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Cuba |
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Una identità in movimento | ||
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Cuba, el país más bailador
Onelia Chaveco Chaveco
Para quienes nacimos, según Gabriel García Márquez, en el país más bailador del mundo, "echar un pie" resulta tan natural como apurar un vaso de agua.
Y es que a esa desbordante energía caribeña no le bastan las estruendosas carcajadas, ni los despampanantes cuentos, o los manotazos sobre el tablero de dominó, reafirmando que tenemos del lado de acá la ficha precisa, o lo que es lo mismo, el juego a favor.
Al cubano le es afín el movimiento como expresión genuina de alegría, plenitud y felicidad.
Por ello, desde épocas tan tempranas como el descubrimiento, en la tierra más hermosa que ojos humanos vieron, el Almirante también se admiró de ver los cuerpos desnudos o semidesnudos de los aborígenes, quienes danzaban al compás de un auténtico baile nombrado areíto, el mismo que algunos diccionarios no se encargan de recoger, aun cuando Colón dio fe de ello en sus crónicas de viaje.
Más tarde, cuando exterminaron a los indios y trajeron a los negros africanos, el oído del español conoció los primeros toques del tambor, y vio alucinado el rítmico movimiento de los hombres y mujeres de la lejana Africa.
La vocación por el baile se heredó de los antepasados – indios, africanos, españoles y otros – como su sangre y genes, y se fusionó a la cultura cubana con el propio arraigo de la música, para añadir un sabor más al ajiaco de la identidad nacional.
Durante el siglo XIX las influencias europeas marcaron la música, y el baile adquirió connotación de popular cubano en las modalidades de la habanera, la danza, el danzón y la criolla. Mientras por otra parte, asimilaban elementos de ascendencia africana.
Entonces se integra a la orquesta la variadísima gama de instrumentos de percusión.
Musicólogos afirman que si en siglos pasados los ritmos del fandango, la calenda, la zarabanda bamboula o la habanera tenían su epicentro en el Caribe, como atestiguan los viajeros de entonces y los investigadores de hoy, en el siglo XX esa fuerza musical expansiva estuvo igual en Las Antillas, y notablemente en Cuba, pero en el principio del tercer milenio, aún se siente por estas tierras.
Tendencias clasistas quisieron separar el baile por orígenes y etnias, dividiéndolos en los de salón y los de solar, de los grandes casinos o las cuarterías, el bailado en las sociedades para blancos y en las sociedades para negros y mestizos.
En la seudorrepública crearon el carné de baile, en el que la muchacha anotaba cada pieza bailada y el nombre del compañero.
Enrique Núñez Rodríguez, reconocido como gran humorista y muy mal bailador, afirma que en los liceos y los salones de la Colonia Española lo mismo bailaban un son, un danzón, fox-trot, paso doble o danzonete, tal era la diversidad de bailes en la Cuba de unas seis décadas atrás.
Núñez, quien alcanzó a ver algunos bailes con carné, sostiene que cuando sonaba el paso doble, únicamente salían "al ruedo" los españoles emigrados de su patria, mientras que el fox-trot era para el administrador yanqui del ingenio y dos o tres de sus empleados más fieles.
Cuando llegaba el momento del danzón la pista era un hervidero de parejas, las cuales secaban el sudor y abanicaban en los descansos intermedios de ese baile tan cubano.
El propio hecho de bailar danzón en un solo ladrillito y ser al mismo tiempo un ritmo que requiere de un vestir elegante (guayabera o traje), dice desde su concepción cuánto tiene de nuestras autóctonas raíces, pues resulta innegable que lo bello se une a lo cadencioso, a lo voluptuoso.
Con el afán de rescatar el baile nacional a lo largo del país proliferaron grupos de danzoneros, quienes han mantenido la tradición de hermosura y la autenticidad de esa música surgida en Matanzas hace casi dos siglos. Pero que, pese a su añejamiento, aún involucra a muchos jóvenes.
Hace poco falleció en la provincia de Cienfuegos el rey de los danzoneros, Agustín Rondón, un hombre de unos 70 años, al que vi bailar con una chica de 18 años, primero sobre la plana de un periódico, luego en la media cara, hasta que apenas quedaba el machón de la publicación.
Entonces el veterano de ese ritmo alzó en sus brazos a la bailadora y danzó sin que ella tocara el piso, para finalmente ganar la competencia.
Ese mismo hombre, tantísimos años atrás, había participado en una justa, pero de charleston. El último que desistiera obtenía el lauro de unos 50 pesos, y cuando llevaba más de 24 horas declinó su rey, un amigo había ganado, pero quien debía pagar el trofeo como tantos timadores de la época republicana huyó con el dinero.
Bailes hay muchos, y habrá mientras existan bailadores que gusten del mambo, de la rumba, del guaguancó, cha cha chá o de una conga, esa que estremece la tierra primero y luego los pies, entonces el corazón late y el cuerpo se mueve, el repicar de las cornetas entra en una, y hay que irse tras esa multitud de polvo, sudor y movimiento.
Porque quien resista impasible ese u otro ritmo, sin mover un átomo de sí, entonces realmente no es de este país tan bailador como lo califica García Márquez, y de seguro, tampoco es cubano (AIN).
Fuente Página señalada por Gianfranco Ginestri, Bologna (Italia)
Cuba. Una identità in movimento
http://www.ain.cubaweb.cu/especiales/ago8igg02cubaile.htm
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