Creo que para devolverle la voz a la mulata cubana, esa que bien podría ser la hija desaparecida de nuestra Cecilia Valdés, habría que remontarse a una historia que comienza cuando la negra Saartjie Baartman fue arrancada del seno de la tribu Hotentot, en el Sur de África, y exhibida desnuda ante los ojos del alborozado público que asistía a los llamados "shows" de Londres y París. Luego de pasar cinco años de su corta vida de 35 en esta faena, Saartjie conoció la posteridad a través de los numerosos grabados que se hicieron en esa época de su figura y muy en especial de sus nalgas y órganos genitales. Y es que Saartjie fue traída a Europa con un objetivo muy especial: probar a través de sus "anomalías anatómicas" la superioridad natural de la raza blanca sobre la negra.
Bajo el influjo teórico del Positivismo, filosofía de los hechos que surge como respuesta a la crisis social que trajo consigo la Revolución de 1789, florecen en Europa ciencias basadas en la observación y la recolección de datos empíricos como la Fisiología y la Etnología. Este cuerpo de mujer fue la muestra empírica privilegiada por numerosos científicos para estudiar las diferencias y anomalías anatómicas de la raza negra, generando una serie de teorías que justificaron el racismo.
Estos discursos generados en el centro europeo llegaron con relativa rapidez a las colonias españolas en América. Haciéndose eco de ellos podemos encontrar al escritor Benjamín de Céspedes, de profesión médico, quien trabajaba en el Hospital de Higiene de La Habana, institución de salud abierta en 1873 que se dedicó a recluir y "curar" a las prostitutas enfermas de la ciudad. El libro de Céspedes, La prostitución en la ciudad de La Habana, publicado en 1888, es fruto documentado de esta experiencia. También el libro de Eduardo Ezponda, La mulata, estudio fisiológico, social y jurídico, aparecido en 1878, resulta de particular interés. Aunque hace más justicia a la mulata al estudiarla como sujeto social, sus observaciones terminan entrampadas en el determinismo biológico.
Pero anteriores al momento de circulación de estas imágenes seudocientíficas puestas en circulación por fisiólogos y antropólogos, existía y siguió existiendo, al menos en Francia, un discurso mítico sobre la mujer negra nativa de las colonias, que fue la fuente de numerosas obras literarias y pictóricas realizadas bajo los modelos del Romanticismo. Esta tendencia a estilizar el exotismo de la naturaleza colonial, exaltando su belleza y su ardiente sensualidad, fue roturada bajo el nombre de Orientalismo por el estudioso Edward Said, quien demostró posteriormente cómo este modo de acercamiento al otro nativo no dejaba de ser otra forma de control de la mentalidad blanca colonialista.
Cabría plantearnos ahora una pregunta retórica: ¿Por qué fueron estos discursos foráneos y no la mitología yorubbá trasplantada a nuestra tierra desde hacía dos centurias, ingrediente fundador de la nacionalidad cubana según Fernando Ortíz, los que predominaron en la conformación de la mulata que se moldeó en el siglo XIX?
No creo ocioso que en medio de la batalla por la independencia nacional que se libraba entre criollos y españoles durante la segunda mitad del siglo XIX, cualquier mecanismo de control y sometimiento de las fuerzas subversivas cubanas iba a ser utilizado por la parte española, todavía en dominio de la economía y de las instituciones políticas de la Isla. No debe extrañarnos que el arte publicado y promovido y que las ideas circuladas dentro de la colonia fueran aquellas donde lo negro y lo mulato quedaban ridiculizados, anulados como agencia de un pensamiento marginal, pero potencialmente subversivo. No sólo era la amenaza de otro Haití, era también del Otro ser que representaba para el blanco español la africanidad, con su fuerte panteón de dioses, cuyos modelos, de seguirse, podían generar conductas colectivas profundamente perturbadoras dentro de la "siempre fiel Isla de Cuba".
De una parte la censura y el menosprecio de lo africano en un país de mentalidad racista; de otra el ocultamiento, como protección, de las fuentes autóctonas de este saber. Todo ello explica que las referencias a la diosa Ochún que aparecen en la imagen artística de la mulata cubana, sean aquellas que la describen como una mujer sensual, coqueta, apasionada, colérica y vengativa, cualidades asociadas con la mitología de la "Venus Noire" o con el salvajismo atribuido a la raza negra. Los virtudes curativas de Ochún, su don de fertilidad, sus "caminos" como mujer vieja, sabia, algunas veces rica y otras pobre, fueron desechados. Por supuesto, la mulata debería ser eternamente joven, ardorosa, a la vez desposeída y ambiciosa, todo lo que justifique el atractivo incontrolable que ejerce sobre el hombre blanco y explique la disposición erótica de él hacia ella como respuesta a una provocación.
