Mis Amores
Soneto Pompadour
Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
Las vidrieras de múltiples colores,
Los tapices pintados de oro y flores.
Y las brillantes lunas venecianas.
Amo también la bells castellanas,
La canción de los viejos trobadores,
Los árabes corceles voladores.
Las flébiles baladas alemanas.
El rico piano de marfíl sonoro,
El sonido del cuerno en la espesura,
Del pebetero la fragante esencia,
Y el lecho de marfíl, sándalo y oro,
En que deja la virgen hermosura
La ensangrentada flor de su inocencia.
El Arte
Soneto
Cuando la vida, como fardo inmenso,
Pesa sobre el espíritu cansado
Y ante el último Dios flota quemado
El postrer grano de fragante incienso;
Cuando probamos, con afán intenso,
De todo amargo fruto envenenado,
Y el hastío, con rostro enmascarado,
Nos sale al paso en el camino extenso;
El alma grande, solitaria y pura
Que la mezquindad realidad desdeña,
Halla en el Arte dichas ignoradas,
Como el ación, en fría noche oscura,
Asilo busca en la musgosa peña
Que inunda el mar azul de olas plateadas.
En el mar
Soneto
A bierta al viento la turgente vela
Y las rojas banderas desplegadas,
Cruza el barco las ondas azuladas,
Dejando atrás fosforecente estela.
El Sol, como lumínica rodela,
Aparece entre nubes nacaradas,
Y el pez, entre las ondas sosegadas,
Como flecha de plata rauda vuela.
¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
Por el largo sendero recorrido
La muda soledad del frío polo.
¿Qué importa vivir en tierra extraña
O en la patria infeliz en que he nacido,
Si en cualquier parte he de encontrarme solo?
A un crítico
Yo sé que nunca llegaré a la cima
Donde abraza el artista a la Quimera
Que dotó de hermosura duradera
En la tela, en el mármol o en la rima;
Yo sé que el soplo extraño que me anima
Es un soplo de fuerza pasajera,
Y que el Olvido, el día que yo muera,
Abrirá para mí su oscura sima.
Más sin que sienta de vivir antojos
Y sin que nada mi ambición despierte,
Tranquilo iré a dormir con los pequeños,
Si veo fulgurar ante mis ojos,
Hasta el instante mismo de la muerte,
Las visiones doradas de mis sueños
Nostalgias
I
Suspiro por las regiones
Donde vuelan los alciones
Sobre el mar
Y el soplo helado del viento
Parece en su movimiento
Sollozar;
Donde la nieve que baja
Del firmamento amortaja
El verdor
De los campos olorosos
Y de ríos caudolosos
El rumor;
Donde ostenta siempre el cielo,
A través del aéreo velo,
Color gris;
Es más hermosa la Luna
Y cada estrella más que una
Flor de lis.
II
Otras veces sólo ansío
Bogar en firme navío
A existir
En algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
Porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
Otra playa, otro horizonte,
Otro mar,
Otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
De pensar.
¡Ah! si yo un día pudiera,
Con qué júbilo partiera
para Argel
Donde tiene la hermosura
El color y la frescura
De un clavel.
Después fuera en caravana
Por la llanura africana
Bajo el Sol
Que, con sus vivos destellos,
Pone un tinte a los camellos
Tornasol.
Y cuando el día expirara,
Mi árabe tienda plantara
En mitad
De la llanura ardorosa
Inundada de radiosa
Clarida.
Cambiando de rumbo luego,
Dejara el país de fuego
Para ir
Hasta el imperio florido
En que el opio da el olvido
Del vivir.
Vegetara allí contento
De alto bambú corpulento
Junto al pie
O aspirando en rica estancia
La embriagadora fragrancia
Que te da el té.
De la Luna al claro brillo
Iría al Río Amarillo
A esperar
La hora en que, botón roto,
Comienza la flor de loto
A brillar.
O mi vista deslumbrara
Tanta maravilla rara
Que el buril
De artista ignorado y pobre,
Graba en sándalo o en cobre
O en marfil.
Cuando tornara el hastío
En el espiritu mío
A reinar,
Cruzando el imenso piélago
Fuera a taitano archipiélaogo
A encallar.
A aquel en que vieja historia
Asegura a mi memoria
Que se ve
El lago en que un hada peina
Los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
Sintiendo toda quimera
Rauda huir,
Y hasta olvidando la hora
Incierta y aterradora
De morir.
