Cuba

Una identità in movimento


El patrimonio cultural del cafetal nos enriquece

Marta Rojas


El cafetal forma parte del mestizaje cubano y en gran medida, no suficientemente evaluada, del mestizaje cultural y artístico de Cuba. Su patrimonio cultural nos enriquece. Forma parte también del desarrollo agrotécnico y de ingeniería y arquitectura rural de la más extensa región del archipiélago y de otras en el país. Le corresponde a los hombres y mujeres que plantaron el café como fruto comercial, la construcción de casi todos los caminos de la Sierra Maestra y las montañas guantanameras — en primer lugar —, convertidos hoy en su inmensa mayoría, en carreteras y terraplenes.

La irrupción del café realizó el "milagro" de poblar las montañas desdeñadas por los españoles, con excepción de quebradas cerca de, o en zonas urbanas.

La venta a granel, la maceración en pilones en las casas, el envasado y la exportación del grano resultaron una revolución agroindustrial en Cuba. De todo ello quedaron para mostrarlo al mundo, no ya el hábito de tomar una taza de café, sino hermosos monumentos en piedra y maderas preciosas ubicados en los techos de las montañas, no solo de la Gran Piedra.

La UNESCO acaba de sancionar un muestrario de cafetales de la antigua provincia de Oriente, como Patrimonio de la Humanidad. Marta Arjona, presidenta del Consejo de Patrimonio de Cuba, llevó la proposición argumentada y calzada con imágenes, al Comité Patrimonial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que sesionó en Australia. En ningún otro lugar del mundo se han conservado edificaciones y entornos semejantes.

Tanto mérito tiene este reconocimiento universal para la cultura nacional, como las gloriosas medallas que ganaron nuestros deportistas en las Olimpiadas. La razón la encontramos en un hecho común: tanto la preparación de nuestros atletas, como la profunda investigación de terreno, bibliográfica y argumentación histórica de la muestra de los cafetales franceses han sido posibles gracias al talento de especialistas, encabezados por la doctora Marta Arjona y el interés de la Revolución en la cultura.

No se aprecia suficientemente, fuera de los círculos de estudiosos y de las poblaciones orientales sobre todo, la importancia de los cafetales como centros de cultura arquitectónica, científica, técnica y la vial. Desde el comienzo mismo de la Revolución de Haití — la primera revolución victoriosa en América Latina y el Caribe, llevada a cabo por los esclavos —, los colonos franceses de Saint Domingue, mucho más cultos en todo sentido que los españoles, rezagados estos últimos en la historia del progreso en Europa, comenzaron a refugiarse con sus esclavos, y no pocos libertos por obra y gracia de la Revolución, en la antigua provincia de Oriente, en Cuba, como era identificada su capital hasta el siglo XIX.

En los terrenos que les vendió el gobierno español a precio irrisorio, los colonos franceses construyeron las casas familiares y los espacios propios de la agroindustria del café con la técnica, comodidades y opulencia a que estaban acostumbrados. Entre los recién llegados a suelo cubano estuvieron el pionero en las compras de tierra, monsieur Prudencio Cassamajour Forcade y su compatriota Luis de Belle Grande, junto al moro afrancesado Jean Jeanjaque, que como pocos supo alcanzar muy pronto el camino a la costa de embarque desde las más elevadas montañas de la Sierra Maestra[1].

Los técnicos en construcción se apoyaban en calificados operarios esclavos o libertos de Saint Domingue mucho mejor preparados que los de la Isla, cuyos amos vivían de espaldas al trabajo, ocupados en la burocracia, las armas, el clero y el negocio negrero, y se abochornaban de tareas o profesiones "viles," como las que requerían las plantaciones de café.

Varias edificaciones propias de la cultura del café son el mejor ejemplo con el ordenado español donde aún hoy pueden apreciarse las sofisticadas herramientas de trabajo para esa época, y otras ventajas más proliferaron y sedimentaron una cultura que fácilmente se mezcló en la base con la que se iba formando en Cuba. Los negros bailaban minué como sus amos franceses, sin desconocer los ritmos africanos y estas modalidades de la música se mezclaron con las que ejecutaban los esclavos y libertos en Cuba. En Santiago se levantaron teatros en el barrio del Tivoli; se introdujeron pianos de cola; la calle de Gallo "Rue de Cob" se transformó en un centro comercial de primer orden, donde los joyeros de altísima calidad fabricaban abalorios de oro, tallaban diamantes y la artesanía más fina del metal se elaboró en Cuba, entiéndase Santiago de Cuba.

Con los cafetales llegaron también las ideas filosóficas y políticas avanzadas a las cuales, por lo regular, únicamente cubanos ilustrados del occidente de la Isla podían acceder y difundir, pero además el ejemplo concreto, palpable y oral de la experiencia directa sobre cómo se hacía, y qué representaba una revolución. Estas llegaban a la base más popular. La vasta red de caminos entre cafetales, y transporte de la carga del grano hasta el mar, coadyuvaron y también forman parte de este rescate patrimonial. Léase lo que escribió el viajero norteamericano Samuel Hazard quien anduvo por esos caminos abiertos por los negros de Haití, interpretando perfectamente los planos de ingenieros franceses:

Es un espectáculo nuevo y atrayente ver esas largas hileras de mulas descendiendo por las faldas de las montañas, cargadas con sus curiosos bultos, caminando ya de un lado, ya de otro, siguiendo las vueltas del romántico camino, con la vistosa apariencia de la mula delantera que sirve de guía a las demás, el sonido musical de sus campanillas y los gritos de los muleros.

Los cafetales franceses rescatados para el patrimonio de la Humanidad realizaban el proceso completo del beneficio del grano: secado, descascarado, trilla y pulida en el moulin, o tahona, los secaderos, el horno de cal y el acueducto pluvial o fluvial. El agua represada se distribuía por canales, salvándose los desniveles de las montañas con viaductos y arcadas. La Metrópoli asustada por la multiplicación de estos cafetales e influencia social y pujanza económica francesas que generaban, decidió un día expulsar miles de galos, los que embarcaron hacia Nueva Orleans, pero pronto estuvieron de vuelta, imbricándose definitivamente en la cultura cubana.


    Nota
      [1] Mencionados en la novela "El columpio de Rey Spencer", de la autora (Editorial Letras Cubanas).



Fuente: http://www.granma.cu/


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