Enarbolaba en la palma de la mano un fino collar de cuentas blancas, o sea, un eleke. Y dicho esto, lo volvió a guardar.
Precursor de la que él mismo dio en denominar novela-testimonio, vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y diputado a la Asamblea del Poder Popular... este hombre parece tener algún dilema con el tiempo, sino ¿por qué vive rodeado de tantos relojes en su casa?
Relojes verticales, horizontales, digitales, mecánicos, de pulsera que dan la hora de dos países al unísono... Y ese voluminoso ejemplar de Bremen, año 1879, presidiendo el comedor, y cuyas campanadas remarcaban cada respuesta suya, confiriéndoles una resonancia casi sacrosanta.
En su apartamento del Vedado, ajeno a cualquier impostura, Miguel Barnet leyó con detenimiento las preguntas de mi cuestionario y, al responderlas oralmente, fue ensartándolas como si fueran cuentas de ese collar-ofrenda a la más alta de las deidades yoruba.
Tal vez nuestra Isla sólo admita ser definida metafóricamente, como lo hizo en su momento Fernando Ortiz: "Cuba es un ajiaco, ante todo, una cazuela abierta. Eso es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos... cazuela singular la de nuestra tierra, que ha de ser de barro, muy abierta..."
¿Se propone la Fundación Fernando Ortiz, que usted preside, una visión crítica de la obra de este sabio cubano?
La Fundación Fernando Ortiz es un proyecto que yo calificaría de ecuménico y ambicioso. Lleva el nombre emblemático de quien considero ha sido el intelectual más útil en la ciencia y cultura cubanas de este siglo.
Ortiz fue un pionero en la antropología social, siendo como fue un autodidacta. Su obra es insuperable porque abrió muchas brechas, porque logró revalorizar tantas cosas, que quien venga detrás tiene un camino despejado, trillado, en el tema de la identidad nacional.
Creo que nadie ha indagado como él dentro de esa cazuela y ese ajiaco en perenne cocción, ni siquiera los estudiosos más actuales desde diferentes ópticas: sociológica, psicológica, política... Por lo que la visión crítica que hoy tengamos de su obra, con los instrumentos y recursos que en la actualidad poseemos, necesariamente deberá ser una visión crítica constructiva que parta de la admiración y respeto por el legado de un descubridor.
Por otra parte, la Fundación no sólo se ocupa de la obra de Ortiz, de quien hemos publicado la biobibliografía, la cronología y algunos textos, sino que también ha rescatado libros de autores coetáneos suyos como Perioca sociográfica de la cubanidad, de Elías Entralgo, y El romance en Cuba, de Carolina Poncet, por citar sólo dos ejemplos. Obras que estaban olvidadas y que vieron la luz en su época con tiradas muy reducidas. Además, publicamos a investigadores contemporáneos como Enrique Sosa, Jesús Guanche y otros.
Nos ocupan tres proyectos básicos de estudio: nuestra raíz africana, nuestra raíz hispana y la raíz asiática (sobre todo el tema chino).
¿Puede decirse que prima el legado de Ortiz como etnólogo?
Si fuéramos a clasificarlo, yo diría que llamar a Ortiz etnólogo, sociólogo... es muy poco. Él se graduó de Derecho, era abogado, y dentro de esa carrera hizo destacados aportes como el código penal, la ley de servicio militar obligatorio, un código laboral, leyes de reforma educacional...
Indagó empíricamente en aspectos marginales de la cultura cubana desde una óptica antropológica, partiendo primero de la antropología criminal (que era lo que estaba de moda en Europa) y, después, madurando, superando algunos conceptos, entrando en corrientes ya del funcionalismo norteamericano e, incluso, acercándose a la dialéctica marxista.
Por encima de cualquier disciplina, Ortiz es un hombre puente entre los siglos XIX y XX, un gran humanista... Lo abarcó todo. Digamos, por ejemplo, que nadie como él hizo más profundamente una investigación sobre el choteo, esa faceta controvertida del cubano que ahora ha sido objeto de mucho análisis.
