Cuba

Una identità in movimento

Dos movimientos sobre una misma fiesta, Charangas de Bejucal

Omar Felipe Mauri



Las charangas se contemplan usualmente a través de la nostalgia, una visión que se ha hecho costumbre en estos últimos años — cuando las carencias y necesidades han golpeado severamente toda la vida del país. Tal vez sea obvio que se tienda la vista al pasado.

Pero, ¿cuál pasado? ¿La década del cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta u ochenta...? ¿Qué pasado se evoca, entonces, en busca de un paradigma perdido para los festejos de hoy?

Naturalmente a nadie se le ocurre comparar las actuales carrozas — es decir, el componente artístico más visible de las charangas — con las construidas en los años cuarenta, sesenta o setenta. A nadie, comparar el desarrollo alcanzado por la tradición musical bejucaleña (las congas), o comparar, por ejemplo, la difusión, el apoyo material y financiero o el rango y valor nacional que gozan hoy las charangas.

El objeto de nostalgia es la fiesta: el verdadero centro de comparación y debate, y por consiguiente, el flanco de la crítica popular a las charangas.

Llueve sobre mojado en torno a los bailes en la plaza, la tardanza en los paseos de las carrozas o la retórica de sus presentaciones, la ausencia de las figuras tradicionales (Macorina, Kulona, Yerbero, etcétera), de los desfiles de comparsas o grupos de bandos, y en general, la rivalidad y contienda entre partidos de La Espina de Oro y La Ceiba de Plata.

Vox populis, vox deus. Es posible que no haya equívocos en la selección del blanco crítico. Ante cada fluctuación o cambio del soporte socioeconómico, se han operado modificaciones, adecuaciones o evoluciones en las charangas, las cuales son percibidas por la opinión pública que deja constancia con su actitud, su acción o reacción ante los festejos. Quizás, la respuesta ante la excesiva concentración de toda la fiesta en una sola área (cerrada por demás), podría ser el deterioro y la falta de higiene que sufren algunos edificios patrimoniales durante los festejos, o la poca resonancia que alcanzan agrupaciones musicales emblemáticas cuando se saturan los oídos de Bejucal con la misma salsa bailable... Quizá, la excesiva retórica y los bloques de música grabada en las presentaciones hagan que el público no salga de casa hasta las cuatro de la mañana y al cabo se levantan para ver y oír — el gran final —, es decir, lo verdaderamente importante: la carroza y la conga.

Vox populis, vox deus. Tal vez no haya equívocos en el blanco crítico. Las circunstancias cambian más aprisa que las fiestas; pero las charangas han demostrado adaptarse a todos los cambios, a todas las tensiones — lo cual prueba su arraigo, el talento de los creadores y el cariño con que las contempla el pueblo.

Hoy como ayer la vida se transforma. No son — ni serán — las mismas condiciones que sustentan las charangas. Es imperiosa la necesidad de autofinanciar las fiestas y abrirlas al mundo, al intercambio, la evolución. La base social de la fiesta ha variado (en elementos tan importantes como edad, ocupación, economía) y también ha variado el público que se involucra en los festejos. La esfera económico-mercantil ha dado un nuevo curso a la vida nacional y la realización de las carrozas conlleva precios y esfuerzos diferentes. Los espacios de celebración, construcción y presentación, además del tiempo en que se exhiben estas es diferente (en suma, se ha transformado la relación entre las charangas y su pueblo). Estos son solo algunos rasgos entre los muchos que registran cambios sustanciales dentro de esta tradición, tan cara a la vida espiritual de un pueblo.

De ahí la necesidad de someter a diálogo, examen y estudio constante todo el acontecer en las charangas de Bejucal. Es imperiosa la creación de un foro de reflexión y debate. No existen o son pobres los mecanismos para medir los rumbos de este fenómeno cultural, interpretar sus urgencias y proyectarlas al futuro.

Ante su historia tal vez las charangas de hoy no sean ni buenas ni malas, ni mejores ni peores, sino diferentes.


Allegro vivace

Burla burlando las carencias materiales, las dos carrozas de 2002 se alzaron con el esfuerzo de sus artistas, realizadores y diseñadores: Viaje a través de la Música, por el bando azul La Ceiba de Plata (obra de Roberto Macareño), y Por la vida, perteneciente al bando rojo La Espina de Oro (Ibrahim Cabrera). La primera trazó un camino desde los orígenes hispanoafricanos de nuestra música, pasando por su cercanía con la música latinoamericana, de Norteamérica y la gran familia europea. La combinación del vestuario, los símbolos de la naturaleza y la arquitectura de tales regiones con su música, ofreció una síntesis vivaz y sin explicaciones baldías del tema de la carroza, lo cual logró cohesión y mensajes de rápida comunicación.

Por su parte, La Espina de Oro, apelando a personajes del cine de animación (el Tarzán o la Sirenita, de Disney), alusiones a la flora y la fauna, y a su relación con el hombre, intentó un llamado de alerta sobre los problemas del medio ambiente, la guerra y la necesidad del desarrollo y la paz para el futuro del mundo. En el año que culmina, ambas obras recorrieron decenas de localidades habaneras y provincias vecinas, con el doble interés de darse a conocer y obtener las subvenciones para los próximos festejos.

Una veces empeñadas en la originalidad y la renovación, otras, tomando por caminos más o menos previsibles; pero decididas siempre a no faltar a su tradición y su pueblo, las Charangas han anunciado los temas de 2003: la música cubana por el mundo (en La Espina de Oro) y un panorama de las fiestas más importantes que celebra la humanidad (en La Ceiba de Plata).

Feliz el ser humano que se renueva cada nuevo año, no solo con fiesta, sino con cultura.




CUBARTE
Año 3 Número 50, 12 de Diciembre del 2003

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