Múltiples razones apuntalan el derecho a afirmar que no existe en la Tierra sistema de Salud más humano y justo que el de Cuba. No peco de exagerado ni tampoco de chovinista. Lo aseguro.
Sin que se resientan sus servicios básicos en cualquiera de los niveles de atención (primario o institucional), decenas de miles de especialistas cumplen misiones médicas en los más recónditos lugares del planeta, sin importarles lejanía ni confort, ni tampoco interesarles recompensa material alguna.
Conozco casos de compatriotas que, en otras tierras y ante el desespero por la carencia de una bolsa de sangre para un paciente, no lo han dudado dos veces para donar la suya, aún en condiciones limitadas y riesgosas.
Porque el profesional cubano de la Salud se ha forjado principios de solidaridad y humanismo que van más allá de cualquier frontera, condición e idiosincracia. Vale para ellos, por sobre todo, la vida de un igual, que es lo primero.
Por eso no extraña que en suelo propio, a veces en zonas montañosas que distan de sus hogares apenas minutos o cuando más una hora en automóvil, permanezcan durante semanas alejados de los suyos, al lado de quienes el deber les dicta atender y cuidar con celo.
Allá por Yaguanabo Arriba, en un consultorio rodeado de montañas y flores silvestres, ejercía Mabel, una muchacha que a pesar de su embarazo salía a hacer sus visitas de "terreno" a lomos de Mamita, una mula dócil acostumbrada al ajetreo por trillos y pedregales. Y allí estuvo la jóven médica hasta que otro colega le recomendó aguardar en casa la hora de ser madre.
En El Sopapo, tierra de excelente café, un galeno imberbe con nombre de jefe árabe: Emir, renunció a no sé cuantas vacaciones, enamorado de las gentes y de los inigualables pinares de aquel asentamiento.
Pero estuvo José, así, con fuerza en la primera sílaba de su nombre, un muchacho de Villa Clara al que lloraron los lugareños de su tocayo santo: San José, cuando al cabo de dos rotaciones seguidas sin marcharse, le exigieron que debía "bajar" al llano para hacer la añorada especialidad. Durante cinco años José antepuso el apego a sus pacientes y postergó el sueño suyo y de sus viejos.
Podría nombrar, no sé, decenas y quizás cientos de ejemplos. Cada asentamiento, cada consultorio u hospitalito en medio de la campiña tiene historias similares que contar.
He ahí entonces la razón principal de la afirmación del comienzo, que a algunos podría parecerle altisonante o exagerada.
Con semejante calidad ético-personal — y descuento de hecho la profesional, harto reconocida —, no podía esperarse menos de un sistema en el que lo primero y más importante es la propia condición humana.
Por eso estarán por siempre al lado de los que nada tienen que ofrecer, salvo la calidez de su agradecimiento, demostrando el aserto martiano de que "Patria es Humanidad".
Fuente: http://www.5septiembre.cu/