Pienso que el aporte mayor de Ortiz es haber mostrado la esencia o el alma de nuestra cultura en su total complejidad y dimensión. Es decir, no sólo muestra el lado positivo, edulcorado, sino también el lado oscuro, más crudo, de lo que él llamó la cubanidad.
Y es que el cubano es como un prisma, con muchos tonos... No sólo es ese cubano que enarbola una consigna en un tono épico; no sólo es ese cubano rumboso, frívolo, marginal... Es también ese cubano crítico de sí mismo, reflexivo, meditativo...
Creo que esa complejidad casi abigarrada se muestra en toda la obra de Ortiz con ejemplos que él supo escoger de las expresiones de la cultura popular: en los bailes, en el teatro y también, desde luego, en el pensamiento.
Según el propio Ortiz, en todo momento Cuba "ha tenido como el ajiaco, elementos nuevos y crudos acabados de entrar en la cazuela para cocerse..."
Por otra parte, hace ya casi 30 años, usted expresó: "Sentí siempre una necesidad imperiosa de entender este país, sobre todo sus relaciones sociales..."
Hoy día, Miguel, ¿cree usted haber satisfecho esa necesidad? ¿No le parece que Cuba es un "ajiaco" suficientemente complejo, como para no entenderla nunca?
Era muy joven cuando hice esa afirmación. Ya no me interesa tanto entender o no al cubano. Resulta muy difícil poder hacer una disección o un análisis riguroso de qué es en realidad lo cubano. Hay tantas interpretaciones falaces, y casi todas conducen a un cubano gracioso, frívolo, superficial... Yo me niego a aceptar esos criterios. Creo que el cubano es un hombre muy complejo, un hombre que en momentos muy difíciles ha enfrentado los retos más tremendos que cualquier latinoamericano pudo haber enfrentado en este siglo: retos de carácter político, económico, social...
Y ya no me interesa tanto entenderlo o no. Ya puedo decir que disfruto enormemente mi condición de ser cubano. Porque el cubano ha madurado tanto en medio de las contingencias, ha dado una muestra tan grande de salud mental para sobrevivir, que entenderlo o no es una cuestión fría de academias... o de académicos.
Me basta con disfrutarlo, disfrutarme en mi complejidad, en mis contradicciones... poder ostentar con orgullo esa personalidad tan resistente, tan inasible, frente a todos los embates.
Se han equivocado mucho definiendo o limitándose a una definición de lo criollo. Creo que el aporte del hombre africano a nuestra cultura en términos de valores éticos y filosóficos, supera con creces todo lo que éste pudo haber legado específicamente a la música, a la danza y a la literatura cubanas.
De ahí que yo me sienta tan afín con el mundo andaluz, sin por ello querer decir que somos más andaluces que catalanes, o más catalanes que yoruba. Es que partimos de una combinación de todos esos ingredientes, hasta resultar esto que somos hoy y que no es ni con mucho lo que fuimos hace cuarenta años, y aún menos lo que fuimos hace 140 años...
Desde el punto de vista cualitativo, el cubano ha experimentado un desarrollo ascendente que le permite superar los rasgos negativos heredados de un atavismo colonial, aunque no se puede olvidar que — a veces — nuestras reacciones todavía expresan lamentablemente una sicología colonizada.
Creo que el golpe de conciencia que hemos recibido durante estos 40 años gracias a la Revolución, nos ha hecho adelantar lo que no hubiéramos adelantado en dos siglos de neocolonia.
¿Cuál es la cualidad que más yo admiro del cubano? Que es un hombre libre interiormente y, en relación con otros hombres de este continente, un hombre carente de muchos de los prejuicios que anquilosan al ser humano.
Ése es el misterio, y mi experiencia me dice que muchos de los extranjeros que vienen a este país, más que admirar el Morro, las playas... vienen a buscar a ese hombre libre y desprejuiciado que se puede abrir el corazón ante cualquier extraño en un gran acto de valentía.
