Cuba

Una identità in movimento


August Strindberg a escena

Esther Suárez Durán


Vi-Tal Teatro ha puesto en escena un nuevo espectáculo. La más fuerte tempestad de Strindberg halla un modo imaginativo de revisitar el paradigmático monólogo (La más fuerte) escrito por quien fuera el más alto exponente del teatro sueco decimonónico y uno de los nombres imprescindibles de la escena moderna.

La estrategia utilizada por Alejandro Palomino y su agrupación teatral coloca sobre las tablas, en un primer tiempo, al propio Strindberg, mediante un discurso elaborado por Yasmín de Armas que apela al mismo formato — el del monólogo — para imaginar al dramaturgo inmerso en el proceso creador de La más fuerte mientras, en el segundo tiempo, procede a la ejecución de dicha obra.

José Ramón Vigo asume el reto de interpretar al teatrista, hombre de singular talento y energía creadora aquejado por la esquizofrenia. Sin ambages Vigo se entrega a fondo; la sinceridad y el dominio de sus capacidades expresivas son garantía de la comunicación con el espectador y la base de la construcción cuidadosa de su personaje a partir de un texto que plantea situaciones de muy disímiles calidades, donde junto a la clave íntima, personal se deja escuchar aquella otra que nos remite al contexto teatral de la época.

De la mano del actor la dirección de Palomino nos hace transitar, con fluidez y delicadeza, hacia el texto emblemático del dramaturgo.

Las señoras X y Y, a cargo de Nora Rodríguez y Yasmín de Armas, respectivamente, entran a escena evocadas por su creador. A partir de este momento las criaturas se hacen dueñas de la historia y la palabra dramática que dictan a su autor.

Un contrapunto harto interesante se establece entre estos personajes y el dramaturgo en el plano de la construcción de la fábula. De hecho la puesta adquiere un carácter metatextual en tanto la partitura encargada a este Strindberg que hallamos en la escena comenta, discute, llega hasta negar el curso y significado de aquella que desarrollan los personajes femeninos. Sin embargo, hay algunas cuestiones acerca de las cuales me parece útil reflexionar.

A partir de la entrada en escena de la Señora X (que, en la puesta, motiva que la Señorita Y — Amelia — se incorpore de su asiento y abandone la actividad que realizaba), se brinda al espectador una lectura que coloca a Amelia a merced de X, en una postura defensiva que la priva de su carácter de contraparte; al punto que, llegado un momento, nos preguntamos por cuál extraña razón Amelia guarda tan obstinado silencio.

Esta Amelia está, de un modo obvio, todo el tiempo en guardia y su interpretación, que es la más compleja — un reto para cualquier actriz —, resulta externa. Tal desbalance actúa desfavorablemente sobre el fundamental atractivo de esta pieza: la esgrima que se establece entre ambos personajes, uno de los cuales ha sido privado de la palabra por voluntad del dramaturgo, quien de continuo explora las posibilidades de los disímiles recursos actorales y escénicos mientras establece desequilibrios, como estos, que potencien el registro dramático.

En el diseño de vestuario que firma Nora Rodríguez se registran incoherencias. Mientras la Señora X presenta un atuendo invernal — abrigo, bufanda, chaleco —, Amelia muestra sus brazos desnudos. Pese a que en esta obra su autor vuelve sobre una de sus obsesiones: las identidades apropiadas, visiblemente construidas — que el propio texto de la Señora X refiere cuando alude al modo de vestir y a ciertas preferencias y hábitos tomados de Amelia —, el concepto de vestuario desaprovecha esta indicación, valiosa por su teatralidad intrínseca, que hubiera permitido al atuendo exhibir su capacidad en tanto lenguaje.

Determinados elementos en uso y secuencias del discurso escénico me resultan extemporáneos — todo lo relativo al puñal, por ejemplo —, en tanto otros, como las imágenes que subrayan la seducción que ejerce Amelia sobre la Señora X, se presentan como hallazgos.

De acuerdo con los registros existentes La más fuerte tuvo varias representaciones en nuestras tablas durante las décadas del cuarenta y cincuenta del pasado siglo , aunque, no obstante ser un clásico en su género, no parece haber sido una obra frecuente en los escenarios.

En 1964 la colección Teatro y Danza de la Editora del Consejo Nacional de Cultura publicó Strindberg/Teatro, cuya selección y prólogo estuvieron a cargo del escritor Antón Arrufat, quien incluyó en sus páginas la obra que nos ocupa.

A pesar de ello mi generación y las que le continúan no habían tenido oportunidad de verla representada. Razón de más para que su puesta en escena entrañe un verdadero compromiso y sea una ocasión de lujo para los amantes del arte teatral.


    Nota de referencia

    1. Se presentó el 20 de noviembre de 1948 bajo la dirección de Francisco Morín con su Grupo Prometeo. En mayo de 1958 subió de nuevo a escena, en el Palacio de Bellas Artes, conducida por Manuel Bach.



Página enviada por Esther Suárez Durán
(26 de marzo de 2007)


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