Cuba

Una identità in movimento


Referencias a la arquitectura y el urbanismo preterito en las novelas camagüeyanas del siglo XIX: Sab, Frasquito y Una Feria de la Caridad en 183...

Eliécer Fernández Diéguez


Ensayo preparado desde mi Tesis de Maestria en Cultura Latinoamericana: "Tratamiento del espacio Puerto Principe en tres novelas del siglo XIX"



Al seguir el hilo de pensamiento plateado en nuestro ensayo sobre Urbanismo, Arquitectura y sociedad principeña del siglo XIX en Sab, Frasquito y Una Feria de la Caridad en 183... debemos decir que otra de las quintaesencias son las referencias a la arquitectura y el urbanismo pretérito en Sab, Frasquito y Una Feria de La Caridad en 183...[1]

Así, debemos confesar que la mayor sorpresa de la investigación del fenómeno urbanístico, arquitectónico y de sociedad principeña en estas tres novelas del siglo XIX ocurrió cuando encontré algunas referencias de un urbanismo, una arquitectura y una sociedad pretérita, anterior en tiempo y espacio a la época donde se desarrollan las novelas, como las reminiscencias aborígenes.

Esas casas al estilo de los primeros pobladores de Cuba; y en uso de las cuevas como "islas rodeadas" de bosques y caminos que conducen al mar por Guanaja o Nuevitas al norte y Santa Cruz al sur, lugares estos que realizan ciertas "utopías" de los escritores sin llegar a las Islas: Utopía (1516) de Tomás moro, La città del sole de Campanella y La Nueva Atlántida de Bacon; aquí como decía José Lezama Lima:

    " [...] todos los opuestos se resuelven en forma de cercanías".[2].

No en detalles, ni con abundancia de referencias y de ideas; porque no es una hallazgo en terrenos de la arqueología, ni obra de ciencia o documento histórico de esos que se guardan en archivos; es otro tipo de documento: novelas, por tanto son documentos ficcionales o de realidad otra; documentos que recogen un imaginario espacial de un determinado novelista que ha vivido en ese Puerto Príncipe al que se refieren.

Esta claro que con ellas no se pueden emitir generalizaciones y conclusiones científicas a cerca de si eran recolectores o agricultores, cazadores y ceramistas y, por último, pescadores o agroalfareros; con ello y desde el género ensayo lo que si se puede hacer es reflexionar; pero sí se puede teorizar y hacer ciencia en otra dirección desde una fundamentación epistemológica del espacio en la literatura; un conjunto de definiciones operacionales sobre el espacio en la literatura de ficción preparados por el autor de estas reflexiones; el conocimiento de los enfoques sobre espacios en la literatura universal y cubana; sin olvidar, que el espacio urbano — arquitectónico y citadino como el escenario de vida en la literatura.

Me sentí muy emocionado, tanto como si hubiera tropezado con asentamientos preagroalfareros de los clasificados como Siboney Cayo Redondo con su ubicación residencial en el sur de Puerto Príncipe entre el 100 a.n.e y el 1500 de n.e, igual que los Arqueólogos Estrella Rey y Ernesto Fabio[3] al leer:

    "Cuando queremos evocar una creación indiana, volvemos la espalda a la hermosísima sabana que extiende a la orilla del Tínima, desviamos nuestros ojos de la modesta cúpula de San Lázaro, de esa ermita, tan poética como santa, tan sencilla, como pura es para nosotros la memoria del hombre cuyos restos encierra[4]: Procuramos oír el sencillo cantar del campesino que se aleja de la ciudad y reclinados en los muros del puente, damos rienda suelta a la imaginación en medio del vapor que forman las aguas..."[5].

Sabiendo, claro está, que esos espacios en las novelas son espacios simbólicos, que no son creaciones indianas reales sino preparadas e imaginadas por los autores de esas novelas, que no son presencia de la obra del hombre concreto que vivió en estos lugares sino de las abstracciones creativas de los escritores.

