La tierra valenciana nos llegaba con empaque navideño de turrones de Jijona; con naranjos y arrozales de memoria musulmana; con lecturas de Blazco Ibáñez, o, en hondura mayor, con la acendrada imagen de algún abuelo que nos ponía sobre el cabello la mano encallecida. Son lares que están indisolublemente unidos a las raíces cubanas, alzadas en la remembranza de aquel Don Mariano Martí, natural de tierras levantinas, que dio carne y sangre a nuestro Héroe Nacional.
A unos 200 metros de la Plaza de Armas, en la propia delimitación urbana donde nació el hijo, Apóstol de la independencia cubana, la casa ruinosa que recordaba la presencia del padre venerable, en sus días celador del lugar, devino reliquia viva dedicada a Peña Golosa, a la Huerta, a los Olivos, al Palancia, a Elche y Torreblanca.
La construcción de fines del siglo XVIII, o principios del XIX, conocida como Casa Sotolongo respondía, por la linajuda familia que la habitó, al estilo colonial predominante, fuertemente influido por la arquitectura morisca española, traída de allá por maestros albañiles.
Además de exhibir excelentes techos de madera, barandas y cancelas torneadas, la edificación muestra hoy 12 habitaciones para huéspedes y pinturas murales amorosamente conservadas. Partes del diseño interior, sobre todo los pavimentos empedrados del patio, significan leves modificaciones al original y las acercan a la casa huertana, pero sin perder la concepción inicial que mantuvo el alto puntal para facilitar el cambio de aire necesario y obviar la climatización artificial.
El acercamiento a la cultura valenciana es evidente en la tradición culinaria y en la integración con elementos de herrería, lámparas, cerámicas decorativas y grabados artísticos. El gran mural de la galería alta reproduce el cuadro de Sorolla con ensombreradas jóvenes a la orilla del mar, cuya inscripción reza:
"De la Generalitat de Valencia a la Ciudad de La Habana".
Del comendador y los otros
La puerta principal del Valencia está por Oficios. Salir desde su restaurante La Paella, a Obrapía, conduce al 55 de esa calle, donde queda, pasando la medianía de cuadra, la entrada a El Comendador, evocadora del estilo hispano mudéjar más antiguo.
Hacia fines del siglo XVI, las tierras y viviendas situadas en todo este solar eran del primer regidor y tesorero de la Corona, Don Juan Bautista de Rojas, a quien la villa compró los inmuebles que antes alquiló para casas del cabildo, la audiencia y almacenes portuarios.
Entre 1781 y 1782, el alcalde ordinario de la ciudad, Don Baltasar de Sotolongo, solicitó y obtuvo en concesión las pequeñas construcciones existentes en la zona — carnicería, pescadería — con destino a una vivienda, posteriormente vendida a Don Pedro Regalado Pedroso y Zayas, Comendador de la Orden de Isabel la Católica.
En l864, tras sufrir cambios que casi incorporaron su apariencia actual, la edificación fue heredada por Don Pedro Regalado Pedroso y Pedroso, Comendador de la Orden de Carlos III. Numerosos son, a partir de entonces, los miembros de la familia residentes o arrendadores. A inicios del siglo XX, en la planta baja hay un café, cantina, fonda y vidriera de cigarros y tabacos; mientras, los altos son oficinas y habitáculos, hasta que en 1961 aquello es una casa de vecindad.
Por la importancia de su ubicación, próxima al núcleo fundacional de la villa de San Cristóbal de La Habana, en atención al avanzado estado de deterioro e inminente peligro de derrumbe para el monumento con grado de protección 1, la Oficina del Historiador de la Ciudad determinó, desde septiembre de 1997 iniciar trabajos de restauración y rehabilitación, que concluyeron antes de finalizar 1999.
En su nueva función de hostal, la casa — tejado de madera y gruesos muros de cantería — está dotada de 14 habitaciones con baño, además posee el bodegón Onda, nombre que remeda una región valenciana. En la salita de exposición arqueológica presenta valiosos hallazgos resultado de las excavaciones practicadas, desde frascos de perfume francés, hasta piezas de factura aborigen. Ambas casas, con una sola gerencia y el mismo colectivo laboral, recibe también, el regalo único de las brisas procedentes de la bahía a través de ventanas y balcones.
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