Mi intención es apuntar el empobrecimiento de estos aspectos míticos en favor de la formación de una imagen estereotipada l. La mulata, desde que surge en la cultura cubana como icono o como figura literaria, viene lastrada por la fijeza de los significantes que la representan. Si la imagen es gráfica veremos un cuerpo bien formado, pero vulgar en sus gestos, dotados de relieve los atributos físicos de la sexualidad como los senos y las nalgas, en pose de exhibicionismo frente a un posible voyeur, vestida provocativamente, con rostro de rasgos lascivos que no suele mirar directamente al público sino que concentra toda su atención en el hombre que la requiebra. Si es un personaje literario será una mujer de desenfrenada sexualidad, comportamiento amoral, vaga, amante del desorden, las diversiones en exceso, ambiciosa y oportunista, e incluso en algunos casos proclive a enfermedades venéreas o nerviosas como fruto de su condición racial inferior e impura. Permítaseme ejemplificar estas últimas afirmaciones con una referencia a la novela Cecilia Valdés o la Loma del Ángel (1882), y al relato Cecilia Valdés, publicado por su autor Cirilo Villaverde, en 1839, en la revista La Siempreviva. Veamos la caracterización de esta Cecilia en este texto:
Había arribado Cecilia a los catorce años de edad, que cumplió por febrero de 1830 y estaba tan encantadora, que mereció ser distinguida entre sus admiradores con el sobrenombre de Virgencita de Bronce...
Se alude, en una referencia cruzada, a dos mitos: la "Venus Noire" de la tradición exotista europea, y la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de la Isla de Cuba, conocida entre la raza negra como la reencarnación del mito de Ochún (Villaverde, 1830: 233). En una más detallada descripción de su físico nos dice:
...verdaderamente el rostro de esta niña singular era un modelo acabado de belleza. Su cabeza, un tanto comprimida las sienes, poblada de una cabellera negra, lustrosa como totí y espesísima que desataba en hermosos tirabuzones, parecía de las muchachas que se atribuyen al diestro pincel de Urbino. A esto se une la frente ancha y tersa, las cejas arqueadas formando casi ángulo en que arrancaba la pequeña nariz de cordón, junto con dos ojos grandes relampagueando bajo las luengas pestañas, le comunicaban una bizarría y animación difícil de retratar. !Oh! y su mirada era rápida, penetrante, dura si se quiere; pero aquella su boquilla encajada, aquel labio casi siempre soliviantado, como para dejar entrever unos dientes parejos y blancos, lo echaban todo a perder; no porque le quitasen la expresión de gloria anunciada en su sonrisa, sino porque ¿quién iba a temer una repulsa agria de una niña cuyos labios parecían dispuestos a disculpar cualquier atrevimiento en gracia a sus perfecciones? (Villaverde, 1832: 234).
Si nos proponemos una rápida comparación de los rasgos físicos y morales de las dos Cecilias veremos que la de 1882 se hace más morena, con mas años, y también más vulgar. No tocará el arpa y será capaz de sonsacar a Leonardo lejos de huirle. Mientras que a la Cecilia de La Siempreviva se le justifica su comportamiento por la influencia social y la falta de buena educación: "Hubiese tenido a la vista ejemplo de moralidad y menos escenas populares, mas sujeción, y menos holganza, y no le hubieran despertado tan temprano sus arrebatadas pasiones" (248), el determinismo racial es más obvio en la Cecilia madura de la novela de 1882, al punto que le hace afirmar al autor:
Porque a una frente alta, coronada de cabellos negros y copiosos, naturalmente ondeado, unía facciones muy regulares, nariz recta que arrancaba desde el entrecejo, y por quedarse algo corta alzaba, un si es no es, el labio superior, como para dejar ver dos sartas de dientes menudos y blancos. Sus cejas describían un arco y daban mayor sombra a los ojos negros y rasgados, los cuales eran todo movilidad y fuego. La boca la tenía chica y los labios llenos, indicando más voluptuosidad que firmeza de carácter. Las mejillas llenas y redondas y un hoyuelo en medio de la barba, formaban un conjunto bello, que para ser perfecto, sólo bastaba que la expresión fuese menos maliciosa, si no maligna (Villaverde, 1882: 16).