III
Mas no parto. Si partiera
Al instante yo quisiera
Regresar. ¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
Que yo pueda en mi camino
Reposar?
Horridum Somnium
Al Sr. D. Raimundo Cabrera
¡Cuántas noches de insomnio pasadas
En la fría blancura del lecho,
Ya abrevado de angustia infinita,
Ya sumido en amargos recuerdos,
Perturbando la lóbrega calma
Difundida en mi espíritu enfermo,
Como errantes luciérnagas verdes
Del jardín en los lirios abiertos,
Ha venido a posarse en mi alma
Aureo enjambre de sacros ensueños!
Cual penetran los rayos de la luna,
por la escala sonora del viento,
En el hosco negror del sepulcro
Donde yace amarillo esqueleto,
Tal desciende la dicha celeste,
En las alas de fúlgidos sueños,
Hasta el fondo glacial de mi alma
Cripta negra en que duerme el deseo.
Así he visto llegar a mis ojos
En la fría tiniebla etreabiertos,
Desde lóbregos mares de sombra
Alumbrados por rojos destellos,
A las castas bellezas marmóleas
Que, ceñidos de joyas los cuerpos.
Y una flor elevada en las manos,
Colorea entre eriales roqueños
El divino Moreau; a las frías
Hermosuras de estériles senos
Qué, cula flores del mal, han caído
De la vida el oscuro sendero;
Emperlados de sangre los pechos
Y encendidos los ojos diabólicos
Por la fiebre de extraños deseos;
A María, la virgen hebrea,
Con sus tocas brillantes de duelo
Y su manto de estrellas de oro
(Y su ninmbo de estrellas de oro)
Centelleando en sus largos cabellos;
A la mística Eloa, cruzadas
Ambas manos encima del pecho
Y tornados los húmedos ojos
Hacia el cálido horro del Infierno;
Y a Eleonora, la pálida novia,
Que, ahuyentando la sombra del cuervo,
Cicatriza mis rojas heridas
Con el frío mortal de sus besos.
Más un día – ¡oh, Rembrandt!, no ha trazado
Tu pincel otro cuadro mas negro –
Agrupados en ronda dantesca
De la fiebre los rojos espectros,
Al rumo de canciones malditas
Arrojaron mi lánguido cuerpo
En el fondo del fétido foso
Donde ariados croajaban los cuervos.
Como eleva la púdica virgen
Al dejar los umbrales del templo,
La mantilla de negros encajes
Que cubría su rostro risueño,
Así entonces el astro nocturno,
Los celajes opacos rompiendo,
Ostentaba su disco de plata
En el negro azulado de cielo.
Y, al fulgor que esparcía en el aire,
Yo sentí deshacerse mis miembros,
Entre chorros de sangre violácea,
sobre capas humeantes de cieno,
En viscoso licor amarillo
Que goteaban mis lívidos huesos.
Alrededor de mis fríos depojos,
En el aire, zumbaban insectos
Que, ensanchando los húmedos vientres
Por la sangre absorbida de mi cuerpo,
Ya ascendían por rápido impulso
Ya embriagados caían al suelo.
De mi craneo, que un globo formaba
Descendían al rostro deforme,
Saboreando el licor purulento,
Largas sierpes de piel solferina
Que llegaban al borde del pecho
Donde un cuervo de pico acerado
(Donde un curov de garras punzantes)
Implacable roíame el sexo.
(Implacable roía mis huesos).
Junto al foso, espectrales mendígos
Sumergidos los piés en el cieno
Y rasgados las ropas mugrientas,
Contemplaban el largo tormento
Mientras grupos de impuras mujeres,
En unión de aterrados mancebos,
Retorían los cuerpos lascivos
Exhalando alaridos siniestros (...)
Muchos días, llenando mi alma
De pavor y de frío y de miedo,
He mirado este fúnebre cuadro
Resurgir a mis ojos abiertos,
Y al pensar que no pude en la vida
Realizar mis felices anhelos,
Con los ojos preñados de lágrimas
Y el horror de la muerte en el pecho
Ante el Dios de mi infancia pregunto:
– Del enjambre incesante de ensueños
Que persiguen mi alma sombría
De la noche en frío silencio,
¿Será el ensueño pasado
el que logre palpar mi deseo
En la triste jornada terrestre?
¿Será el único ¡oh Dios! verdadero?
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