Sobre su visita a Cuba en la primavera de 1930, dijo Federico García Lorca: "Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicamente del gran andaluz..."
Se dice que Ortiz debió confirmar estas intuiciones del poeta español acerca de la influencia andaluza en la música cubana. ¿Cómo usted explicaría la fascinación de Federico por lo negro nuestro?
Federico García Lorca venía de Nueva York, que es otro ajiaco también. Venía de esa resina ácida que es Harlem, y se encontró aquí con una resina dulce y sensual. Encontró la belleza de la música, de la danza...; se fascinó con los negros y las negras; se retrató en el Malecón con los negros y las negras; dijo que lo más bello que había visto en su vida era la cara de los niños negros.
Todo esto, porque le recordó a Andalucía, el mundo moro... y porque descubrió — mucho antes que cualquier sociólogo o musicólogo — que la riqueza mayor, el timbre más sonoro que poseíamos nosotros en la música y en la danza, era el aportado por África a nuestra cultura.
Él se dio cuenta de eso y saltó de entusiasmo por las calles de La Habana al son del estribillo que más le gustaba cantar: Champola de guanábana, y que era lo que bebía en cada quiosco donde paraba.
Pienso que esa riqueza interior del negro, esa profundidad cósmica, él la captó como nadie. Está en su "Son": iOh Cuba! iOh ritmo de semillas secas!... Iré a Santiago en un coche de aguas negras... ¡Oh bovino frescor de cañavera!...
Pero eso que él vio en la primavera de 1930, no lo quisieron ver otros en la misma época, como el gran músico Sánchez de Fuentes, que trató de negar el aporte melódico africano a la música cubana.
Sí lo vio don Fernando Ortiz, quien tuvo gran amistad con Federico y fue su principal anfitrión, porque lo invitó a Cuba por la Institución Hispanocubana de Cultura, en la que considero fue la visita más gloriosa que tuvo esa institución de tanto prestigio.
Y Federico dijo: "Si me pierdo, que me busquen en Cuba o en Andalucía", y no lo dijo por gusto. Había algo de nuestras raíces, de nuestra esencia, que a él lo fascinó, con ese espíritu que tenía tan aparentemente jovial, pero que escondía a un hombre triste, melancólico, como todo gran poeta.
Yo recuerdo que Bola de Nieve, que fue mi amigo personal, se catalogaba a sí mismo como un hombre triste que siempre estaba alegre. Pienso que esa frase se le puede aplicar también a Lorca.
Personalmente dudo mucho de la gente que siempre está triste; en el fondo, puede ser gente amargada. La alegría es un escudo, una coraza, y creo que nos ha salvado de caer en muchos huecos, en grandes vacíos... Ella es uno de los factores principales de nuestra identidad, un arma muy poderosa que esgrimimos cuando es necesario.
Federico García Lorca se dio cuenta de que, en gran medida, esa alegría la habíamos heredado nosotros, los cubanos, de los andaluces y de los africanos.
Yo mismo, que soy cubano, cubanísimo como la palma real, pero de sangre catalana, te digo que el catalán no tiene esa alegría; es más austero. No es que sea más profundo ni más reflexivo, sino que es más austero. Quizás se exige demasiado a sí mismo... cuando a veces hay que dejarse llevar por la corriente del río, para decirlo metafóricamente.
A pesar de que soy diputado a la Asamblea Nacional, de lo cual me enorgullezco mucho, yo sostengo la teoría de que las leyes, las grandes leyes, no las dictan los parlamentos, sino que las dicta la vida.
¿Pudiera rememorar su primera visita a un templo lucumí?
Yo soy hijo de la clase media habanera; soy habanero por derecho propio. A veces veo una calle de La Habana, un rincón del Vedado, y digo: es mi espejo. Si fuera a definirme, me definiría en ese parque, en esa calle... de lo cubano y habanero que soy. Pero vengo de una familia blanca de origen catalán, y tengo que admitir que cuando conocí la cultura, el legado africano, también experimenté un gran deslumbramiento, una gran fascinación. Lo explico muy bien en mi libro Oficio de Ángel, que es donde están expresadas mis más personales tribulaciones.
