Cuba

Una identità in movimento

Enciclopedia para cinéfilos: El amor y el cine

Rodolfo Santovenia



El amor es por lo general, en el cine, un dogma, un artículo de fe. Todo otro tema debe ser trazado sobre éste. Un filme sin un romance, sin un idilio, por pequeño que sea, se considera un riesgo comercial inadmisible. Y hay que incrustarlo en la trama a cualquier precio.

Se trata, sin duda, de una limitación sintomática que, incluso, en las películas que pretenden sustraerse a la presión comercial y espectacular, se acepta. El mayor drama histórico, el más interesante, todo ha de encarrilarse sobre un idilio, sobre unos amores casi siempre de una honesta vulgaridad.

El amor es, pues, tema obligado, en menor o mayor grado, dentro de los demás temas estrictamente humanos. Cuando las futuras generaciones vean nuestras películas, no dejarán de notarlo como casi una aberración. En la misma medida que, ahora nosotros, apenas lo advertimos a fuerza de ser habitual, aunque lo observemos y critiquemos en ocasiones.

Consecuencia de lo anterior: el cine posee un lenguaje amoroso. Impone un lenguaje internacional del amor, del sentimiento, del ensueño y del sexo. No importa que se le llame a este modo de expresión "técnica del amor". Porque lo cierto es que como lenguaje tiene sus signos, sus convencionalismos, símbolos y sugerencias, captados inmediatamente y luego difundidos a nivel mundial por los espectadores.

En este ámbito se distinguen dos estéticas: la estética erótica, y la estética sin amor. La primera cultivada por ciertos estetas y la segunda aplicada por algunos ascetas. Esta última poco trabajada, pues el cine ha incursionado, y de qué manera, en la primera.

Y es que sólo por excepción puede ser platónico el amor que vemos en el cine, ya que en la vida real estos romances no se dan más que en la medida en que son incompletos. Y como el cine es, por naturaleza, vital y super realista, se está más cerca del erotismo que de la ilusión.

El erotismo, como uno de tantos aspectos de la realidad humana, puede tomarse, en cuanto objeto y tema del filme, como uno de sus ingredientes. Pero, por desgracia, lo que suele verse en las pantallas son sólo sus componentes sensuales, tan del agrado del llamado cine comercial que los explota a más no poder.

Así, es la posesión carnal en cualquier sitio o lugar lo que interesa. No importa que la pareja viaje en avión, se encuentre en el interior de un elevador o haya tomado un taxi. A ese amor fisiológico que se le ofrece al espectador de manera detallada y subrayada como si se tratara de un capítulo del Kamasutra, se subordina todo, sea la congruencia del relato, o lo que es peor, la veracidad psicológica de los personajes.

El centro de gravedad de la temática del arte se ha desplazado, según los tiempos y los ideales y las bases materiales de la época, de la aventura al honor, al poder, al hambre, al dinero, al amor.

La aventura es el gran tema de la épica. El poder domina las tragedias clásicas, griegas y latinas, y es lo que resuena a lo largo de la obra de Shakespeare. Cuanto al hambre, la más terráquea y vulgar, llena la obra de Rabelais, junto con otras necesidades humanas menos limpias.

Finalmente está el tema del dinero, que aparece siempre que una clase social asciende y amenaza a la superior y establecida, sea en la Grecia clásica, con la creación de las ciudades, o en las postrimerías de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, de coyuntura histórica.

Pero ¿por qué ha de tener más interés un tema amoroso que las cuestiones, dramas, bellezas, esperanzas, sueños de nuestro inmenso mundo actual, en plena renovación técnica y social, en marcha hacia un futuro cada vez más imprevisible? Porque el amor es la mayor fuerza pasional del hombre, podría decirse. Pero no es pequeña la del poder o la de la codicia y, sin embargo, apenas se trata.

Quizás se deba a que el amor es la pasión más común, al alcance de cualquier humano. Todo hombre y toda mujer no sueñan acaso con la gran aventura, el poder, la riqueza, como hechos factibles para su vida, pero sí con un gran amor, según sus normas personales.

Acaso, también, en el otro lindero, se deba a que en el amor los humanos tocan lo inacabable. Oyen resonar en su alma los rumores del infinito mar de la eternidad. Ese océano sin orillas en el que desembocan el amor, la muerte, la perpetuidad biológica, la belleza y el arte.






      Rodolfo Santovenia
      es colaborador de
      Prensa Latina



Fuente: http://www.rcm.cu/trabajos/2004/agosto/30/cine.htm


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas