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Cuba |
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El negro religioso y su proyección artística
Rómulo Lachatañeré
La emotividad poética del negro manifestada a través de su religión, ha sido un factor de primordial importancia en el ensamblamiento de los factores artísticos predominantes en las formas culturales negras dentro de la expresión cultural, en todo aquel sitio donde la marcha de la economía hubo de descansar en las espaldas de las negradas que impulsaron el desarrollo de la agricultura en los distintos lugares de ambas Américas que fueron afectados por el tráfico negrero.
En ese sentido, sin llegar al detalle minucioso, digamos que en las Antillas, en el Sur de Estados Unidos o en Brasil, sitios cuyo desarrollo económico fue determinado por la expansión del tráfico, hasta ennegrecer en su totalidad los campos donde hubo de cosecharse el café, el azúcar o el algodón, y borrarse toda huella, si es que la hubo, de la mano de obra blanca en las soleadas plantaciones, a no ser que no fuese la voz de mando seguida del chasquido del látigo que garantizaba la subyugación del esclavo como una pertenencia jurídica sometida a la voluntad del amo; el negro, raza de por sí con una gran capacidad de expansión, una vez que fue cumplido el proceso social que se forjaba en la etapa esclavista, se desplazó, proyectándose con marcada intensidad en las distintas actividades sociales, allí donde adquirió superioridad numérica, y afectó de su presencia la producción artistica.
Por la misma opresión en que el negro vivió durante el período de la esclavitud, en virtud de todas las privaciones e inconcebible trato inhumano que encerraba, no pudo ejercer el libre ejercicio de sus facultades artísticas, sino que tuvo que circunscribirlas a las estrechas posibilidades de libertad y expansión que se le dispensaban como un débil y efímero resuello al despiadado bregar en el infierno de las plantaciones. Así, el esclavo, en todo lugar, sin excepción, ya en los amplios campos de algodón de Alabama y las Carolinas como en los interminables llanos donde ha de plantarse la caña de azúcar en Cuba o Haití, vació sus esperanzas, sus ilusiones, sus anhelos de justicia, su rebeldía, en la religión; y al elevar sus plegarias al Ente Divino que cebaba en su espíritu la presencia de un presente sin porvenir y lo elevaba a los aterciopelados ensueños de felicidad, paulatinamente depositaba la exuberante poesía que le era inherente, la que el sacerdote de los ritos primitivos de su aldea de origen había inculcado en su alma, en los días de los ceremoniales donde libremente batía el tambor para comunicarse con sus antepasados, los propios dioses, fetiches u orishas.
Emotivo y lleno de unción religiosa al mismo tiempo, el negro cayó en el refugio de la religión, pero no en virtud de un fenómeno que respondía a la sumisión espiritual y adocenada de aquel que no tenía más recurso que refugiarse en ella por causa de que la vida material desmayaba el anhelo de vivir y de aspirar a la felicidad, en la labor desprovista de absoluta compensación, sino que se albergó en ella asistido de un cierto concepto de liberación, que a la vez encerraba un concepto político que guiaba su proyección como ente social, ya que en sus instituciones políticas subordinaba el poder estatal a lo religioso, no como una fuerza de coerción en un sentido estricto, pero sí como la subordinación al primitivo ceremonial animista de todos los elementos que entraban en juego en la vida activa de la aldea o pueblo.
Eso hizo que el negro, preñado de religiosidad y de un elevado potencial emotivo, al adaptarse a la religión de sus poseedores, forzase sus legítimas concepciones religiosas y abriera una brecha que le permitió dar color y forma genuinamente negra al modo de expresar y de captar la manifestación religiosa, forzándola cada vez más hacia sus íntimas concepciones espirituales.
Parece que el negro, más que nadie, subordinó todos sus impulsos creadores artísticos y poéticos a la mística, y, para él, la expresión ritual de la teogonía y demás manifestaciones que se desprendían de sus primitivos cultos, estaban enmarcadas en un mundo de contemplación artística donde desenvolvía su arte y aptitudes estéticas, poniéndolas no ya en contribución sino como algo inherente e íntimamente emparentado con el sentido dogmático de su culto, donde estaba intrincada toda la malla de sus actividades de ser, para proyectarse en la vida como Individuo frente a la Sociedad. Así enfrentado, puesto en contacto con el cristianismo, no sufrió conmociones espirituales profundas, sino que de inmediato, pudiéramos decir, pudo encontrar el cauce que proporcionaba el medio para establecer una concordancia entre los idénticos elementos que son comunes a toda manifestación anímica proyectada hacia lo Incognoscible.
Para el negro, el factor de tránsito que conducía a la raíz común de las opuestas religiones fue la poesía. Percibió la categoría emocional que se desprendía del ceremonial cristiano, y aquilató sus valores poéticos relacionándolos y poniéndolos en el plano de sus propias concepciones. Familiarizó, justamente, la parábola bíblica o la leyenda de una de las apariciones de María Santísima con la versión oral de las hazañas de tal o cual de los héroes de su tribu, que la muerte, como fenómeno de transición, convirtió en dios; a la letanía meláncolica de los cánticos de la Iglesia Evangélica le puso un sello de rebeldía, porque la religión para él también era un pasadizo hacia sus anhelos libertarios. Y allí donde el cristianismo se le presentó en forma más objetiva, digamos el Catolicismo, asimiló la milagrosa trayectoria de los santos y los puso palmo a palmo en los orishas, los identificó con un mismo personaje.
De ese modo, el negro religioso en función nos brinda el material apropiado para descubrir y ponernos al corriente de sus posteriores proyecciones estéticas. Una vez liquidado el fenómeno de la esclavitud como institución, pero no desaparecidas sus consecuencias, porque aún perdura en la persona del negro la deprimente opresión racial como una reminiscencia del extinto régimen, en el devenir del tiempo, esta raza plasma toda la musicalidad y poesía que dimana de su actitud religiosa en la cultura general, e impregna de fuerte colorido el folklore en todas las partes donde desenvolvió su vida activamente.
Sea la que fuere la importancia del sentido religioso que afecta la presencia del negro en las corrientes artísticas en aquellos países que han sentido la influencia de esta raza, cuando nos ponemos frente a los factores que fundamentan sus desplazamientos en las actividades que son inherentes al hombre en función social, entonces debemos catalogar la proyección religiosa conjuntamente con las otras manifestaciones sociales, y es cuando toman amplitud en categoría, y el aporte negro ensancha sus horizontes caminando hacia lo universal; y así, toda presencia negra en la cultura de cualquier país será considerada como proceso transitivo y no como categoría permanente.
Tomado de La Nueva Democracia, Nueva York, mayo de 1940, año XXI, no. 5, pp. 28-29
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