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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Nuestra América martiana
Horacio Cerutti Guldberg
(PL) La recepción de la vida y obra de Martí ha dado lugar a una inmensa producción bibliográfica casi inabarcable (confrontar, por ejemplo, los innumerables datos y matices que hasta 1989 brinda Ottmar Ette en José Martí. Apóstol, poeta, revolucionario: una historia de su recepción (México, UNAM, 1995, 507 pp.), sin obviar, por supuesto, su propia interpretación).
Los usos de Martí han dado para casi todo y la batalla interpretativa está abierta y vigente. Sin embargo, conforme avancen las investigaciones mucho se podrá decir todavía sobre esta verdadera cantera del pensamiento nuestro americano.
Pero, aunque sea difícil hablar sobre, se está obligado a hablar desde; a partir de lo que su magisterio público dejó abierto, afirmado o apenas insinuado. Y es que trayectorias como la del cubano de nuestra América son imprescindibles veneros para los desafíos sin cuento que afronta la humanidad.
Hablar desde o a partir de Martí implica una profunda responsabilidad cívica y un compromiso ético ineludible. Exige coherencia, meterle el cuerpo a lo que se afirma. Este esfuerzo no constituye el ligero ejercicio ucrónico — quizá poco feliz, aunque sugerente — de intentar exponer qué haría o diría si fuera un contemporáneo.
Seguramente estaría en desacuerdo con las arbitrariedades en las relaciones internacionales, abogaría por la paz basada en la justicia y no tendría dudas en cuanto a qué posición adoptar frente a un encadenamiento de conflictos que parecen adelantar un indeseable apocalipsis.
Dos de sus mensajes torales, a no dudarlo, siguen constituyendo tareas pendientes irrecusables en la hora actual: nuestra América y pensar es servir.
Lo utópico operante en la historia moviliza, con su tensión entre realidad insoportable e ideal deseable a los mejores exponentes de fuerzas transformadoras. Era a lo que aludía José Vasconcelos — personalizándolo en términos que entusiasmaban a José Carlos Mariátegui — cuando señalaba que el utopista es pesimista de la realidad y, al unísono, optimista del ideal. Esta tensión realidad/ideal es constitutiva de la expresión martiana — nuestra América —. Porque la América de la que habla es ya, pero todavía no del todo nuestra. Vale decir, de los sectores mayoritarios de la población de este continente cultural e histórico. Indica la realidad dada de esta América y, al mismo tiempo, alude a un proyecto de unidad deseable en la diversidad o, mejor, haciendo de la diversidad la gran riqueza y fuerza movilizadora, generadora de novedades sorprendentes. Capaz, en el límite, de hacer posible lo imposible. ¿Será necesario subrayar que esa labor está pendiente, que el ALCA no es su consumación — si no, por el contrario, su aborto prematuro —, que no se hará realidad tangible sin la voluntad colectiva en marcha y con toda la fuerza de una imaginación desbordada?
Como latigazo estalla en el rostro de los sectores intelectuales de la sociedad su consigna: pensar es servir. Nada más alejado del aristocratismo oligárquico, del elitismo pedante, de la soberbia ninguneadora, del especialismo reductor que la humildad de este brillante intelectual. Se sabía productivo, creativo, aportativo y, sin embargo, partía de la convicción de que no era nadie sin aquellos para los cuales, con los cuales y desde los cuales se engendraba y tomaba sentido su pensar, su poética. Por eso su ingenio estaba, debía estar, a su servicio. Justamente por pleno reconocimiento al conflicto social que atravesaba y atraviesa a la sociedad. Reconocer este conflicto, integrarlo como desafío máximo a la propia reflexión y práctica es condición previa de cualquier otro aporte que se pueda pretender. Porque el aporte consiste, definitivamente y sin dilación, en buscar la resolución con justicia distributiva de ese conflicto. La pérdida de este referente, conduce sólo al extravío de todas las largas marchas por las instituciones habidas y por haber. Por lo demás, no habrá paz ni nada que se le parezca, por más seguridades intolerantes que se impongan, sin la resolución adecuada de esa conflictiva lacerante. Advertir esto es mérito indudable de Martí.
Pensar con afán de servicio para la unidad y el proyecto compartible de una nuestra América auténtica, autónoma, justa y libre, constituye parte del legado inconcluso. Todo lo que divide no ayuda a la causa de esta América y el racismo sigue jugando, en ese sentido, un papel como en los mejores tiempos del colonialismo. El ensayista cubano Enrique Ubieta lo ha señalado con perspicacia y a propósito del apoyo decidido de Martí a la República de Haití. Después de recordar las indignadas palabras del prócer en apoyo de Legitime y la república de negros (La Nación, Buenos Aires, 30 de octubre de 1889), recoge la médula en palabras para meditar:
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Cuba. Una identità in movimento
La tesis martiana, que es también consigna de una América otra, nuestra, opuesta a la imperialista, una América de alma mestiza, recordaba que nuestra desventura histórica y nuestra necesaria unión no se fundaban en alguna identidad racial: los imperialistas son — blancos — y todos los oprimidos — incluyendo a los del imperio — somos — negros —, seamos asiáticos, africanos o latinoamericanos, amarillos, negros, indios o blanco.
Año 3 Número 53, 31 de Diciembre del 2003
Webmaster: Carlo Nobili — Antropologo americanista, Roma, Italia
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