Carlos Martí Brenes
Te llamaré Logor
Te llamaré Logor por razones sencillas
y especialmente porque no tendrás que parecerte
a ti mismo, como aspiración del ángel que nace.
Porque serás lógico y epidérmicamente insensato.
Universal y nacional. Tradicional y moderno. Tus ojos
sólo verán el magenta y te serán prohibidos
el color de la noche y también los silencios del alba.
Serás total e incompleto, sagaz y definitivamente
ingenuo: mezcla de lo cotidiano y del deber ser,
pero jamás motivado por los jeroglifos de la cal.
Te llamaré Logor un espacio infinito
de extremos cortantes.
Escribiré sobre tu vientre los apellidos de mis demonios.
Así será porque está inscrito en el anverso
de los espejos y en el éter donde dejamos morir
las manquedades de la perfección, siempre ajena
y distante aunque te mire de frente
como un sueño imposible de soportar.
Roberto Fernández Retamar
Un hombre y una mujer
¿Quién ha de ser?
Un hombre y una mujer
(Tirso de Molina)
Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve
sino ellos,
calles populares que van a dar al atardecer, al aire,
con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido
a una música que a un paisaje;
si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,
y dejan encendidas las paredes,
y hacen volver las caras como atraídas por un toque de
trompeta
o por un desfile multicolor de saltimbanquis;
si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene
la conversación del barrio,
se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros
de las esquinas,
las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:
¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo
de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,
como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha
sabido
y del que apenas quedan en las bocas
murmullos y ruinas de murmullos?
Luis Manuel Pérez Boitel
Bella época
A Rocío García
Un día en medio del sendero
alguien te preguntará por el advenedizo
hombre que llevas y habrá un silencio.
una demoledora paz cubrirá
en apretado instante la arboladura del verano. Los pastos que cubrían
la cabaña donde el fuego se debatía en cubrir
tanta soledad. El incienso nos proveería de la súplica
y sólo habría una abertura para recordar al padre
que dispuso en un páramo, la hora del te.
La renovada imagen de un Dios que se asegmenta y nutre,
entre promontorios, la imagen misma, la falta de lumbre.
Cabría decir, son tiempos difíciles,
pero en un poema algo hay de neutralidad;
de esas imágenes que la artista nos impone
en medio de un tiempo. El despertar, sus saudades
como marineros que se aíslan, como cuerpos dispuestas
a la noche o al comienzo, en lo irreverente,
como pudo ser la mano poderosa que se deposita
o la fatiga del viaje. La artista conoce de las sombras
y solo nos enmudece ante la época, el rostro
equidistante de los hombres. Son tiempos difíciles.
Ellos tomaban vino de Rusia y yo me quedé
pensando en el ocaso donde un cuerpo desaliñado
me convoca. Cae la tarde. Al final
no estoy tan solo en la cabaña.
Vuelve la fe al centro de la mesa y es la hora precisa,
la supuesta hora. Ellos beben en vasos de cartón sus glorias
terrenales, sus dudas. Podría admitir
que marzo no fue el último reducto, ni la plegaria.
Por la filigrana que me conduce al sitio de reposo, admito
la bella época, es decir, el invierno.
No creo que se haya caído
una rama del árbol milenario, por azar. Un cuerpo pasa a ras
del poema y enmudezco
para no reconocer su breve estancia.
Cabría decir, son tiempos difíciles, pero no me atrevo
a confirmar lo imposible, a ir deletreando un nombre,
en el supuesto nombre. Y cae la tarde
con sus mejores luces desde la cabaña donde los cuerpos buscan
el estío, lo efímero del sitio. Ellos referían épocas
antiguas donde la lumbre
vera la mejor opción. Bastaría escuchar en medio del sendero
al hombre que llevas,
y habrá un silencio enorme, una demoledora paz.
José Luis Fariñas
Mieses
Estas son las santas horas.
En el fuego de las pequeñas cosas
la bendición descifra los infiernos,
tiempo abierto de muertos migratorios.
Venimos de olvidar a solas
en la profunda ofrenda,
con nuestra voz de ceiba cubriendo el vacío.
Estaba helado el sol cuando llegamos;
dormía la paz en su horror cuando partimos,
la cabeza en la cesta de hojas de palma,
rumiando pastos augurales;
aceites cubrían la orilla que no perdona.
Conservados así como higos de sacrificio,
los huesos del buen pastor cubren el templo
pero no llegan los pájaros de Osiris,
y estas son las santas horas.
Agustín Labrada
Como murciélagos
Salen de alguna grieta los rencores,
como dardos que ciñen
toda constelación al polvo,
y nos hincan
rumores de venganza entre la niebla.
En sucesivas espirales su aridez
devasta los cercados
que a esa estirpe oponemos
cuando agónico el mundo
nos descubre algún borde para la fantasía.
