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Cuba |
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Una identità in movimento
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El teatro teatral: el Pequeño Teatro de La Habana a dos décadas de su fundación. Entrevista con su director: José Milián
Esther Suárez Durán
A fines de los ochenta el movimiento teatral estaba necesitando una gran sacudida. Las estructuras burocráticas constituían un verdadero freno para la creación. Aunque parezca absurdo, era imposible asociarse por intereses artísticos. Había decretada una inmovilidad.
Éramos un grupo pequeño, pero teníamos muchos deseos de explorar otros caminos y queríamos hacerlo en conjunto. No todos proveníamos del desaparecido Teatro Musical, aunque la mayoría sí.
Decir que el teatro estaba estancado, como he oído decir muchas veces, me parece algo injusto. Pero pienso que los creadores deben asociarse libremente, que deben escoger donde y con quien se sienten bien para trabajar. El acto de creación no puede ser impuesto.
Yo quería llamarlo Teatro de Bolsillo, respondía a lo que se iba a hacer. Pero Tomás González decidió nombrar así a su grupo. Entonces el nombre me lo sugirió Héctor Quintero en la presentación del proyecto. En aquel tiempo los proyectos se discutían con un grupo de creadores, se fundamentaban sus objetivos, sus líneas artísticas y se cuestionaban las capacidades de los que iban a liderarlos, sus trayectorias, etc. Eso es algo que hemos perdido en el camino.
Visto así, parezco demasiado inquieto. Y sí, lo soy. Cuando fundamos el Joven Teatro de Vanguardia o el Grupo La Rueda teníamos objetivos comunes. Sin embargo, Pequeño Teatro de La Habana tiene la particularidad de que al ser yo Director y Dramaturgo el peso recae en mis obras. En realidad se trataba de enfrentar el teatro sin recurrir a las grandes escenografías o fuera de lo que se llamaba "grandes producciones". Hacer el teatro partiendo de un texto, con pocos elementos para representarlo y un énfasis muy especial en el actor entrenado en lo musical y lo dramático. En el caso de autores universales la tarea sería versionarlos en función de esta idea. Algo así como representar El Rey Lear con sólo una silla.
Edesio Alejandro, puesto que queríamos hacer un teatro musical de cámara, por llamarlo de alguna forma. Zoa Fernández y Estherlierd Marcos, que fueron figuras en el género y estaban entrenadas para el mismo. Actores y actrices como Francisco Gattorno, Arminda de Armas, Margarita Placeres, Ana Lidia Méndez, Alberto Ramírez, Danny Lima, Ricardo de la Rosa, Héctor Zervigón, Caridad Hernández que podían incursionar en las dos vertientes. Pero lo que más importaba era el apoyo de un equipo técnico que facilitara este trabajo. Un Jefe de Escena, un Asistente de Dirección, un Productor y un Asesor Musical. Carmelo García, Jorge Pérez Jaime, Abelardo Vega, María Josefa Pérez, Edesio Alejandro, Ana Castaño. La lista de profesores sería inmensa, pues tuvimos superación de todo tipo, hasta de yoga.
La idea de ese actor entrenado en la especialidad de teatro musical y dramático no la he perdido a lo largo de estos años. De hecho, insisto en que el actor debe tener ritmo hasta para caminar en el escenario.
Incursionar en lo musical y lo dramático, buscando un camino nuestro, una fusión y una proyección cubana. Sucede que los actores van y vienen en busca de mejoras económicas, en busca de nuevas asociaciones artísticas y siempre tenemos que volver a empezar. Eso hemos hecho en veinte años, empezar una y otra vez.
En esencia, nada de aquellos inicios se ha perdido, sólo que nos hemos ido adaptando a las circunstancias. A veces la falta de reconocimiento desestimula a los actores, que buscan entonces un grupo más favorecido por la crítica. Pasa mucho con los jóvenes, a quienes la falta de experiencia los lleva a oír cantos de sirena. Mientras estas cosas van sucediendo, debemos irnos adaptando al mundo real.
Hemos explorado el texto más allá de la palabra, hemos buscado expresarnos a través del movimiento, del silencio, del sonido, de lo feo y lo bonito. Hemos intentado una poética para el Grupo y eso define nuestro trabajo. Siempre intentamos hacer las cosas a nuestra manera. Nunca nos hemos dejado llevar por lo que se pone de moda.
Hemos trabajado las dos vertientes del teatro: la culta y la popular. Por ejemplo, hemos tomado del vernáculo aquello que nos ha servido para una expresión contemporánea y lo hemos recreado en función de temas trascendentales y de gran profundidad. En ese sentido hay tres obras que a mi entender son ya el resultado de estos años de trabajo, por la integración de estos elementos: Si vas a comer espera por Virgilio, Mamíferos hablando con sus muertos y Lo que le paso a la cantante de baladas. En Si vas a comer… estamos presenciado la fusión de lo vernacular, de lo culto y del género musical con el dramático. Lo mismo puedo decir de Mamiferos… y de La balada<, y diría que en esta última es aún más evidente. No sólo desde el texto, que como Dramaturgo siempre me ha preocupado, sino desde la puesta en escena, que es parte ya de mi escritura.
