Corría el verano de 1991, cuando quienes cursábamos el segundo y tercer años de Lengua y Literatura Rusas en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana tuvimos una oportunidad excepcional: ejercer las prácticas laborales como interpretes en un programa de atención médica especializada que se abría en el Campamento Internacional de Pioneros José Martí para los niños afectados por el accidente nuclear de Chernóbil.
Con tal objetivo, en lo que el Presidente cubano Fidel Castro llamó una proeza laboral [1], miles de trabajadores se habían movilizado previamente para acondicionar unas 10 mil casas del también conocido Campamento de Tarará, al este de La Habana, y dar así hospedaje y optima atención a miles de personas entre niños, adolescentes y adultos provenientes, fundamentalmente, de las ex-repúblicas soviéticas de Ucrania y Bielorrusia.
En aquel entonces para muchos de mi generación, y en particular para los que estudiábamos la lengua de Pushkin, entrar en contacto con el pueblo soviético constituía un vivo deseo que imaginábamos cumplir en algún momento de nuestra carrera.
La oportunidad no se hizo esperar, pero no yendo a Moscú o a Leningrado, a las riveras del Volga o a los montes de Crimea, sino en la propia Habana del Este.
Varias decenas de estudiantes de la universidad arribamos al Campamento de Tarará con ninguna experiencia laboral y con un nivel intermedio en el dominio de la lengua rusa, pero sí sensibilizados con la noble y humanitaria tarea que asumíamos.
A nuestra llegada comenzamos de inmediato a asesorarnos, sobre todo en el complejo y vasto vocabulario médico, con intérpretes y otros profesionales del ruso y con personas que había vivido en la U.R.S.S .
A cada uno de nosotros se nos designó una de esas casonas de Tarará, otrora barrio residencial de la burguesía habanera, en la que conviviríamos día y noche con un grupo de niños entre seis y quince años, quienes a su vez venían bajo la custodia de dos y hasta tres adultos.
Mis primeros niños provenían de una zona rural de la actual Belarús, próximo a donde una extensa nube de isótopos radiactivos se había esparcido, a causa del dramático accidente de Chernóbil, el 26 de abril de 1986.
Luego de acomodarlos, el personal médico cubano, con el auxilio nuestro, comenzó a hacer entrevistas y a llenar historias clínicas. Fue tan intensa aquella primera jornada que cuando finalmente fui a la cama, escuchaba cientos de voces infantiles en un bullicio indescifrable donde señoreaba el seseo eslavo.
A la mañana del día siguiente comenzaban los exámenes por especialidad, que incluía la visita a otros centros de salud de la capital como los hospitales Juan Manuel Marques y William Soler, cuando el caso lo requería.
No se escatimaron esfuerzos, ni recursos para que esas personitas recibieran la mejor de las atenciones. Había un gran propósito en aquella tarea asumida por doctores, enfermeras, psicólogos, camareras, guías de pioneros entre otros, un compromiso que iba más allá de la propia hospitalidad del cubano, y era el internacionalismo, el humanitarismo y la gratitud con los pueblos soviéticos.
Aparejado a los diferentes tratamientos no faltó el disfrute de la playa y del sol tropical, y sobre todo no faltó – en abundancia - el calor humano, la solidaridad, y el amor.
La ayuda que la Mayor de las Antillas ha brindado a 18 mil infantes que directa o indirectamente fueron afectados por la avería de Chernóbil, ha sido altamente valorada por numerosas personalidades de los gobiernos de Ucrania y Belorús.
Hoy a veinte años del accidente de Chernóbil, en mi recuerdo están presentes los rostros de cientos de niños y jóvenes que como Daria, Lesia, Svietlana, Yury, Nikita Valentín, Dima y muchos otros, encontraron en Cuba la cura de sus padecimientos y aflicciones, y conocieron además el verdadero valor de la unidad entre los pueblos.
Nota del autor
- Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el Acto Central por el XXXVII aniversario del asalto al Cuartel Moncada, celebrado en la Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana, el 26 de julio de 1990, "Año 32 de la Revolución".
Fuente: Radio Cadena Agramonte, Camagüey
http://www.cadenagramonte.cubaweb.cu/salud/ninos_chernobil.asp