La irrupción del libro en la vida cultural cubana de la medianía de los sesenta fue una especie de huracán. Se habló, con justeza, de novedad y ruptura: a la literatura testimonial le nacía un vigoroso afluente original, por el que corría la excepcional huella de un héroe hasta entonces eclipsado por el canon literario oficial y la fibra poética de un autor que ponía en juego depurados recursos expresivos en función de la verosimilitud del relato.
Si en México, una década atrás, Ricardo Pozas, con su Juan Pérez Jolote, lograba condensar en un personaje la sobrevivencia de la cultura tzotzil, y en Brasil se publicaba seis años atrás el diario de la "favelada" Carolina María de Jesús (Quarto do despejo) — ambos puntos de giro en la concepción del testimonio literario en las letras latinoamericanas —, Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, consumaba el salto de calidad de un rico filón narrativo que conjugaba al más alto nivel el documento antropológico con la creación poética.
En el prólogo a la edición conmemorativa del cuadragésimo aniversario del libro que Letras Cubanas acaba de poner en circulación, Rubén Zardoya resume ese costado novedoso con la siguientes palabras:
"El rigor y la libertad del modo de pensamiento realizado por Miguel Barnet radican en esa ancha y difícil modestia del espíritu creador que consiste en callar y dejar que sea el objeto quien cuente su propia historia, se trueque en sujeto, desenvuelva en sí mismo sus propias distinciones, haga de sí mismo un libro y se ponga por sí mismo a disposición de los lectores. ¡Tanto más cuanto que ese objeto es un hombre y más que un hombre, es historia viva y fecunda!"
Sin embargo, a cuatro décadas de la aparición de Biografía de un cimarrón, me atrevería a decir que su lectura hoy nos lleva indeclinablemente a resaltar el tránsito de la novedad a la necesidad.
El espíritu de Esteban Montejo es el de la resistencia y la dignidad. Un espíritu que arde como llama irradiante en la historia y la cultura cubanas, y que alimenta nuestro destino actual. Como hubiera dicho el historiador Juan Pérez de la Riva — quien, por cierto, consideró el libro como "el testimonio más importante publicado sobre las postrimerías de la esclavitud y la vida de los campos de Cuba libre" —, Barnet le dio voz a un hombre que de otro modo no hubiera entrado en la historia, pero sin el cual tampoco tuviera sentido nuestra identidad. Biografía de un cimarrón nos enseña que el pasado no es construcción utópica, sino raíz que nutre la futuridad de nuestro cuerpo social.
Sus páginas — es decir, la impronta de Esteban Montejo — deben estimularnos a cuidar nuestra memoria histórica, a velar por el legado de lo que fuimos para saber quiénes somos y lo que queremos ser. Más que un ejercicio literario de ribetes extraordinarios, Biografía de un cimarrón nos conduce a pensar en cuánta deuda tenemos todavía con la gente humilde — negra, blanca, mestiza, china; de África y España, de América y Asia — que formó el crisol de nuestra nación, que la seguirá conformando.
Al releer por estos días el libro de Miguel, mi primer impulso fue buscar un poema de Bertolt Brecht que viene a cuento:
"¿Quién construyó el Tebas de las siete puertas?
En los libros constan los nombres de reyes.
¿Llevaron los reyes los bloques de piedra a cuestas?
Y la repetidamente destruida Babilonia,
¿quién la volvió a reconstruir?
¿En qué casas vivían los constructores de la Lima
que brillaba como el oro?
¿Adónde fueron los albañiles la noche en que
fue terminada la muralla china?"
Fuente: Granma Diario
http://www.granma.cubaweb.cu/2006/12/18/cultura/artic02.html
La Habana, lunes 18 de diciembre de 2006. Año 10 / Número 350