Cuba

Una identità in movimento


"Analía". Cuento de Marié Rojas Tamayo

Marié Rojas Tamayo


Ese día amaneció salpicado en llanto: se habían robado el cachorro de Analía. Un gran danés que le habían traído, aún con los ojitos medio cerrados, por su cumpleaños número tres y que, al llegar el cuatro, era más de dos veces su tamaño. Demasiados buenos momentos rodando por el suelo recién baldeado, jugando en el patio, empinando papalotes, correteando por la casa y tumbando adornos, para que se le borraran de golpe.

Al caer la tarde lograron calmarla un poco con la promesa de que después de comer saldría con sus padres a comprarse un cachorrito nuevo, de la primera raza que encontraran, sin importar el precio...

Por suerte, tras caminar diez cuadras avenida abajo, dieron con la dirección de una señora que estaba vendiendo un cachorrito de salchicha a un precio más que módico. Los suspiros de Analía se calmaron al tener en brazos al nuevo perrito.

    — ¿Qué nombre le vas a poner? — le preguntó al señora.

    — Roly, como mi otro perrito — vuelta a las lágrimas —, pero nunca será lo mismo, ¡nunca nada será lo mismo!

La madre se vio obligada a hacerle la historia del primer Roly y el largo llanto que comenzó con la salida del sol.

    — Era un gran danés precioso, blanco con una oreja y la punta de la cola negras... No sabemos como pudieron llevárselo, tenemos el patio cercado, todos lo vamos a extrañar, pero al menos le cumplimos a la niña lo prometido.

La señora guardó silencio unos segundos, pasando la vista de la niña a los padres, al final habló.

    — He pensado en si lo decía, porque realmente necesito el dinero y sé que me van a devolver el perrito; pero ese gran danés no lo robaron, parece que saltó la cerca o se les quedó una puerta abierta, el caso es que apareció aquí esta mañana y como yo no podía con más perros, le dije a mi hijo que se lo llevara... vive allí, dos casas después de doblar a la izquierda. Sabíamos que un perro tan fino y bien cuidado solo podía estar perdido, era lógico que apareciera alguien preguntando; al caer la tarde comprendimos que la familia no vendría, así que decidimos quedarnos con él, al menos provisionalmente.

Al rato subían la avenida los padres de Analía. A su lado, saltando de alegría, Roly y su dueña, llevando en brazos a Roly Segundo.




Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(16 de octubre del 2006)


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