Ahí cuento mi primera visita a un templo lucumí, a las soperas de Yemayá, a las palanganas de Ochún, a los calderos congos (nganga), a las procesiones de los diablitos Abakuá, en Regla, que vi siendo un adolescente... Y a ese templo maravilloso e inolvidable para mí que fue el solar Miami, de seis pisos, en Calzada y J, antiguo hotel de soldados yanquis que después se convirtió en ciudadela. Allí yo iba de niño a jugar con mis amigos negros, mulatos... Siendo un niño, allí supe cómo se preparaba un Osaín, cómo se hacía una sopera de Yemayá, cuántos caminos tenía Obbatalá... Después descubrí que todo eso era parte consustancial de la cultura cubana, me puse a estudiarlo y llegué al convencimiento de que era uno de los ingredientes principales de ese ajiaco, no el único, pero sí el que más me llamaba la atención.
Después de descubrir toda la parafernalia de aquel mundo, pude conocer sus valores éticos, filosóficos, literarios... y escribí mi libro La piedrafina y el pavorreal, dedicado a Tente, santero de Palmira, en recuerdo de mi primera visita a un templo lucumí.
Ahí miento: fue mi primera visita como investigador, en el año 60, pues yo ya había recorrido muchos otros lugares. Pero fue un homenaje que le quise hacer a ese gran sacerdote de los cultos santeros que fue Tente en Palmira, un baluarte de la religión yoruba, un lugar histórico de Cuba.
Yo creo que esa primera visita a Tente, y esos cuentos que me hizo sobre Oggún Areré, dieron motivo no sólo a La piedrafina y el pavorreal, sino también a mi libro Akeké y la jutía, y a mucha obra que hice después, como Biografía de un cimarrón.
Sin el signo africano, Cuba hubiera sido otra cosa. Sería un país algo insípido, algo así como un pan que sale del horno mal cocido.
¿En qué medida su acercamiento etnoIógico a los mitos de origen africano ha influido en su concepción del mundo? ¿Tiene usted alguno de su preferencia?
Con toda propiedad y mucha convicción, yo dije en la Asamblea Nacional del Poder Popular que había que estudiar no sólo la mitología romana y griega, sino también la cultura popular de África, la mitología africana, que tanto ha determinado los arquetipos del cubano y que ha sido esencial para definir nuestra idiosincrasia.
Asimismo, hay que estudiar la cultura popular española, pues ¿qué sabemos aquí de Cataluña, del país vasco... de la misma Andalucía? Nada, muy poco sabemos. ¿Y qué sabemos de China, de Cantón, de Macao...?, aun teniendo aquí un barrio chino, con descendientes chinos. ¿Por qué no se estudia en nuestras escuelas la cultura popular, regional, de esos tres ríos que han alimentado el Mar Caribe: el africano, el español y el chino?
Yo pienso que es necesario que se incorpore al sistema educacional cubano el tópico de nuestras tradiciones, para evitar que nuestros niños y adolescentes nos descubran demasiado tarde, cuando ya el descubrimiento tenga un carácter o un propósito que no es cultural.
Me preocupa eso, es decir, que mucha gente piense que la Regla de Ocha o la Regla de Palo son simple y llanamente religiones con sistemas de adivinación, sin saber que detrás hay una riqueza literaria, musical y artística. Vamos primero a descubrir esto, para hacer un camino como corresponde, un camino lógico, y no dar saltos innecesarios.
No sé si me explico. Creo que yo entré por el buen camino: el camino de la indagación y la curiosidad vehementes. Y mi única identificación con ese legado es cultural.
¿Cuáles libros usted considera imprescindibles para adentrarse en el estudio de las claves de nuestra identidad como nación?