Después de ello continué emocionándome como si las ideas de Miguel Rodríguez Ferrer corrieran por mis venas cuando el 1847 en el estero de Remate junto a la desembocadura del río Rioja, encontrara la llamada "Mandíbula de Puerto Príncipe"[6] y es, cuando aparece en la misma novela una frase confirmadora:

    Más apenas se erigió la iglesia de Nuestra Señora (que si no estoy trastocado hubo de ser por los años de 1734), se fabricó a su costado una casa redonda (dicen que bajo un mismo plan, que ocupaba otra de guano, alzada por los indios): junto a esta se hicieron otras, y así apareció como por encanto esa ancha plaza de portales corridos; en cuyo centro veis descollar el templo, adornado hoy con nuevas galerías.[7]

Este templo fue construido en una ciudad que se llamaba Santa maría del Puerto Príncipe, que para muchos, según nos indica Roberto Funes[8], esta ciudad es un absurdo... desde el nombre; porque llamar "puerto" a una localidad alejada por todas partes de las costas era algo incuestionablemente erróneo.[9] Esa lejanía del mar llevó un viajero muy culto del siglo XIX[10] a decir:

    "[...] ¿Quién fue el que ideó edificarla en tal paraje [...] quien pudo en una Isla que tantos buenos puertos tiene, fijar la residencia del hombre aparda de los mares [...]?[11]"

Hecho este que es doblemente importante para la investigación en el texto literario, ya que confirma esa idea de aprovechar "materiales y técnicas aborígenes"[12] sobrevivientes hasta nuestros días[13]; empleándose en este caso los dos modelos aborígenes cubanos: el bohío rectangular y el Caney circular. "Casa redonda" para la novela, como la que hicieron el la época de la conquista y colonización los aborígenes en los territorios del cacique Camagüey[14]. Espacio imaginario de gran valor para mí que investigo esta temática en las novelas.

Y al tropezar con las cuevas de la sierra Najasa pude, entonces, cerrar las emociones aparecidas en este libro. Con las descripciones de las cuevas que aparecen concentradas en esta área geográfica porque enseguida pensé en los llamados sitios necrológicos de los indígenas siboney cayo redondo de allá del sur, pero en esta ocasión no aparecieron esos personajes primitivos, o sus huesos; — y quedé con los deseos satisfechos a media, digo a medias porque pude revisar esas cuevas y vi hermosuras y pintoresquismos de los autores y ningún reflejo y desde la cumbre de las lomas divisé los bohíos de guanos y los vara en tierra de una comunidad aborigen que se asentó a partir de 1970 en las lomas de Najasa. Las cuevas son aquí un espacio natural tomado como habitación no de aborígenes sino del bandido César Morgán que allí se ha ido a ocultar después de salir huyendo de Puerto príncipe perseguido por el cazador de bandidos que fue Domingo Armona.

En Frasquito la sorpresa como investigador aparece casi al final de la novela, por dos cosas, la primera cuando uno de los personajes dice: " — Iré a la venta del indio inmediata a la Quinta Mercedes" [15] y a renglón seguido aparece la descripción de la venta, como por arte de magia:

    "La venta era una casa de pequeñas dimensiones con cobija de guano y un portan bajo sujeto por tres tosas de caoba sin labrar, donde los jinetes podían entrar y acercarse a una ventanilla para comprar lo que querían. La única puerta estaba cerrada"[16].

Que aunque no son clásicos bohíos indígenas están inspirados en su esencia y pueden provocar, como en mi caso, una imagen óptica de apreciación que se complementa con los otros dos espacios habitacionales a cercanos al de los taínos o subtaínos de la etapa productora, entonces perdimos un poco la emoción porque no apreció ningún buren o disco de barro para tostar casabe o pan de yuca, y sí "bateas y jícaras"[17]. Sin embargo los manjares de aquí eran tan primitivos que los acercaba al tiempo pasado; la segunda cosa es la presencia de cuevas, esta vez más no muy pintorescas pero si útiles para encontrar, en caso de existencia real de las mismas hasta los llamados "caneyes de muertos"[18] y si sólo es existencia otra, o sea dentro de la falacia de la novela, sirva para otros como sirvió para mí: imagínese allí todo una comunidad aborigen protegiéndose de las inclemencias del tiempo.

Las referencias a la arquitectura y al urbanismo pretérito y específicamente aborigen son distintos en todas las novelas; y concretamente en Sab vuelve a aumentar mi emoción porque esta novela se desarrolla en el sitio donde habitaron subtaínos, en el sitio que se ubica desde la bahía de Nuevitas hasta la desembocadura del río Caonao al oeste[19] y donde está toda la región Cubitas, incluyendo Sierra y Llanura costera donde vive, según la novela, la india martina, con su nieto que es presentado como descendiente directo de la raza india[20] a la que Sab agrega en una narración sobre Martina y donde se incluye la leyenda del cacique Camagüey:

