Recalcó en hacer versos; se le reconfortará con ser poesía sencilla y útil como la suya, comprensible y comprendida con la urgencia de un rayo. ¡Qué tristeza es la muerte, en la más emocional de las circunstancias, mordido por un cangrejo, mordido por los improperios de un silencio imposible de callar a tan importante creador de Siboney!
Sus manos, hechas para partear la tierra desde cualquier circunstancia, eran capaces de mezclase en polvo, la arena o la arcilla, de crear tierra sembrándola en sus poros. Para él el verso fue su mundo o quizá su hogar, para él la idea de la rima acometió su luz, para él el verso - como lo hizo y lo comunicó - fue su cuarto y su cama de dormir o su palacio de Rey coronado por musas lejanas o cercanas; la vida, dimensión; y los poetas un circuito cerrado en sí, una multiplicación que procede de lo telúrico, lo mitológico, lo lejano, y sus amores, versos octosílabos que sólo piden aparecer de pronto en los oídos de los amigos, de los admiradores, de los soñadores en símiles. Él dio, por ello, amores a manos llenas. Y se sintió feliz porque entregó su cualidad como su sangre, como su sabia fértil, sin pensar que un día podía quedar sin ella cando no cantara o pudiera cantar sus décimas o sencillamente sus cuartetas.
En actos de homenaje, su falta era la constancia. No olvidaba fecha, ni tiempos, ni lejanías; a veces por encargo otras por autoencargo que es más emocionante. Un recuerdo suyo, aunque fuera de un verso, agitan la mente de quines lo quisimos. Él, que vivía como verso, creaba como alimento. Él no