Vienen como murciélagos
marcando latitudes con su aullido,
para nombrar del barro
sólo su imagen turbia,
donde nunca crecerán los girasoles.
Si no los sé bordear,
si me dominan,
si envejecen así,
¿qué vitral construiré para mi hijo,
qué árbol sin invierno en su mirada?
Juana García-Abás
Farabundo
... hallar una señal que diga "vivirás"
aún en una mariposa o un hato de tempestades...
(Roque Dalton)
Como bien decías, eres un gran muerto.
La elisión de los ritos extravió los milagros
anulando las mieles junto al guano bendito
— aún cuando el vodka recobró su aliento
de papalote turco en Vueltabajo,
el castigo fue elegir entre infiernos
hasta que se agoten las aguas del Diluvio.
Un día se te gastaron los prodigios;
ya toda esta historia desastrada
nos la habías contado en tu Taberna,
gracias a la lejanía de esas tascas del Vístula
con cierta floreciente pereza editorial...
Entonces parodiabas con bromas erizantes
las manos de mi padre que arlaban uvas ácidas
y remordía en su pipa tu aquí no será así;
porque hasta nuestra parra hubo de malograrse,
la pipa cayó al fondo del cofre con banderas:
retornaron las fiebres, las costras y las hambres
sin regresar los arlos ni mi padre ni tú,
semienterrado en días de lluvia
entre volcanes con mariposas.
Hoy manas — ¿memorioso? —
(¡ah, doradas cenizas del fénix!)
mientras se agota el agua del diluvio.
Tomás de los Reyes Burgos
Los espectadores extrañados
Esperamos esta noche de silencio abrupto
Para que salten las palabras amotinadas
Desde todas las calles desoladas
Y hoy los autómatas hablen con la luna.
Rubén Gómez Neyra
Poema Inconcluso sobre mis luciérnagas
Oh!! Cuando era pequeño como amaba las luciérnagas
pequeños animalitos con alma de luz que deambulaban sin cesar
en el corredor de mi vieja casa.
Cuando era pequeño quise ser amigo de las luciérnagas, para que
me hubieran llevado sin parar a conocer el mundo de la luz y de la paz
siempre quise ser amigo de aquellos seres sin apagones, que se escurrían
en el interior de mi viejo cuarto.
Mi padre, aburrido del mismo cuento todas las noches acerca de estos bichitos
ordenó sacarlas para siempre de nuestra casa y así acabar con tanta fantasía en mi cabeza.
Un día se marcharon de casa y no las vi más por el entorno.
su luz y su encanto se perdieron para siempre de los alrededores de mis sueños.
Crecí... pero lo hice siempre con aquel encanto de mis seres alumbrados. Quise escalar
al sitio de la luz y la inteligencia, pero nunca llegue a iluminar como ellas lo hacían.
OH!! como adoraba las luciérnagas!!!!!!!!, cocuyos insignificantes, que se posaban en los alquitrabes de mi cuarto, para custodiar mi sueño de infancia.
Hace poco las vi, y las volví a ver de noche, pero no se me parecían a mis luciérnagas, ¡!estas eran mas grandes!! y a pesar de estar vestidas con la misma luz, esta se hacia mas intensa. y tomaba ribetes de fuego, esa noche descubrí que no eran las mías, las de el alquitrabe de mi cuarto, estas eran una luciérnagas del demonio, que se abalanzaban sobre las calles de Irak, como maldecidas por la vida, luciérnagas que ardían en odio y sangre, luciérnagas de maldición con WW.
OH!!! esa noche odié a las luciérnagas e invoqué a todos los dioses y a mis Orishas y les pedí que apagara esas luciérnagas, pero mi llanto y mi invocación fueron a parar al carajo, nadie las escucho, ni los Ángeles de Silvio Rodríguez ni el Santo Papa del vaticano…!!!!!! nadie!!!!!! nadie pudo evitar que las luciérnagas, devoraran con sed Imperial el corazón de muchos niños que en Irak, al igual que yo un día también tuvieron y amaron sus luciérnagas.
Mercedes Matamoros
La muerte del esclavo
¿Por hambre y sed y hondo pavor rendido,
Del monte enmarañado en la espesura,
Cayó por fin entre la sombra oscura
El miserable siervo perseguido.
Aún escucha a lo lejos el ladrido
Del mastín, olfateando en la llanura,
Y hasta en los brazos de la muerte dura
Del estallante látigo el chasquido.
Mas de su cuerpo de la masa yerta
No se alzará mi voz conmovedora
Para decirle: — ¡Lázaro, despierta! —
¡Atleta del dolor, descansa al cabo!
Que el que vive en la muerte nunca llora,
Y más vale morir que ser esclavo.
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