Hay muchos libros imprescindibles para adentrarse en las claves de nuestra identidad como nación. Para mí, uno de los fundamentales es Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar de Fernando Ortiz; otro, Indagación al choteo de Jorge Mañach; otro, El ingenio de Manuel Moreno Fraginals.
Pero también están los libros de literatura pura, como El Monte de Lydia Cabrera, y La expresión americana de José Lezama Lima. Además de toda la poesía, desde José María Heredia hasta los poetas más jóvenes, porque este género es el más abarcador, el que ha contemplado en un espectro muy amplio todos los temas de nuestra nación, los grandes temas de nuestra historia: las guerras por la liberación, los amores prohibidos, las evasiones de la realidad, el culto a la Naturaleza...
Y ante todos esta temas, que son parte de la Vida, la Muerte aparece como una anécdota insignificante. Acuérdate de Nicolás Guillén: Iba yo por un camino,/ cuando con la Muerte di/ jAmigo! — gritó la Muerte — / pero no le respondí,/ pero no le respondí;/ miré no más a la Muerte,/ pero no le respondí.
Usted, por supuesto, no lo mencionaría, pero su Biografía de un cimarrón es también considerado por muchos otro de esos libros de culto. Al hacer confluir sus vocaciones de etnólogo y artista, con esa obra usted logró lo que dio en definir como novela-testimonio.
¿Sigue considerando que "al atar los hilos sueltos de la memoria", ese género debe servir como "eslabón de una larga cadena en la tradición de un país"?
Biografía de un cimarrón es un libro que yo quiero mucho... es algo así como una prolongación mía. Incluso, en momentos duros y difíciles de mi vida, que los he tenido, converso con Esteban Montejo. Es como mi alter ego. Si vas a mi habitación, verás que el único retrato que tengo encima de mi cama es el suyo. Yo dialogo con Esteban Montejo, el cimarrón, pero no es una cuestión espiritista, no; es un diálogo de conciencia, un diálogo intelectual, desde luego mucho más modesta, yo también soy un cimarrón... Y siempre lo seré.
Sigo creyendo que los hilos sueltos de la memoria se eslabonan en la novela de testimonio. No he hecho otra cosa que esa literatura emocional, testimonial, confesional... mas no me avergüenzo de ello. Hay escritores mucho más cerebrales, más oscuros, más complicados...
Yo digo que la literatura tiene tres ingredientes básicos: uno es la lucidez, otro, la sencillez, que permite la verdadera comunicación emocional (sin eso, creo que no hay literatura alguna), y el otro, más subjetivo, no sé si calificarlo como la magia o la brujería, pero es algo que captura al lector. Bueno, José María Heredia decía que el escritor tenía que ser historiador, poeta y brujo.
Como tú sabes, he escrito otros libros, pero "Cimarrón" sigue siendo para mí como el punto de partida, porque me ayudó mucho a trabajar con la memoria, con el informante, a respetar sus giros, su lenguaje, su sicología... Creo que fue mi modesta contribución a la voz de los desposeídos, a la gente sin historia. En ese sentido fue un libro pionero, ¿no?
¿Existen continuadores de esa obra suya entre otros escritores cubanos, fuera y dentro del país?
Es posible que haya continuadores. No dudo que a partir de Biografía... el testimonio se convirtió en un género, lo cual fue un disparate, porque no es un género, es simplemente una modalidad, una materia prima con la cual se trabaja. Eso dio lugar a mucha morralla, a libros de muy poca monta que salieron premiados, pero — perdóname la inmodestia- carecían a mi juicio de imantación, de belleza literaria, de indagación histórica y, en resumidas cuentas, de profundidad.
Yo creo que "Cimarrón" tiene antecedentes, y el antecedente mayor que tiene es Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas. Al menos es el que yo reconozco, y siempre reconocí en homenaje a ese gran antropólogo mexicano. En cuanto a los posibles continuadores, si los fuera a nombrar aquí, sería un acto de demasiada inmodestia de mi parte. Prefiero mantener la discreción.
