La sagacidad militar del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz estaba sustentada en su permanente ejemplo y en la disciplina consciente que el mismo cumplía y hacia cumplir.
El teniente coronel Wilson Ricardo Parra, Presidente de la Cátedra Mayor General Ignacio Agramonte, de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en Camagüey, da su valoración de la sagacidad militar del insigne patriota.
Precisa que ella, a pesar de que Agramonte no era militar de carrera, se puede ver en los resultados que obtuvo al frente del territorio camagüeyano, pues su Caballería, temida por los soldados españoles, estaba creada con una sincronización tan efectiva, que jinete y caballo parecían uno solo.
La disciplina reinante en los campamentos del Ejército Mambí, la logró Agramonte con su ejemplo. Narran los historiadores, basados en testimonios de hombres que lucharon junto a El Mayor, que por las noches, después del toque de silencio, solía recorrer el campamento para comprobar que todo estaba en orden. Luego se dirigía hacia su cabaña, y a la luz de un farol trabajaba hasta altas horas de la noche, revisando la correspondencia y los documentos del ejército bajo su mando.
Los éxitos favorables de la guerra, proclamaba el Mayor General Ignacio Agramonte, “no debían medirse por el ruido de la victoria que se atribuyera a cualquiera de los bandos, ni por el valor de la posición tomada, sino por la reducción efectiva de las fuerzas del vencido y por el decaimiento de su moral combativa”.
Sobre el pensamiento militar de El Mayor nos habla el coronel Gerardo Peña Marrero, especialista en esos temas y un estudioso de quien calificara nuestro Martí como “Diamante con alma de beso”.
Señala que Agramonte fue “un artífice de la guerra de guerrillas”. En cada batalla establecía el combate en el terreno que mejor le convenía y, en ese teatro de operaciones, atacaba por un flanco, se retiraba y aparecía por donde menos lo pensara el enemigo.
El fue considerado por diversos pensadores militares como “un gran estratega”, y su divisa era la disciplina. Cuando le llamaba la atención a cualquiera de sus subordinados, lo hacía en el momento y lugar adecuados. El infractor reconocía su falta y salía con la cabeza baja, porque El Mayor tocaba la vergüenza de sus hombres.
La invencible Caballería del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, sigue cabalgando por estas tierras de grandezas y los herederos de su vergüenza y gloria estamos aquí, en los nuevos combates por la Patria Socialista que defendemos y siempre defenderemos, al precio que sea necesario.
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