Obsérvese el notable parecido que acusa esta descripción literaria con la forma en que describen a Ochún cubanos fieles de la orisha, entrevistados por Lydia Cabrera:
En vez de pachanga, matanceros descendientes de "egbados", como Atilano, la llamaban Afaradi Iyá, que quiere decir, según él, Puta Madre. Estos le atribuían las formas plenas, los rasgos finos de la nariz, la boca carnosa, los ojos vivos—oyú fofo—, que les habían pintado los viejos como el tipo ideal de las mujeres de su tribu (Cabrera, 69).
Todo parece indicar que mientras más cercana está Cecilia del fenotipo negroide, más fácil resulta para el autor atribuir a su natural perversión el curso de los acontecimientos. Nótese en nuestros subrayados un lenguaje menos metafórico y más cercano a la retórica descriptiva heredada de la medicina de la época, que asocia lo físico al carácter de manera determinista. Así, aunque quizá no estuviera en su intención, Villaverde estaba desviando la atención de su lector del imperante racismo que dominaba la época y que es el motivo principal de la tragedia que suscitan los amores de la mulata con el señorito blanco Leonardo de Gamboa, para más desgracia su hermano natural por una historia de previo concubinato entre el señor Gamboa y la madre de Cecilia. La transformación del método literario del autor, que va de la filiación con el romanticismo y el costumbrismo a un realismo de connotación social, es coherente con la evolución ideológica de Villaverde hacia el independentismo que lo condujo al exilio en los momentos en que escribía la versión definitiva de Cecilia. Sin embargo, nótese que no opera aquí la correspondencia lógica entre una mayor conciencia por parte del escritor sobre los problemas del país, que lo convierte en un anticolonialista y abolicionista, y el consecuente rechazo esperado a la ideología que sobre el sexo y la raza impone el estatus colonial que en lo político rechaza. No sólo esto demuestra cuanto más profunda e inconscientemente se arraigan los prejuicios sexistas y racistas respecto a ideologías políticas o de clase, sino la dificultad misma que podía encontrar el escritor para encontrar modelos literarios, dentro de la época, que puedan exponer una ruptura o al menos una crítica a dichos prejuicios. La audacia de Cecilia sólo pudo tener lugar entre las esquinas de una plaza pública de la Habana Vieja. Jamás podría el personaje ir a buscar a su amante Leonardo a las aulas de la Real y Pontificia Universidad de La Habana, donde estudiaban los hijos de españoles y de criollos ricos. La subversión o la resistencia posible en estos personajes de mulatas está dictada y trazada por su condición de sujetos marginales de una sociedad colonial.
Pero aún más si consideramos que la mulata surge de la unión carnal del blanco español y la negra africana, no podemos olvidar que dicha unión se produce por el uso de la fuerza y el poder, debido a violaciones, a seducciones alevosas, o a actos de naturaleza incestuosa entre padres blancos y sus hijas mulatas no reconocidas o hermanos blancos con sus hermanastras bastardas.
Una lectura sicoanalítica feminista en este proceso histórico de mestizaje nos permite constatar que la instancia negra fue reprimida, tornándose silencio e invisibilidad, cuando no amenaza, al no encontrar su verdadero espacio de identidad dentro del nuevo símbolo que no la asimila. El cuerpo violado, la espiritualidad y las tradiciones de la madre negra Ochún, debieron ser negadas por su hija mulata para funcionar bajo "la ley del Padre", incorporarse a una sociedad que le abre otros espacios de mayor realización, dados el blanqueamiento de su color y la circunstancia de la gradual abolición de la esclavitud.
¿Qué otra cosa sino el apellido Gamboa era lo que buscaba Cecilia, de Cirilo Villaverde, al tratar de seducir a Leonardo, que resultaba ser por simbólica paradoja el hijo blanco y reconocido legalmente que le usurpaba a ella, la hija mulata y bastarda, el apellido que Don Cándido, el padre de ambos, le negó a ella? Si Cecila se hubiera apellidado Gamboa su fortuna hubiera sido otra, sueña la mulata, y en pos de esa esperanza, ciega frente a su destino, como Edipo, comete incesto que el padre castigará con el encierro. No casualmente, este coincide con el reencuentro casual con la madre negra, recluida en un hospicio por órdenes también del padre, y a la que ella desconocía pero también negaba; sólo en el espacio alienado de la locura y la privación de la libertad civil le es permitido a madre e hija reunirse, aspecto sobre lo cual, significativamente, el escritor Villaverde guarda silencio y mantiene una extraña vaguedad en su escritura hasta entonces precisa y verista. Ningún otro personaje más fantasmagórico que esta madre, relegada al olvido y al encierro.