La poesía es un ejercicio vital/ Pero primero está el amor/ Pero primero está la soledad/ Pero primero está.../ En fin, que es difícil,/ Muy difícil, ser poeta,/ Aunque pensándolo bien,/ Era mucho peor antes...
¿Significan estos versos suyos que, ante todo, se considera un poeta: más que etnólogo, más que novelista, más que funcionario de la cultura...? ¿No se arrepiente de haberse convertido en una figura pública?
Todos los grandes creadores, aun los investigadores científicos — con los cuales, por cierto, estoy muy identificado, porque trabajo en un centro científico — parten de una irradiación poética. La poesía es la madre de la creación. Yo creo que un científico, sea un biólogo o un matemático, si no siente esa irradiación de la poesía, no será nunca un buen científico. La poesía no es un género literario, es un estado del ser, es mucho más: es un estado del espíritu. Y yo, ante todo, me considero un poeta porque me alimento de esa sustancia.
Pero mis preocupaciones etnológicas no quedan a la zaga, porque pienso que es muy importante, cada día más importante, acercarnos a lo que somos, a quienes somos, con tal de estar preparados para las batallas que vengan contra intentos de colonización, contra todo intento de mancillar nuestra identidad, que es el único escudo que tenemos.
Y te digo la verdad: no me arrepiento de ningún paso que he dado en mi vida. Si siendo una modesta figura pública, con mi obra literaria, científica y civil yo puedo contribuir en algo a salvar este país y a esta Revolución, asumo todos los riesgos, las ventajas y las desventajas que tiene ser un hombre que cuando va a comprar el periódico en la calle, como me ha ocurrido a menudo, el vendedor me dice: "A usted no se lo puedo cobrar, Barnet, se lo regalo". Eso me enorgullece.
Claro, un poco que pierdes privacidad, pero mi vida privada no es tan interesante después de todo. Soy un hombre común y corriente, que lee incansablemente todo lo que cae en sus manos, come gelatina, cría perros chihuahuas, y que de la televisión sólo ve el noticiero, nada más. Ni bebo ni fumo... Pensándolo bien, soy un tipo bastante aburrido.
No me arrepiento tampoco de hacer una labor de promoción cultural, pues entiendo que todo intelectual que se respete tiene que entregarse a los demás, no sólo con su obra, sino también con su actitud. Eso sí, no quiero... ser un ministro. Me basta con lo que soy.
Las luces son blancas en La Habana de noche/ El malecón es propicio al amor/ Y junto a Yemayá/ Un barco se hunde lentamente/ Ante mis ojos.
Es una estrofa del primer poema de su primer libro La piedrafina y el pavorreal. Y en ese mimo cuaderno, en el poema "La Ciudad", el último verso dice: La Habana tiene zona que nadie ha visto.
¿Sigue motivándole esta ciudad impresiones tan bellas y misteriosas?
Alejo Carpentier dijo que ésta era la ciudad de las columnas. Yo pienso que ésta es la ciudad de las columnas, de los rincones y de los estilos. He visitado casi toda la América Latina y no encuentro una ciudad más misteriosa, más subyugante... A veces tengo una sensación de ingravidez en esta ciudad, que no me ocurre en ninguna ciudad del mundo. Y no es porque no esté enraizado a ella, pues lo estoy más que a ninguna otra, sino que es una sensación placentera de ingravidez. Como si en esta ciudad estuviera contenido el Aleph de Borges, quiere decir: todos los caminos, todas las ciudades, todo el mundo...
En una mesa del hotel Inglaterra, un ceramista notable, Alfredo Sosabravo, me invitó a poner una frase en una cerámica bellísima que hizo, y la frase que a mí se me ocurrió fue: La Habana tiene zonas que nadie ha visto. Quién me va a decir a mí qué cosa es La Habana. Quién me va a hablar a mí de La Habana... Perdóname un acto de extrema vanidad: La Habana soy yo.
Argel Calcines
Editor general de Opus Habana
Tomado de: Opus Habana, Vol. II, No. 3, 1998, pp. 14-20.