    [...] y ha logrado inspirar cierta consideración a los estancieros de Cubitas, ya porque lo crean realmente descendiente de aquella raza, casi extinguida en esta Isla, ya porque su grande experiencia, sus conocimientos en medicina de los que sacan tanta utilidad, y el placer que gozan oyéndola referir sus sempiternos cuentos de vampiros y aparecidos, le dan entre esta gente una importancia real. A esa vieja, pues a Martina, es a quien he oído, repetidas veces, referir misteriosamente e interrumpiéndose por momentos con exclamación de dolor y pronósticos siniestros de venganza divina, la muerte horrible y bárbara que, según ella, dieron los españoles al cacique Camagüey[21], señor de esta provincia; y del cual pretende descender nuestra Martina. Camagüey, tratado indignamente por los advenedizos, a quienes escogiera con generosa y franca hospitalidad, fue arrojado de la cumbre de esa gran loma y su cuerpo despedazado quedó insepulto sobre la tierra regada con su sangre. Desde entonces esta tierra tórnose roja en muchas leguas a la redonda, y el alma del desventurado cacique viene todas las noches a la loma fatal, en forma de una luz, a anunciar a los descendientes de sus bárbaros asesinos la venganza del cielo que tarde o temprano caerá sobre ellos. Arrebatada martina en cierto momentos por este furor de venganza, delira de un modo espantoso y osa pronunciar terribles vaticinios.[22]

Del nombre del poblado y la leyenda hay que tener en cuenta lo que plantea Manuel Artega[23] de que llevaba ese nombre de Camagüey:

    [...] porque era el que llevaba el caserío que encontraron los españoles en una de las márgenes del río Caunao[24], que después se trasladó al lugar que hoy ocupa, entre los riachuelos Jatibonico[26], lo abandonaron, huyendo de los mosquitos y gejenes[27], y pasaron á establecerse aquí, formando de esa manera, de dos poblaciones una [...][28]

Relato éste que lleva al personaje de carlota a hacer una declaración sublime en defensa de los aborígenes y a referirse al tipo de vivienda que estos construían cuando nos dice

    No, Enrique — respondió con tristeza la doncella —, no lloro por Camagüey ni sé si existió realmente, lloro si al recordar una raza desventurada que habitó la tierra que habitamos, que vio por primera vez el mismo sol que alumbró nuestra cuna, y que ha desaparecido de est6a tierra de la que fue pacífica poseedora. Aquí vivían felices e inocentes aquellos hijos de la naturaleza: este suelo virgen no necesitaba ser regado con el sudor de los esclavos para producirles: ofrecíales por todas partes sombras y frutos, aguas y flores, y sus entrañas no habían sido despedazadas para arrancarle con mano avara sus escondidos tesoros. ¡Oh, Enrique!, lloro no por haber nacido entonces y que tú, indio como yo, me hicieses una cabaña de palmas en donde gozásemos una vida de amor, de inocencia y de libertad.[29]

La que recalca en otro momento de su diálogo con Enrique Otway:

"En esta pobre aldea, en esta miserable casa, con una hamaca por lecho y plantío de yucas por riqueza, yo sería dichosa contigo, y nada vería digno de mi ambición en lo restante del universo"[30].

Entonces me pasó en esta novela como Pichardo Moya y otros arqueólogos en el sitio de La Gloria, penseque había descubierto nuevamente a los protoagrícolas aunque con características y nociones de vida de pueblo más atrasado como los Siboneyes; fue ante la descripción maravillosa que hace Gertrudis Gómez de Avellaneda de:

    Las cuevas de Cubitas[31] son ciertamente una obra admirable de la naturaleza, que muchos viajeros han visitado con curiosidad e interés y que los naturales del país admiran con una especie de fanatismo. Tres son las principales, conocidas con los nombres de Cuevas Grandes o de lo Negros Cimarrones[32], María Teresa y Cayetano. La primera está bajo la gran loma de Toabaquei[33] y consta de varias salas, cada una de las cuales se distingue con su denominación particular, y comunicadas todas entre sí por pasadizos estrechos y escabrosos. Son notables entre estas salas de la Bóveda por su capacidad y la del Horno cuya entrada es una tronera a flor de tierra por la que no se puede pasar sino muy trabajosamente y casi arrastrándose contra el suelo. Sin embargo, es de las más notables de aquel vasto subterráneo y las incomodidades que se experimentan, al penetrar en ella, son ventajosamente con el placer de admirar las bellezas que contiene. Deslúmbrase el viajero que al levantar los ojos, en aquel reducido y tenebroso recinto, ve brillar sobre su cabeza un rico dosel de plata sembrado de zafiro brillantes, que tal parece en la oscuridad de la gruta el techo singular que la cubre. Empero, pocos minutos puede gozarse impunemente de aquel bello capricho de la naturaleza, pues la falta de aire obliga a los visitadores[34] de la gruta arrojarse fuera, temiendo ser sofocados por el calor excesivo que hay en ella. El alabastro no supera en blancura y belleza a las piedras admirables de que aquellas grutas, por decirlo así, se hallan entapizadas[35]. El agua, filtrando por innumerables e imperceptibles grietas, ha formado bellísimas figuras al petrificarse. Aquí una larga hilera de columnas parecen decorar el peristilo de algún palacio subterráneo; allá una hermosa cabeza atrae y fija las miradas: en otra parte se ven infinitas petrificaciones sin formas determinadas, que presentan masas de deslumbrante blancura y figuras raras y caprichosas.[36]

