Cuba se ha convertido a partir del domingo 20 de septiembre en una suma de clamores por la paz. Veinticuatro horas antes de conmemorarse
por resolución 55/282 de la ONU el Día Internacional de la Paz, "como
un día de cesación del fuego y de no violencia a nivel mundial", en la
Plaza de la Revolución, un millón ciento cincuenta mil cubanos se
unieron con ese espíritu en el segundo Concierto Paz sin Fronteras
para el mundo.
Solo 48 horas después, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
realizó, como parte de su labor de rescate de la memoria histórica, la
apertura de una exhibición y al día siguiente de un documental,
estreno en Cuba, que, ahora, desde las artes visuales, rememoran la
tragedia y el dolor para la humanidad emanada de todo conflicto
bélico. Y esa invocación llega no precisamente en la obra de grandes
artistas, sino en la creación de aquellos quienes significativamente
son el paradigma humano del desamparo y la fragilidad ante la
destrucción y la pena. Y siguen dibujando es una exhibición de 49
dibujos de uno de los grupos más indefensos ante cualquier desastre
bélico: los niños en aquella España que un día despertó ensombrecida
por las bombas.
Organizada en cinco secciones que abarcan la memoria de la pérdida, la
propia guerra en sí, donde los niños plasman las ambulancias, los
heridos, las colas para los alimentos, los aviones y los tanques,
detallados con tal cuidado por ellos que los historiadores pueden
reconocer los modelos existentes entonces. La evacuación de madres,
familiares e hijos ocupa un lugar fundamental en sus creaciones, de la
misma forma las colonias donde se desarrolló la vida de muchos de
ellos, y las visiones de la vida luego del conflicto, el abrazo
deseado a los seres perdidos, la unión soñada en el hogar al que no
regresarán nunca o la cosecha que fructifica.
La muestra, que alterna dibujos con impactantes fotos de Robert Capa, delinea un itinerario personal, cronológico y colectivo a un tiempo por lo que pudiera considerarse una épica de los Niños de la Guerra.
Ellos quizá intentaron exorcizar los demonios que la guerra les imponía: cada dibujo es un reflejo del paisaje visto con sus barcos, aviones, metrallas. Cada pintura, un diálogo íntimo con su tristeza, una marca de su desconsuelo, una llamada a la nostalgia por el hogar perdido, una manera de expresar su queja con ingenuidad o la intención de replantearse con dibujo y color, el acontecer al que se veía obligado a adaptarse.
Doscientos mil niños fueron evacuados durante la Guerra Civil. El arte fue usado en muchas ocasiones de forma consciente como terapia por los maestros de las brigadas internacionales y por organizaciones humanitarias. Esas experiencias psicológicas y sociales de los niños
quedaron en papeles que fueron conservados en archivos y bibliotecas de todo el mundo.
Es una exhibición cuya ruta se remonta a plena guerra; se trata de dibujos que fueron, incluso, vendidos fuera de España en 1938 para buscar fondos con el objetivo de proteger a los niños españoles.
Londres, Nueva York y Massachussets acogieron una primera muestra en ese año que se acompañó de un catálogo, cuyas palabras fueron escritas por el gran novelista inglés Aldous Huxley, libro que debió ser reeditado tres veces en solo un par de años. Los Cuáqueros Americanos
(American Friends Service Comité) y el Instituto Carnegie de Madrid los reunió posteriormente.
Gracias a la labor de esos centros, de la Abraham Lincoln Brigade Archives — organización que se ha dedicado a la conservación del legado de 2 800 jóvenes voluntarios norteamericanos que participaron en la defensa de la República Española —, de la Fundación Puffin, y además del profesor de la Universidad de Washington en Seattle, Anthony L. Geist, especialista en el tema y embajador de la exposición en Cuba, estos dibujos pueden ser vistos hoy en la sala Majadahonda, nombrada así en conmemoración del sitio donde cayera el periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, quien ofrendó su vida combatiendo contra el fascismo en tierra hispana.
La tarde de la presentación de estos dibujos en el Centro Cultural
Pablo de la Torriente Brau fue un repaso a esa historia que miles de
cubanos descendientes de españoles han hecho suya desde la remembranza
familiar.
Aunque han transcurrido 70 años y ya no son niños, sino adultos en la
tercera edad, no han olvidado las experiencias sufridas debido a la
Guerra Civil española. Áurea Matilde, Premio Nacional de Ciencias
Sociales, es autora de un libro sobre esta temática publicado por
Ediciones La Memoria del Centro Pablo. Ella expresó en la apertura sus
propias experiencias luego de 40 años cuando regresó a España y visitó
aquellos lugares. La historiadora leyó una cita en su edición sobre
esta visita: