Desde el año de 1959, cuando se desplomó la dictadura batistiana, el gobierno de los Estados Unidos comenzó a promover actividades para derrocar la naciente revolución cubana. Un régimen de carácter popular y antiimperialista era más de lo que estaba dispuesto a permitir en su seguro traspatio de borregos aquiescentes.
Terrorismo, sabotajes, bombardeos con productos incendiarios, planes de asesinato, guerra química, bloqueo económico, aislamiento diplomático, incomunicación política e intentos de boicot de la comunidad económica internacional se organizaron con eficacia destructiva. Como parte de esas maniobras para causar estrago, devastación y ruina en el pequeño país se coordinó una invasión en gran escala que fue derrotada en Playa Girón.
Para organizar su defensa Cuba tuvo la necesidad de conocer los planes de sus enemigos, de anticiparse a los designios agresivos que se organizaban en su contra. Fue necesario infiltrar en las filas de sus adversarios a quienes permitieran prevenir las acometidas que se preparaban.
En junio de 1998 el gobierno cubano entregó a funcionarios de las agencias de la ley estadounidenses un memorando donde se mostraban evidencias de los atentados terroristas en preparación contra Cuba. Esos datos exponían que varias organizaciones estaban proyectando una crisis para provocar un ataque o invasión por parte del ejército de Estados Unidos. El fin de esas revelaciones era lograr que el FBI pusiera fin a las actividades de los extremistas anticubanos.
Lejos de actuar contra los terroristas, el FBI se dedicó a averiguar de dónde procedía la información que se le había entregado. Descubrieron que cinco jóvenes: René González, Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández y Ramón Labañino habían sido los observadores que alertaron contra las intenciones criminales de los recalcitrantes fanatizados del exilio miamense. Arrestados, los cinco fueron acusados de espionaje.
Durante el proceso en ningún momento sus acusadores lograron demostrar que los imputados habían intentado siquiera penetrar secretos de la seguridad nacional de Estados Unidos, ni pretendieron conspirar contra la estabilidad de la sociedad estadounidense. Se trataba de enterarse de las actividades terroristas e informarlas a Cuba, solamente eso.
Más de setenta testigos declararon. El acta del juicio se extendió a 119 tomos de transcripciones, además de quince tomos de declaraciones y testimonios. Algunos militares estadounidenses de alta graduación declararon que la divulgación de las fuentes abiertas de información que utilizaron los cinco no constituía un acto de espionaje. A ninguno de ellos se le halló en su poder ni una sola página de información clasificada del gobierno norteamericano.
No obstante, el clima vehemente, febril y arrebatado del exilio histórico logró que un jurado condenase a tres de los acusados a cadena perpetua y a los otros dos a penas de 19 y 15 años de prisión. Fueron aislados en prisiones federales, se les prohibió la visita de sus familiares, se les sometió a duras condiciones carcelarias.
En mayo de 2003 se apelaron las sentencias en un tribunal de Atlanta, ya que Miami, por su atmósfera de aborrecimiento superlativo de una parte de la comunidad cubana allí, no era el medio donde podía considerarse el caso con justicia. En agosto de 2005 dicho tribunal de Atlanta determinó revocar las condenas y ordenar un nuevo juicio.
Mientras tanto la evidente parcialidad del tribunal miamense, el enconado acoso del sector extremista de los exiliados cubanos, la indudable injusticia cometida provocó que se despertara una ola de solidaridad mundial con los condenados. Existen más de doscientos comités por la libertad de los cinco en setenta y cinco países. Mil quinientas personalidades de todo el mundo, entre ellos seis Premios Nobel, han firmado un documento que exige poner término a la arbitraria situación y reclama la libertad de los cinco convictos. El escándalo mundial causado por este desafuero, atizado por el rencor de los cubanos intransigentes de Miami, ha demostrado la evidente ilegalidad de la infamia concebida contra los Cinco que solamente pretendieron defender su país.
En Cuba se confía que los cinco algún día volverán a su patria. Todos están persuadidos que el atropello de la legalidad del régimen de Bush no puede ser indefinido.
En algún momento de su historia el pueblo estadounidense tomará conciencia de los abismos a donde ha sido conducido por el gobierno de las petroleras y llegará una administración que actúe con sensatez. Entonces la justicia se abrirá paso y los cinco, que permanecen secuestrados de manera injustificada, podrán ser, finalmente, liberados.
Lisandro Otero.
Escritor y periodista cubano.
Presidente de la Academia Cubana de la lengua.
Premio Nacional de Literatura.
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