Y después continúa:

    Los naturales hacen notar en la Cueva llamada María Teresa pinturas bizarras designadas[37] en las paredes con tintas de vivísimos e imborrables colores, que aseguran ser obra de los indios, y mil tradiciones maravillosas prestan cierto encanto a aquellos subterráneos desconocidos; que realizando las fabulosas descripciones de los poetas recuerdan los mistyeriosos palacios de las hadas.[38]

Sin olvidar aspectos de leyenda y fantasía como cuando nos dice:

    Nadie ha osado todavía penetrar más allá de la undécima sala. Se dice, empero, vulgarmente, que un río de sangre demarca su término visible, y que los abismos que le siguen son enormes bocas del infierno. La ardiente imaginación. La ardiente imaginación de aquel pueblo ha adoptado con tal convicción esta extravagante opinión que, por cuanto hay en el mundo, no se atreverían a penetrar más allá de los límites a que se han concretado hasta el presente los visitadores de las cuevas, y lo estrecha y peligrosa que se va haciendo la senda subterránea, a medida que se interna, parece justificar sus temores.[39]

Y me parecen estas descripciones como testimonios materiales en la realidad otra de las novelas de un tiempo que he amado porque en él y de él no hay relatos escritos[40], solo sitios de habitación muy poco estudiados donde los aborígenes hablaban con un texto distinto, con sus restos óseos, o los más variados ajuares de producción, alimentación o sus utensilios característicos de cerámica, piedra, concha y huesos.

Después de la cueva se presenta la choza de la India martina "que dictaba poco de las cuevas de habitación de está..."[41], pero que se diferenciaba de la de sus ancestros por poseer "una pequeña sala cuadrada..."[42] que servía de cuarto al nieto de la vieja india "toscos muebles"[43].

La importancia de estas referencias de la arquitectura, el urbanismo y la sociedad aborigen está a nuestra manera de ver el fenómeno en que se demuestra que no fue solo en el siglo XVI y XVII que se emplearon sus modelos constructivos del bohío y el caney, sino, que todavía en 1734 sirvieron de base a la iglesia de La Caridad y sobre viven hasta hoy con sus variantes, claro está, y con cambios de algunos materiales; y también se resume dicha importancia en la demostración de que esos pobladores, aún quedaban en la isla, — de manera muy escasa, pero quedaban —, en el siglo XIX; tendían a desaparecer pero a la vez a dejar una huella para los historiadores o los novelistas; parea los investigadores o los ensayistas; como es el caso que nos ocupa, donde es aplicable el precepto martiano de

    "Hay que saber lo que fue, porque lo que fue está en lo que es".



