Hacia noviembre de 1952 tuvo lugar la reestructuración de la Sociedad de Amigos de la República (SAR) asumiendo la presidencia Don Cosme de la Torriente quien se había ganado el respaldo de los partidos tradicionales para mediar en el conflicto político cubano con una fórmula que aliviase la tensión pública y la crisis institucional. Nuevamente el gobierno desoyó estas propuestas de solución pacífica y el primer estallido revolucionario se produjo el 26 de Julio de 1953, jóvenes ajenos a los partidos tradicionales abrieron paso a la vía insurreccional con un claro programa revolucionario que más tarde se daría a conocer en "La
Historia me Absolverá".
En lo sucesivo los partidos tradicionales mantuvieron una postura abstencionista ante la convocatoria de unas elecciones diseñadas por Batista, aspirando al poder desde el poder y limitando las libertadas de expresión a sus contrincantes. Las fórmulas de la SAR serían acogidas con sumo beneplácito por los partidos de oposición que además se manifestaron a favor de la amnistía de los presos políticos y el retorno de los exiliados.
Después de consumada la farsa electoral del 1ro. de Noviembre de 1954, Batista consideró oportuno ofrecer algunas concesiones más bien para paliar las dificultades que le causaba la falta de consenso del régimen expresada en una oposición oficial que le había dado las espaldas a sus maniobras electoreras y en la aparición de nuevos brotes revolucionarios entre la juventud. Fue así que acordó la restauración de la Constitución de 1940 y la amnistía de los presos políticos. En esas circunstancias la SAR y los partidos tradicionales entendieron que si Batista deseaba continuar gobernando el país bajo los presupuestos de la constitución de 1940 y con los revolucionarios libres no le quedaría otra opción que continuar cediendo posiciones hasta aceptar la fórmula de elecciones generales.
En aquella coyuntura la SAR dio a conocer sus manifiestos del 3 de Junio y el 20 de Julio al que se adhirieron todos los partidos tradicionales de oposición reclamando la celebración de unas elecciones generales inmediatas en el plazo más breve posible. El régimen castrense con toda contumacia se negó a entenderse con la oposición, y a la demanda de elecciones generales respondió con el Plan Vento de elecciones parciales con hipertrofia de la Cámara de
Representantes para neutralizar a la oposición oficial. Los manifiestos habían alertado a los políticos de la neocolonia sobre el peligro que entrañaba para sus intereses de más largo alcance la crisis política y económica en curso y la existencia de fuertes tendencias revolucionarias en las masas lo que podía llevar a profundas convulsiones sociales.
Pero esas advertencias tampoco encontraron eco en las esferas del gobierno, Batista tan solo había ganado tiempo y se aprestaba a reprimir por la fuerza cualquier nueva revuelta revolucionaria. Se había escenificado una burda comedia para cubrir las apariencias y dotar deropaje democrático al régimen castrense, huérfano de legitimidad alguna. Los personeros más connotados de la dictadura se negaron a entrar en contacto con la oposición pretextando que la SAR no era una agrupación cívica neutral y que no contaba con suficiente apoyo de los partidos tradicionales. Ante esta maniobra, Cosme de la Torriente respondió convocando un gran acto público de dimensiones nacionales donde pudiesen hablar todos los líderes de los partidos políticos de la oposición de manera que expresasen su respaldo a las gestiones de la SAR. El acto se convocó para el 19 de Noviembre de 1955 en la plazoleta del Muelle de Luz y constituyó una demostración de rechazo a la dictadura y a sus fórmulas electorales no sólo de parte de los miembros de la oposición oficial sino también de un nutrido grupo de jóvenes rebeldes que enarboló su consigna de:
"¡Revolución!" y que tuvo en la tribuna una representación digna en José Antonio Echeverría, presidente de la FEU. Pero la actitud de la dictadura fue de rechazo a los pronunciamientos vertidos en el Muelle de Luz, el mitin fue condenado como subversivo por el Senado.
Sin embargo, en diciembre de 1955 un amplio movimiento de protestas populares sacudió al país de un extremo a otro. La huelga por el pago del diferencial azucarero lanzó a obreros y estudiantes a las calles en franco repudio a la dictadura. A partir de entonces el gobierno abrió un dilatado período de contactos con la oposición para desviar la atención de la opinión pública de los acontecimientos violentos que estaban produciéndose.
Como resultado de las entrevistas que tuvieron lugar a comienzos de 1956 entre Cosme de la Torriente y Fulgencio Batista se llegó, tras vencer agudas dificultades, al Diálogo Cívico el 5 de marzo de 1956.
En las negociaciones que mantuvieron Oposición y Gobierno bajo los auspicios de la SAR, la primera mantuvo su tesis de producir una convocatoria de elecciones inmediatas mientras que la dictadura planteó una nueva alternativa: llamar a elecciones para una Asamblea Constituyente la que debía resolver sobre la mejor manera de solucionar la crisis política cubana. Esta última fórmula en realidad constituyó una
maniobra engañosa y dilatoria del régimen castrense que confiaba en la represión y en sus rejuegos políticos para contener el desorden social y mantenerse en el poder a toda costa.
La SAR y los partidos adheridos a su gestión propendían a remover el clima político cubano, si aceptaban la fórmula del gobierno, su hegemonía se comprometía considerablemente pues se reducía su capacidad de maniobra ante futuras coyunturas históricas que reclamasen de nuevas ofertas políticas.
Cualquier salida con Batista en el poder no aseguraba el objetivo político de la oposición oficial de conjurar el desarrollo de una revolución social. En el Diálogo Cívico no se concertó la ansiada conciliación de Gobierno y Oposición, quedó abierto el sendero para que las organizaciones revolucionarias emergentes impusieran su solución al dilema cubano. El pueblo esperaba por acciones más radicales.
Mientras la opción reformista representada en la SAR tuvo su más rotundo fracaso en el Diálogo Cívico, desde Washington no se movió un dedo por presionar a Batista a que aceptase los términos de una nueva avenencia con los partidos de oposición entonces integrados en un Frente Único. Aunque concordamos con el autor norteamericano Morris H. Marley en que Estados Unidos puso poco interés en trazar una orientación coherente hacia la lucha política interna en Cuba [1], pensamos que la política norteamericana hacia el gobierno de Batista estuvo más interesada en que la casta militar dueña del aparato estatal respaldase ampliamente sus intereses económicos.
Apostaron al poder real, concreto y visible de un ejército golpista que aplastó las libertades democráticas y ofreció amplia cobertura a los capitales norteamericanos. La sociedad civil fue menospreciada por Washington que llegó a tener con el régimen castrense un compromiso ilimitado, al menos hasta el cambio de embajadores el 15 de Julio de 1957.
Nota
- Morris H. Morley: Imperial State and Revolution. The United States and
Cuba 1952-1986, Cambridge University Press, Cambridge, 1987, p. 69.