No me siento capacitado para decir qué lugar ocupamos. Eso a veces está sobrevalorado o subvalorado. Depende de quien lo analice. En general, depende de que el análisis se haga desde una posición desprejuiciada, ajena a gustos personales o intereses. Hay quien piensa que en Cuba sólo hay tres grupos de teatro en la vanguardia y lo escribe y deja constancia en blanco y negro. ¿Qué se puede hacer contra eso?
Dirigir un grupo, en Cuba, hoy
Es muy difícil. Casi enloquecedor. Una agonía.
No tener una sede fija para establecer un trabajo sistemático con un colectivo es la peor experiencia. Nuestros dirigentes creen que se trata de montar y estrenar, y que cualquier lugar es bueno para hacer las dos cosas. Nunca se ha trabajado sobre la sede y la sede es lo más importante. Caracterizar una sede, tanto para ensayar como para representar. Esa es la cuestión. Las sedes se utilizan indistintamente para conciertos, recitales, festivales o funciones teatrales. El pretexto es la carencia de las mismas y la teoría de que todo se debe compartir. Hay que defender las particularidades.
Yo creo en la energía teatral. En el teatro teatral. El teatro no es la vida. Es teatro. Y lo que no sea teatral me estorba. Desde la sede, hasta la representación.
La única: montar tus propias obras. Sin esperar por otro director. Y, más o menos, mantenerte al día como dramaturgo.
Contra esas tentaciones no se puede luchar. Cualquiera de ellas ofrece más encantos que el teatro. Hoy en día hacer teatro es como sumergirse en lo desconocido por un tiempo, pensar que estás pasando un período de formación que, luego, cuando se termine, te hará salir a la popularidad. Hay quien lo pasa con cierto estoicismo. Hay quien no puede y abandona en el camino. Permanecen los que lo aman de verdad, por lo que vale, por lo que es. Son los menos, desgraciadamente.
Es obvio que soy de los últimos y quisiera contagiarles a todos mi espíritu y constancia.
Hacer un teatro de repertorio no ha sido fácil. A dos meses de estrenada una obra ya no se puede reponer con el mismo elenco. Pero pienso que hay puestas que no merecen ser olvidadas, por diversas razones artísticas, e insisto una y otra vez en retomarlas, cueste lo que cueste. Es una lucha casi inútil contra lo efímero, pero los que me conocen bien saben que soy luchador.
Mientras esté dirigiendo, Brecht estará presente. He aprendido mucho con él. Cada vez que lo retomo, aprendo. Le debo casi todo lo que sé como director. Como soy un apasionado rebelde, nunca lo he seguido al pie de la letra, sino que lo interpreto y lo reinterpreto, entiendo que así debe ser la relación entre el alumno y el maestro. Él me ha permitido ese enlace entre lo culto y lo popular. Pienso que se puede ser crítico y profundo mientras nos reímos y bailamos. Y hablo de baile porque en mi teatro la música siempre está presente en alguna medida. Esa forma de hacer la aprendí de Brecht, como renovador del teatro musical.
Otra vez Jehová…, La toma de La Habana… ¿El riesgo hoy?
Obras como esas apuntaban a un camino que me fue interrumpido. Hay quien piensa que pude continuarlo más adelante. Yo mismo no lo sé. Sé que lo he intentado. Como dramaturgo he tenido más suerte, más libertad. Como director y, sobre todo, como director de un grupo necesito cosas que no he tenido. A veinte años te diré: me hubiera gustado haber tenido mi propio espacio, crear mi propia energía teatral y que aquellos que se acercaran a mi teatro pensaran: este es el teatro de Milián. Vivió y murió por esto, nos guste o no. El lo hacía así. No quiero señalarle el camino a nadie. Este es el mío.
No he hecho el teatro que quería hacer. He hecho el teatro que he podido hacer.
Dos décadas parece mucho tiempo. Todo depende de cada individualidad. Hay grupos o proyectos que están agotados desde su inicio. Pienso que el final lo indicará ese momento en que ya no tengamos nada que decir y, por lo tanto, nada que hacer. Y ahí está el punto final.
Te va a sorprender mi respuesta: quisiera encontrar gente apasionada como yo, para que me sigan en mis locuras. Para volver a empezar, ya no veinte años más, pero hasta que pueda. Montarlos en mi carro con los que están y seguir adelante.
Página enviada por Esther Suárez Durán
(14 de marzo de 2009)
Cuba. Una identità in movimento
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