bienestar de la familia, a los resultados del trabajo, a las obligaciones de todo tipo...
... cuando sonreímos aunque nos pesen dolores, retornamos a la niñez para comprender a los muchachos, borramos diferencias generacionales para mejorar el entendimiento o nos crecemos en el conocimiento para desterrar la mediocridad.
A veces nos desentendemos de los enfoques de género tan en boga, porque damos por descontado que podamos ser discriminadas, y jamás nos ronda la duda de que tenemos a la mano toda la igualdad de oportunidades.
Nosotras, las cubanas, somos expertas en economía doméstica, capaces de preparar un arroz con pollo pantagruélico con solo dos postas, de desempeñar con eficacia diferentes cosas al mismo tiempo, ser firmes al hacer valer determinaciones, tenaces al defender lo que consideramos justo, de inteligencia aguda e innegable resistencia para lograr un fin y constantes para sortear las adversidades.
Nacimos con algo de artistas y otro tanto de prestidigitadoras, asumimos la coquetería como virtud y la maternidad con pasión, guardamos un chispazo de energía para engañar a la tristeza.
Somos una isla; como la isla en que nacimos, con los mismos genes de su tierra, el misterio del mar que la abraza y la transparencia del aire que se respira.
Podemos ser versátiles, diversas, distintas, disímiles, variadas, gordas, flacas, blancas, negras, jóvenes o viejas, pero nos entendemos en el mismo idioma cuando subimos y bajamos en el cachumbambé de la vida, asidas al signo común que nos otorga la cubanía.
http://www.5septiembre.cu
(08/03/2007)