Cuba

Una identità in movimento


Che: agresividad, austeridad y sensibilidad

Octavio Pérez Valladares


En realidad el Guerrillero de América Latina fue hecho prisionero por el Ejército boliviano el 8 de octubre de 1967 y asesinado después, el 9 de octubre, cerca de Vallegrande, dentro de una escuelita abandonada.

Aquel infausto día, un oficial de baja graduación y catadura moral, luego de emborracharse, dejó escapar del fusil automático las balas que en desorden, quizás ellas mismas - aunque de metal pesado y frío - esquivando el abominable hecho, atravesaron el cuerpo para detener su vida física.

Ernesto Guevara de la Serna, el líder revolucionario y político latinoamericano, había nacido el 14 de junio de 1928 en el seno de una familia de clase media de Rosario (Argentina) y obtuvo el Doctorado en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, en 1953.

Convencido de que la Revolución era la única solución posible para acabar con las injusticias sociales en Latinoamérica, en 1954 marchó a México, donde se unió al Movimiento 26 de Julio, grupo de revolucionarios exiliados liderados por Fidel Castro Ruz.

A finales de la década de 1950, bautizado ya por los cubanos con el apelativo cariñoso de El Che, jugó un importante papel en la lucha de guerrillas iniciada contra el dictador Fulgencio Batista Zaldívar. Cuando acontece la aurora de 1959, tras el triunfo de la Revolución Cubana, el Comandante Guevara fue nombrado ministro de Industrias (1961-1965).

Opuesto enérgicamente a la influencia estadounidense en el Tercer Mundo, su presencia fue extraordinaria junto a Fidel en el triunfo revolucionario y en las sólidas relaciones de amistad con la entonces URSS.

Ernesto Che Guevara escribió Relatos de la guerra revolucionaria en Cuba (1961) y Diario del Che en Bolivia (1968), dos libros sobre la lucha guerrillera en los que defendió los movimientos revolucionarios de base campesina.

Otras tierras del mundo reclamaron el concurso de sus modestos esfuerzos en 1965 y en realidad había ido a luchar por la libertad en Bolivia, esta vez para representar a los campesinos y mineros de ese país.


Su agresividad...

El consideraba el hecho de su muerte como algo natural y recalcó, en más de una ocasión, que esa eventualidad no impediría la marcha de las revoluciones y los cambios, ya fueren de una u otra manera.

Haciendo gala de su extraordinaria agresividad ética y guerrillera, expresó ante los hombres que le seguían en Bolivia:

    Este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no puedan alcanzar ninguno de estos dos estadíos deben decirlo y dejar la lucha.


Su austeridad...

Cuando El Che se despide del pueblo de Cuba y Fidel, deja una muestra de su proverbial austeridad:

    Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del Partido, de mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.

Casi al final de su histórica carta, expresa:

    No dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. No pido nada para ellos, pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.


Su sensibilidad...

Los enemigos de la Revolución Cubana siempre han tratado de ofrecer una imagen del Che como político utópico, aventurero o guerrerista.

Nada puede ser más burdo y grotesco hacia un hombre que no es de esta época y entregó todas sus energías, como un llamado, para que a los más pobres un día se les reconozcan derechos vitales como la atención médica, educación, trabajo decoroso y, por consiguiente, el modesto bienestar.

Las agotadoras marchas o su responsabilidad como jefe, no impidieron que El Che, durante la guerra Revolucionaria en Cuba, recogiera en su pequeña letra casi ilegible, lo que después contaría a las futuras generaciones.

Sería interminable exponer todos sus extraordinarios relatos, pero sí podemos escoger uno: El cachorro asesinado, donde está de manifiesto lo que quedó en toda la obra escrita: su gran sensibilidad.

En la Sierra Maestra la quietud se convierte en principal aliada del guerrillero. Por ello El Che, cuenta:

    La pequeña columna marchaba con el silencio de estos casos, sin que apenas una rama rota quebrara el murmullo habitual del monte; éste se turbó de pronto por los ladridos desconsolados y nerviosos del perrito. Se había quedado atrás y ladraba desesperadamente llamando a sus amos para que lo ayudaran en el difícil trance. Alguien pasó al animalito y otra vez seguimos; pero cuando estábamos descansando en lo hondo de un arroyo con un vigía atisbando los movimientos de la hueste enemiga de Sánchez Mosquera, volvió el perro a lanzar sus histéricos aullidos; ya no se conformaba con llamar, tenía miedo de que lo dejaran y ladraba desesperadamente.

    Recuerdo mi orden tajante: Félix, ese perro no da un aullido más. Tú te encargarás de hacerlo. Ahórcalo. No puede volver a ladrar. Félix me miró con unos ojos que no decían nada. Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito. Con toda lentitud sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fijo que podía burlar el círculo atenazante de la garganta.

    No sé cuánto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin. El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse. Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte.

El Che concluye este relato cuando el destacamento guerrillero hace noche en una casa abandonada en la zona de Mal Verde y alguien interpreta una nostálgica canción:

    No sé — describe — si sería sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio... Lo cierto es que Félix, que comía sentado en el suelo, dejó un hueso. Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió. Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró; Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable. Quedamos repentinamente en silencio.

    Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible. Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque observándonos a través de otro perro, estaba el CACHORRO ASESINADO...




Radio Ciudad del Mar, Cienfuegos


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