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Cuba |
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Rafaelín: Breve reseña de un corsario nuevitero
Isván Manuel Cano Hidalgo
Desde los mismos días de la conquista se inicia el corso en los mares cubanos.
Precisamente Hernán Cortés, al reunir naves y tripulación para su aventura en México, se apoderó de un barco mercante en el embarcadero de Trinidad, según él mismo, "como gentil corsario".
Existe un período de más de un siglo de duración en el que el corso tanto hispano como criollo es más prolífero en los mares de la Isla.
Entre la toma de Jamaica por los ingleses, en 1655, y la de La Habana, también por los británicos, en 1762, los marinos cubanos y los españoles de la Isla ya cansados de defenderse toman la ofensiva.
Un poco más tarde, allá por 1790, nació en un pequeño pueblo marítimo de las cercanías de Nuevitas, en la actual provincia de Camagüey, quien la historia y también la leyenda recuerdan con el nombre de "Rafaelín", un aventurero que llegaría a convertiste en uno de esos corsarios cubanos.
Fue "Rafaelín" hombre de baja estatura, aunque fuerte y ágil. Decidido, astuto y magnífico conocedor del archipiélago de Sabana, se inició en la vida marítima como práctico para todo el que decidía delinquir por aquellos intrincados parajes de la costa cubana.
Aprovechó el nuevitero uno de los tan frecuentes indultos del gobierno colonial español, y obtuvo una patente de corso para apresar a los barcos negreros que intentaban desembarcar por el litoral que él conocía mejor que nadie.
Pero el recién estrenado corsario, bien lejos de vigilar, perseguir, y capturar a aquellos infractores, se ocupó de todo lo contrario y haciendo de guía para los propios traficantes se enriqueció alentando lo que debía detener.
Con el tiempo en esas andanzas y sintiéndose cada vez más fuerte y protegido por la ley, tomó una docena de filibusteros y a bordo de un guairo tuvo el suficiente atrevimiento de atacar y saquear una goleta inglesa.
Él y sus facinerosos causaron varios muertos y heridos y la furia de los ingleses que no podían dar crédito a lo acontecido.
El gobierno británico obligó a las autoridades españolas en la Isla a perseguir al hasta ese entonces protegido "Rafaelín".
Éste tomó rápido refugio en los vericuetos de la Sabana y, cuando era inminente su localización y captura, quemó su embarcación y desapareció con los suyos en los manglares del litoral.
"Rafaelín" resistió la constante persecución por algún tiempo, hasta que, tras un duro combate con la sanguinaria Partida de Armona, murió a finales del año 1837.
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