Si recurrimos a la interpretación sicoanalítica de Luce Irigaray sobre el proceso de nacimiento y socialización del individuo mujer, veremos que en sus términos la separación Madre-Hija ocurre simbólicamente cuando se le impone a la recién nacida el apellido paterno, lo cual la introduce en el mundo del lenguaje y la socialización, todo regreso al "cuerpo a cuerpo" con la madre es signo de regresión a lo natural, a lo fetal, a lo irracional e interpretado como el hundimiento en un mundo carente de significación e identificable con la locura.
Esta lectura no sólo es iluminadora para la novela de Villaverde, sino que nos revela el envés de la trama en la historia de la mulata, su lucha por arribar al mundo blanco es simultáneamente la negación de su mundo negro, femenino materno. Si colocamos a la mulata en el lugar simbólico de la nación en que la situó el arte del siglo pasado, pudiera afirmarse que esa búsqueda de identidad que implica el surgimiento y consolidación de una nación en el caso cubano, estaba signada por este movimiento de afirmación hacia el mundo Occidental, significado por los valores blancos y españoles, sobre la base del matricidio del mundo negro.
La mulata, fruto de esa encrucijada, es un sujeto sin voz porque el padre blanco solo transferirá el lenguaje conjuntamente con el apellido que no se mezcla con la bastardez y que se reserva para la herencia pura, tal y como la recomendaría la medicina eugenésica en boga en este siglo; pero tampoco heredará el lenguaje presimbólico del "cuerpo a cuerpo" con la madre a la que se ve obligada a repudiar, si quiere que el blanqueamiento de su piel se complete y se produzca su integración social dentro de una sociedad racista como fue la Cuba colonial. Por eso la mulata, para decirlo con palabras de Kuzinzki:
... may be the signifier of Cuba's unity-in-racial-diversity, but she has no part in. For the mestizo nation is a male homosocial construct premised precisely upon the disappearance of the femenine" (Kuzinski: 165). ("...podría ser lo más significativo de la unidad de Cuba en la diversidad racial, pero no cuentan con ella para nada. Pues la nación mestiza es un sistema predominantemente masculino y homosocial basado precisamente en la desaparición de lo femenino").
Devolver la voz al texto de la mulatez inscrito simbólicamente sobre un cuerpo de mujer puede ser una manera liberadora de releer la nación cubana, donde la hibridez deje de ser una utopía de conciliación de razas 2.
1 He estudiado este efecto de racismo y sexismo en la metáfora de la mulatez también en las marquillas de tabaco y cigarro en mi texto: "Entre el mito y el estereotipo: la imagen de la mulata en la cultura cubana en el siglo XIX, un símbolo truncado de nacionalidad". Presentado a Florida Press como capítulo de la antología Cuba: the elusive island, Ed. Damián Fernández y Madeline Cámara.
Aunque un recorrido abarcador por la imagen de la mulata en la cultura cubana, del XIX a nuestros días, desborda las posibilidades informativas que da una nota al pie, quisiera señalar que, a mi juicio, es el teatro la única manifestación artística donde se ha dado a la mulata la dignidad de una voz propia. Por supuesto, habría que comenzar con la mulata Rita en La Trichina y anotar luego como con las zarzuelas, género musical y dramático que tuvo su apogeo en la década del 30 al 40, las mulatas de la narrativa costumbrista adquirieron un estatuto de personaje trágico que se acentuaba por una razón de carácter formal: el protagonismo que exigía de una voz potente y una figura atractiva.
Sin embargo, a mi juicio, la verdadera condición de personaje trágico no la alcanza la mulata hasta la creación de los personajes de "La Jabá" y "La Santiaguera", en la obra teatral de Carlos Felipe Requiem por Yarini,(1959), donde se funden elementos del ritual religioso africano con cánones clásicos del teatro español del Siglo de Oro. A este empeño le siguen Santa Camila de La Habana Vieja, de José Triana, y María Antonia, de Roberto Blanco (véase Antología del teatro cubano contemporáneo, de Juan Carlos Espinosa). Sería interesante conocer la reciente obra del autor Abelardo Estorino, Parece blanca, que podría añadir una reflexión dentro de este tópico. En otros géneros como la narrativa, dentro del período republicano (1902-1959), la mulata aparece como parte de ambientes marginales como el solar, piénsese en la novela Mersé, de Félix Soloni; o al servicio doméstico, en el relato largo Libro de amor, de Alfonso Hernández Catá, ambas de 1924. En el llamado período revolucionario (1959 hasta nuestros días), el personaje no alcanza el nivel de dignificación que sería de esperarse acorde con las reivindicaciones sociales que adquiere como sujeto social, al menos por ley. Esto ha sido estudiado por Roberta Slaper en "Gender and Ideology" in Caribbean Narratives, Critical Studies.Vol.3 No.1 (1991): 166-187.