    Notas

      1. Eliécer Fernández Diéguez: "Urbanismo, Arquitectura y sociedad principeña del siglo XIX en Sab, Frasquito y Una Feria de la Caridad en 183..." (Ensayo en Folleto en la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella) 2005. http://www.archivocubano.org/eliecer_03.html.
      2. José Lezama Lima: "¿Por qué escribí Paradiso"?, en Indice, Barral editores, 1971, p. 26.
      3. Onelio Caballero Agüero y Jorge Calavera Roses: "Características generales de los asentamientos aborígenes", en Sección de Investigaciones Históricas del PCC Provincial: "Camagüey y su historia", Camagüey, 1989, p. 17.
      4. El autor alude a Fray José de la Cruz Espí, religioso franciscano a quien llamaban en Puerto Príncipe el Padre Valencia, porque nació en esta provincia el 2 de mayo de 1773. pasó a América como misionero apostólico; las antillas le deben inmensios beneficios. Hizo en Trinidad la Iglesia de San Francisco y en Puerto Príncipe la Del Carmen, el Hospital de Mujeres y el Lazareto. Fue modelo de caridad cristiana; murió allí el 2 de mayo de 1838; su sepoulcro es un altar para los camagüeyanos. El Padre Valencia vivía en San Lázaro en la época en que principia la acción de esta novela.
      5. José Ramón Betancourt: Una feria de la Caridad en 183..., La Habana, Editorial Letras Cubana, 1978, p. 20.
      6. Ernesto Tabío y Estrella Rey: Prehistoria de Cuba, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1979, p. 75.
      7. José Ramón Betancourt: Una feria de la Caridad en 183..., La Habana, Editorial Letras Cubana, 1978, p. 21.
      8. Roberto Funes Funes: "Puerto Príncipe: la historia de una ciudad en su arquitectura", en Islas 47, enero–abril 1974 p. 5.
      9. Junto a ese error de estar en una posición geográfica mediterránea, en el mismo centro de la provincia de Camagüey, o El Camagüey como se le decía en aquella época, fue a través del comercio de rescate o contrabando como logró florecer; léase ya "Espejo de Paciencia" de Silvestre de Balboa en el siglo XVI, por tanto no es válido semióticamente el término "santa" y "príncipe", nunca hubo uno con esa categoría que tuviera que ver con esta localidad de la isla de Cuba.
      10. Antonio Bachiller y Morales: "Recuerdos de mi viaje a Puerto Príncipe", 1838.
      11. Ibíd.
      12. Roberto Segre, Eliana Cárdenas y Lohania Aruca: "Los códigos Arquitectónicos en Cuba", en Historia de la Arquitectura y el Urbanismo: América latina y Cuba, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, p. 69.
      13. Ibídem, p. 69.
      14. Lourdes Gómez Consuegra: "El centro histórico de Camagüey", en Camagüey: ciudad y arquitectura (1514-1950), p. 36 donde se señala que fue en ese "cacicazgo de Camagüebax, donde se asentó definitivamente la villa, en el sitio que había recomendado el padre Las Casas y del que tomó la ciudad su nombre actual, Camagüey".
      15. José de Armas y Céspedes: Frasquito. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1976, p. 219.
      16. Ibídem, p. 221.
      17. Ibídem, p. 222.
      18. Sección de Investigaciones Históricas del PCC Provincial: "Camagüey y su historia", Camagüey, 1989, p 17.
      19. Ídem, p 18.
      20. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, La Habana, p 186.
      21. Aquí La Avellaneda se revela como aventajadísima discípula de Walter Scout. Con acierto, cubaniza los asuntos predilectos de la novela romántico-histórica; personificando el tema indianista, caro a los románticos, en martina, y le da una nueva dimensión al motivo tomado de las tradiciones principeñas ( el cacique bueno cuyas amabilidades pagan con traición los advenedizos), remontándose a un pasado no tan lejano como desdibujado. El legendario cacique parece ser Camagüebax que regía el cacicazgo de Camagüey (Ver. Jorge Juárez Cano: Apuntes de Camagüey, Imprenta Ramentol, Camagüey, 1929, p. 26), cuyos hechos se reparten la historia y la leyenda.
      22. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, p. 186.
      23. Manuel Artega: Los antiguos camagüeyanos y el noble expósito (novela en tres épocas), Puerto Príncipe 1861, p. 1–5 (Fondo coronado).
      24. Caunao: Caonao.
      25. Jatibonico: Hatibonico.
      26. No tenía ese nombre de la actual ciudad del norte camagüeyano, sino Punta de Guincho.
      27. Gejenes: jejenes.
      28. Manuel Artega: "Los antiguos camagüeyanos y el noble expósito" (Fragmento ), en Revista Islas 47, enero–abril 1974 p. 49.
      29. Ibídem, p. 187-188.
      30. Ibídem, p. 189.
      31. Es la sierra del mismo nombre, extendida de este a oeste en la parte norte de la actual provincia de Camagüey (Bustamente: Enciclopedia popular cubana, Cultural SA., La Habana, T1, p. 588-589.)
      32. CIMARRONES: Voz cimarrón — haitiana según algunos — es americanismo que se aplicó al indio que huía de los encomenderos, luego al negro que escapaba de los amos desde el siglo XVI. En la cacería del cimarrón participaban los perros amaestrados. Eran tan famosos los de Cuba que se les solicitaba de otras colonias (Ver. Fernando Portuondo: Historia de Cuba, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, 6ta edición, p. 74-75.)
      33. Toabaquei: Tuabaquey
      34. Visitadores: vistantes.
      35. Entapizadas: tapizadas.
      36. Ibídem, p. 191-192.
      37. Designadas: diseñadas.
      38. Ibídem, p. 192.
      39. Ibídem, p. 192.
      40. A no ser "El discurso narrativo de la conquista",y "La Voz y su huella".
      41. Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, La Habana, p. 193.
      42. Ibídem, p. 194.
      43. Ibídem, p. 199.






Página enviada por Eliécer Fernández Diéguez
(14 de noviembre del 2007)


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