En la poesía de este período, la mujer negra sólo logra voz en los textos escritos a su vez por mujeres negras como Nancy Morejón y Georgina Herrera. Aunque se trata de dos manifestaciones culturales fuera de nuestro marco de referencia, conviene un breve comentario sobre los espectáculos de cabaret y el cine, debido a la gran visibilidad que adquiere en ellos el cuerpo de la mulata. En el primero, Cuba comenzó siguiendo las pautas dictadas por Broadway y París, que aportaron diferentes modos de acercamiento a la figura femenina negra, pero sin rebasar el tratamiento estereotipado de su sensualidad. En el cine republicano, la mulata fue ignorada como personaje y sólo se le encontraba en películas musicales dentro del papel de rumbera; en el período actual ha alcanzado roles protagónicos en Cecilia, de Humberto Solá, y María Antonia, de Sergio Giral. Uno de los más auténticos personajes femeninos se debe a la única directora de cine mujer de este período: Sara Gómez, con su "Hasta cierto punto", película de la fallecida cineasta. (Ver: The Cuban Image de Michael Chanan).
2 En este empeño un soporte teórico puede encontrarse en las ideas que Severo Sarduy desarrolló sobre la comentada hibridez cubana: Véase sus libros: Escrito sobre un cuerpo y el capítulo titulado "Dolores Rondón", en De dónde son los cantantes. Una crítica al concepto de hibridez la realiza Jorge Klor de Alva en su "The Postcolonization of the (Latin) American Experience: A Reconsideration of 'colonialism', 'Postcolonialism', and 'Mestizaje'", en After Colonialism: Imperial Histories and Postcolonial Displacements. Recientemente han aparecido trabajos que cuestionan aspectos de las teorías de Ortiz. Por ejemplo: Ricardo Castell: "Ficción y nacionalismo económico en el Contrapunteo cubano de Fernando Ortiz" en Journal of Interdisciplinary Literary Studies 4 (1992): 55-70 y Enrique Patterson en "Cuba: discursos sobre la identidad" en Encuentro de la Cultura Cubana 2 (1996): 49-68. Gustavo Pérez Firmat en The Cuban Condition, realiza una muy sugestiva lectura de la identidad cubana a partir de los criterios orticianos.
Pero también las propias imágenes artísticas contradicen el sincretismo de lo cubano a través de la mulata; compruébese el efecto de polarización visual en la imagen titulada "Isla de Cuba", de Landaluce, que representa a la nación mediante un cuerpo de mujer mitad blanco y mitad negro. Véase: Juan Palomo (Semanario satírico y literario) Año IV. La Habana, 30 de noviembre de 1873. (p.382, numerada incorrectamente 338) o en el poema La mulata, de Creto Gangá, construido sobre la base de metonimias excluyentes entre sí:
Es un compuesto de todo,
es entre hereje y cristiana,
es como su misma piel,
entre negra y entre blanca;
es lo mismo que la trucha
que fluctúa entre dos aguas;
pulga que quieta atormenta
y pacífica si salta;
pimiento que visto, gusta,
y que comido da rabia... (Kuzinski, 35)
Obras referidas y citadas
Cabrera Lydia: Yemayá y Ochún. Ediciones Universal. Miami, 1981.
Castellanos, Isabel/Castellanos, Jorge. Cultura Afrocubana. 4 t. Miami: Ediciones Universal, 1988.
Gilman, Sander L. "Black Bodies, White Bodies: Toward an Iconography of Female Sexuality in Late Nineeenth- Century Art, Medicine, and Literature". Critical Inquiry 12 (1985): 204-242.
Hall Stuart. "The Local and the Global: Globalization and Ethnicity". Dangerous Liaisons. Minneapolis: Minnesota UP, 1997.
Kutzinski, Vera. Sugar's Secrets: Race and the Erotics of Cuban Nationalism. Charlotessville: Virginia UP., 1993.
Martínez- Alier, Verena. Marriage, Class, and Colour in Nineteenth Century Cuba: A study of Racial Attitudes and Sexual Values in a Slave Society. Ann Arbor: Michigan UP., 1989.
Nederveen, Jan. White on Black. Images of Africa and Blacks in Western Popular Culture. New Haven.: Yale UP., 1992.
Villa, Miguel de (ed) Colección de artículos: Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género, obra ilustrada por Víctor Patricio de Landaluze, La Habana: Imprenta del "Avisador Comercial", 1881.
Villaverde, Cirilo. Cecilia Valdés o La loma del Ángel. La Habana: Instituto cubano del libro, 1972.
© Copyright Revista Hispano Cubana HC 1998